Estimados amigos:
Como fruto indirecto del Concilio de Trento (1545-1563) —que diera un extraordinario impulso a la Contrarreforma y una vigorosa contribución a la gran obra misionera de la Iglesia—, algunos años después surgió en Italia un nuevo estilo artístico al que se le denominó “barroco”, el cual se irradió al resto de Europa y tuvo un gran desarrollo en América.
Debido al mestizaje cultural, la semilla
barroca trasplantada al Nuevo Mundo adquirió
rápidamente características propias, pudiéndose
diferenciar hoy nítidamente al barroco peruano
del barroco español.
Por consiguiente, la arquitectura, la pintura,
la música, la escultura y todas las artes
virreinales, tuvieron una importante influencia
en la evangelización de los indígenas, en la
formación del alma de los pueblos, en la
fisonomía de las ciudades, en las nuevas
instituciones y costumbres locales, en las
peculiares formas de la religiosidad popular, etc.
En la actualidad el Perú vive del recuerdo de
aquella grandeza, admirada antiguamente por el
mundo entero y que hoy comienza a ser
revalorizada tanto interna como externamente.
Para la presente edición, ofrecemos a
nuestros amables lectores como tema del mes,
un
interesante artículo sobre el barroco peruano de
nuestro colaborador Alejandro Ezcurra Naón,
publicado inicialmente por la estupenda revista
italiana «Radici Cristiane», no 54, de mayo de
2010, que se edita en Roma, bajo la acertada
dirección del Prof. Roberto de Mattei.
En Jesús y María,
El Director