PREGUNTA He oído decir a algunas personas que el árbol de Navidad tiene un origen pagano y que fue introducido por Lutero. ¿Es verdad? En cualquier caso, ¿es realmente un símbolo religioso comparable a un nacimiento? RESPUESTA
Empezaré por la segunda pregunta, ya que es más fácil y rápida de responder. Todo depende de cómo se defina el término “símbolo religioso”. Si significa simplemente un objeto o gesto al que puede atribuirse un significado religioso, no hay duda de que puede atribuirse al árbol de Navidad. La asociación más apropiada es con el Árbol de la Vida colocado por Dios en el Edén, que es evocado por los adornos “paradisíacos” con que estaba revestido. El hecho de que el pino se utilice como árbol de Navidad también transmite la idea de perennidad, de vida eterna, ya que, a diferencia de otros árboles, nunca pierde sus hojas, ni siquiera en invierno. Ahora bien, si la expresión “símbolo religioso” de una fiesta litúrgica significa un objeto tangible intrínsecamente ligado a esa festividad, sin el cual ella no sería la misma, entonces el árbol de Navidad no tiene tal significado. Sencillamente porque la celebración de la Natividad de Nuestro Señor Jesucristo no requiere que haya árboles de Navidad, que durante quince siglos no fueron colocados como símbolos del período navideño. “Nacimiento del Invicto” Surge entonces la primera pregunta: ¿cuál es el origen de la costumbre de colocar árboles de Navidad? Es fácil establecer el origen de los nacimientos, ya que fue san Francisco de Asís quien los popularizó en 1223, en el pueblo de Greccio, tres años antes de su muerte. El origen del árbol, en cambio, es más nebuloso. Según algunos, se remonta a las religiones paganas anteriores al cristianismo. La hipótesis es válida porque parece que la propia fecha del 25 de diciembre, destinada a celebrar la Natividad de Cristo, habría sido gradualmente recomendada en la Roma cristianizada para sustituir a las fiestas paganas del solsticio de invierno, que culminaban con la celebración del Natalis invicti, es decir, la victoria del sol, cuando en el hemisferio norte los días comienzan a ser otra vez más largos. De hecho, la más antigua aproximación cristiana entre la victoria del sol y el nacimiento del Salvador es la exclamación de san Cipriano (De pasch. Comp. XIX), en el siglo III: “O quam præclare providentia ut illo die quo natus est Sol… nasceretur Christus” (Oh, qué maravillosamente actuó la Providencia al disponer que en el día en el que nació el Sol… Cristo debía nacer). Un siglo más tarde, san Juan Crisóstomo escribió: “Pero Nuestro Señor, también, nace en el mes de diciembre… en la octava antes de las calendas de enero [es decir, el 25 de diciembre]…, pero ellos [los paganos] lo llaman ‘el Nacimiento del Invencible’. ¿Quién hay que sea tan invencible como Nuestro Señor.? O, si ellos dicen que es el día del nacimiento del Sol, Él es el Sol de Justicia” (Del Solst. Et Æquin, II, p. 118, ed. 1588). Una tradición que se remonta al siglo XV En el norte de Europa, entre ciertos pueblos germánicos y en Escandinavia, el período del solsticio de invierno se llamaba “Yule”. En la mitología de estos pueblos, el dios Heimdall venía a visitar por las noches todos los hogares humanos, dejando regalos para quienes se habían portado bien durante el año. Una característica constante de estas fiestas nórdicas es el uso de árboles perennes como elementos decorativos, por la razón ya mencionada, es decir, simbolizando que en pleno invierno, los pinos con hojas siempre verdes presagian el regreso de los días más largos y de la primavera. El árbol de Navidad, según esta hipótesis, sería una apropiación por parte de la Iglesia de esta tradición ancestral, después de que san Bonifacio, el evangelizador de Alemania, derribara hacha en mano el “roble del trueno” bajo el cual los paganos sacrificaban niños al dios Thor. Otra leyenda atribuye esta tradición a san Columbano, un monje irlandés que viajó extensamente por la Galia. Una nochebuena, llevó a algunos monjes del monasterio de Luxeuil, que había fundado al pie de los Vosgos, en la cima de uno de los montes vecinos. Allí había un pino muy centenario, objeto de un culto pagano entre los celtas, que lo consideraban “el árbol del parto”. San Columbano y sus compañeros colgaron entonces sus linternas de las ramas del árbol, dibujando una cruz luminosa. Pero esta historia parece legendaria, ya que ningún documento de la época da fe de ella.
En realidad, la asociación del árbol con la fiesta de la natividad está documentada recién a partir de comienzos del siglo XVI y, presumiblemente, empezó a hacerse común en el siglo XV, mucho antes de la revuelta de Lutero, que no tuvo nada que ver con la introducción de esta costumbre, reivindicada por varias ciudades del norte de Europa. Los habitantes de Friburgo, en Alemania, afirman que esta tradición comenzó en 1419 con los panaderos de la ciudad, que a partir de esa Navidad, decoraban anualmente un árbol con Lebkuchen (el tradicional pan de jengibre), nueces, manzanas y otras frutas. Pero solamente el día de Año Nuevo se permitía a los niños sacudir el árbol para comer sus manjares. Hermosas tradiciones en otros países Por su parte, la ciudad de Riga, capital de Letonia, reclama oficialmente la paternidad del primer árbol de Navidad, instalado por una corporación de mercaderes en 1510. Inicialmente destinado a ser quemado el día del solsticio, al final fue preservado, decorado y erigido en el mercado de la ciudad para celebrar la Navidad. Aún hoy, una laja de piedra señala el lugar.
La primera mención escrita de esta costumbre data de 1521, en el libro de cuentas de la ciudad de Sélestat, en la región de Alsacia (noroeste de Francia), que en aquella época pertenecía al Sacro Imperio Romano Germánico. Este documento registra el siguiente desembolso: “Cuatro chelines a los guardias forestales por vigilar el mais [del alemán meyen, “árboles festivos”] de Santo Tomás [el apóstol que dudó de la Resurrección de Jesucristo]”, cuya festividad se celebraba el 21 de diciembre. El municipio de Sélestat argumenta que si era necesario proteger su bosque, debe suponerse que adornar un árbol en esta época del año era relativamente corriente y formaba parte de las costumbres locales… El origen de la costumbre de traer árboles del bosque y decorarlos procede, a su vez, de los llamados “misterios”, es decir, de las representaciones teatrales con escenas de la Biblia y del Jardín del Edén, que se llevaban a cabo durante la Edad Media en los atrios de las iglesias con motivo de las grandes festividades litúrgicas. Como al inicio del invierno no se podían encontrar manzanos con sus frutos, se colocaba un pino con adornos que imitaban manzanas. Sea como fuere, la costumbre de armar en las casas árboles de Navidad con bolas de colores y guirnaldas, coronados por una estrella de Belén, empezó en el siglo XIX en el mundo germánico. Fueron las princesas alemanas, cuya infancia había sido iluminada por la presencia del pino en un salón del palacio, quienes llevaron esta tradición a los demás países europeos. En Francia, la iniciativa partió de la princesa Elena de Mecklemburgo-Schwerin, duquesa de Orleans, que en 1837 pidió permiso a su suegro, el rey Luis Felipe, para colocar un árbol de Navidad en el palacio de las Tullerías.
En Inglaterra, fue el esposo de la reina Victoria, el príncipe Alberto de Sajonia-Coburgo-Gotha, también nacido en Alemania, quien importó esta tradición en la década de 1840. Las ilustraciones de los periódicos de la época muestran a la familia real inglesa delante de un árbol de Navidad ricamente decorado, en el que se distinguen velas encendidas. En Portugal, el árbol de Navidad fue introducido alrededor de 1844, en el Palacio Real de las Necesidades, en Lisboa, por D. Fernando II, duque de Sajonia-Coburgo-Gotha y rey consorte, debido a su matrimonio con la reina María II, hija de D. Pedro I. Un grabado dibujado por el propio rey [foto de al lado] le muestra vestido de San Nicolás, junto al árbol decorado con velas, bolas y frutas, repartiendo regalos a los siete principitos. El primer árbol de Navidad en el continente americano fue instalado en 1781 en la localidad canadiense de Sorel por la señora Friederike Riedesel von Lauterbach, esposa del general al mando de las tropas alemanas enviadas por el duque de Brunswick como auxiliares del ejército inglés para tratar de impedir la independencia de Estados Unidos. Cabe señalar que desde 1982 se inició la tradición de erigir un enorme árbol de Navidad en la Plaza de San Pedro de Roma, donado cada año por un país diferente. Aunque historia y leyenda fácilmente se entrelacen, no cabe duda de que millones de niños en todo el mundo se sienten atraídos y encantados por los árboles de Navidad, que alimentan su inocencia y les ayudan a aceptar con sencillez y alegría las maravillosas verdades de la fe, especialmente el dogma de la Encarnación del Dios que se hizo hombre y nació de una Virgen en una fría noche en la Gruta de Belén.
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“Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no camina en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida” (Jn 8, 12) Navidad |
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