La vidente de Lourdes Las apariciones de la Santísima Virgen a una joven en el suroeste de Francia, confirmaron el dogma de la Inmaculada Concepción y operaron maravillas en el mundo entero Plinio María Solimeo María Bernarda o Bernadette nació en Lourdes, en las estribaciones de los Pirineos franceses, el 7 de enero de 1844. Sus padres eran molineros y habían gozado de cierta fortuna, pero debido a la facilidad con que perdonaban sus deudas, terminaron cayendo en la miseria. Siendo la mayor de cuatro hijos, Bernadette asumió a temprana edad la obligación de ayudar a sus padres en el cuidado de sus hermanos pequeños y de las labores domésticas, sin poder ir a la escuela. Lo cual no le impidió aprender los rudimentos del catecismo y a rezar el rosario. A los catorce años de edad, menuda y enfermiza, tuvo la dicha de contemplar en dieciocho ocasiones, del 2 de febrero al 16 de julio de 1858, a la Santísima Madre de Dios, que dijo de ella misma: “Yo soy la Inmaculada Concepción”, confirmando así el dogma que el inmortal pontífice Pío IX había proclamado cuatro años antes. Claro está que del punto de vista teológico un dogma proclamado no necesita de ninguna confirmación, pero para la piedad de los fieles las apariciones de Lourdes ocasionaron un caudal de gracias y un notable aumento de la devoción mariana en el mundo entero, dejando especialmente viva la creencia en la concepción inmaculada de María Santísima. En una de las apariciones, Bernadette, a pedido de la Virgen Inmaculada, cavó con sus propias manos en el suelo barroso, de donde brotó la milagrosa fuente, origen de tantos y tan retumbantes milagros que se prolongan hasta nuestros días. La vida de Bernadette se resume en la práctica de lo que le recomendó la Santísima Virgen: rezar, especialmente el rosario, y hacer penitencia por los pecadores. Por ello, habiendo entrado posteriormente en el convento de las Hermanas de la Caridad en Nevers, su oración frecuente era: “Oh Jesús, oh María, haced que todo mi consuelo en este mundo consista en amaros y sufrir por los pecadores. Que yo misma sea un crucifijo viviente, transformada en Jesús… Tengo que ser víctima… Llevaré con valentía y generosidad la cruz oculta en mi oración. Mi ocupación es sufrir”.1 Analfabeta hasta los catorce años, en su humildad ella se consideraba poco inteligente y capaz. Por eso decía: “Puesto que no sé nada, puedo, por lo menos, rezar el rosario y amar a Dios con todo mi corazón”. Y, además: “¡Ha recomendado tanto la Santísima Virgen rogar por los pecadores!”. “Tengo necesidad del socorro de las almas buenas” Nada mejor para conocer la vida de un santo que a través de sus propias palabras. En tal sentido, presentamos aquí algunos trechos de lo que santa Bernardita escribió en sus cartas. Pues, a pesar de haber aprendido a escribir tarde, uno de sus grandes apostolados fue el epistolar. Existen más de cien cartas suyas que dan testimonio de una inteligencia viva, alegre y perspicaz. Así, en la primera de ellas, dirigida a un ferviente devoto de Lourdes, la santa le pide que rece por ella a la Virgen para que alcance “la gracia de corresponder fielmente a todos los designios de Dios sobre mí. Yo soy, señor, muy débil. Tengo una gran necesidad del socorro de las oraciones de las almas buenas, para no abusar del favor que recibí del cielo, a pesar de ser indigna” (Carta del 3 de diciembre de 1862 a don Antonio Morales, p. 23).2 Alta comprensión de la vocación religiosa Santa Bernadette entendió bien la vida religiosa. Por lo que le escribe a su hermano Juan María, que quería ser religioso, se puede comprender cómo ella vivió su consagración a Dios: “Recordemos frecuentemente estas palabras del divino Maestro que nos dice: ‘No vine para ser servido, sino para servir’. Esto parece duro y difícil para la naturaleza, pero cuando se ama bien a Nuestro Señor, todo se vuelve fácil. “Cuando algo nos cuesta, digamos enseguida: ‘todo para complacerte, oh Dios mío, y nada para satisfacerme’. “Este otro pensamiento también me hizo mucho bien: ‘hacer siempre lo que más nos cueste’; eso me ayudó a superar muchas pequeñas repugnancias” (Carta a Juan María, del 21 de abril de 1870, p. 63). Gran devoción a la Sagrada Eucaristía Sobre su devoción a la Sagrada Eucaristía, encontramos un ejemplo en la carta que escribe a sus primas, que se preparaban para hacer la primera comunión: “¡Oh mis queridas niñas! Es necesario tener un corazón de ángel para recibir a Nuestro Señor como se merece! Hacedlo al menos con la mayor fe, humildad y amor que os sea posible. “Y, tan pronto como Nuestro Señor esté en vuestro corazón, abandonaos a Él, y gozad en paz las delicias de su presencia. Amadlo, adoradlo, escuchadlo, alabadlo, incluso diría, disfrutadlo. “¡Oh momento feliz! Solo la eternidad nos reserva mayores alegrías” (Carta a sus primas, alrededor de 1875, p. 102). A su hermano menor, Pedro, que también iba a hacer la primera comunión, le escribe: “No hace falta decir, mi querido hermanito, que de aquí en adelante tu corazón, tu espíritu, tu alma, no deben ocuparse sino de un solo pensamiento: el de hacer de tu corazón la morada de un Dios. “¡Oh! Sí, es necesario que este buen Salvador esté continuamente presente en tu pensamiento, y pedirle que Él mismo prepare su morada, a fin de que no falte nada a su llegada” (Carta a su hermano Pedro Bernardo, del 23 de mayo de 1872, p. 80). En cuanto a la alegría de poder comulgar, también le confía a su hermana María: “¡Nuestro Señor es tan bueno! Tuve la felicidad de recibirlo durante toda mi enfermedad tres veces por semana en mi pobre e indigno corazón. “La cruz se hizo más ligera y los sufrimientos dulces, cuando pensaba que tendría la visita de Jesús, y el insigne favor de poseerlo en mi corazón” (Carta del 28 de abril de 1873, p. 85-86). Percibiendo la mano de Dios que castiga Bernadette veía los acontecimientos de su tiempo con ojos sobrenaturales. Así, por ejemplo, en 1870, durante la guerra franco-prusiana, cuando los alemanes ya estaban cerca de Nevers —y por lo tanto amenazaban la propia seguridad de las hermanas—, estando ya la comunidad entera al servicio de los heridos, santa Bernadette escribe a su hermana María: “Solo tenemos una cosa que hacer: pedirle mucho a la Santísima Virgen, a fin de que Ella quiera interceder por nosotros ante su querido Hijo, y nos obtenga el perdón y la misericordia; tengo la dulce confianza de que la justicia de Dios que nos castiga en este momento será aplacada por esa tierna Madre” (Carta a su hermana María, del 25 de diciembre de 1870, p. 70). En 1871, durante los grandes tumultos de la Comuna de París, escribe a la madre Alejandrina: “Permitid, mi querida madre, que os desee un buen Aleluya, así como a todas las queridas hermanas. Deberíamos llorar más bien que alegrarnos viendo a nuestra pobre Francia tan endurecida y tan ciega. “¡Cuánto se ofende a Nuestro Señor! Roguemos mucho por estos pobres pecadores, para que se conviertan: ¡después de todo, son nuestros hermanos! Pidamos a Nuestro Señor y a la Santísima Virgen que transformen a estos lobos en corderos” (Carta a la madre Alejandrina Roques, del 3 de abril de 1872, p. 78). En otra carta, el 4 de julio de 1875, haciendo alusión a las masacres cometidas en París durante el advenimiento de la Tercera República y las grandes inundaciones en la región de Lourdes, le dice a su hermana María: “El buen Dios nos castiga, pero siempre es padre. Las calles de París fueron regadas por la sangre de un gran número de víctimas, y eso no fue suficiente para mover los corazones endurecidos por el mal; fue necesario que las calles del Sur también fueran lavadas y que también tuvieran sus víctimas. ¡Dios mío! “¡Cuán ciego es el hombre si no abre su corazón a la luz de la fe! Después de tan terribles desgracias, ¿no tendremos la tentación de preguntarnos qué pudo haber causado estos terribles castigos? “Escuchemos bien, y oiremos una voz, en lo profundo de nuestro corazón, que nos dice: es el pecado, sí, el pecado, ya que es la mayor infelicidad que nos atrae todos los castigos. “El mal que hacemos con malicia cae sobre nosotros. Esa es la felicidad y las ventajas que la obra del pecado nos deparan. Oh Dios mío, perdónanos y muéstranos tu misericordia” (p. 97-98). Bernadette piensa en los militares que tenían que mantener el orden y la disciplina durante aquellos calamitosos tiempos. Así, le dice a su hermano, que se había enrolado en el ejército: “Sé que los militares tienen mucho que sufrir en silencio. Si ellos tuvieran el empeño de decir cada mañana al levantarse estas breves palabras a Nuestro Señor: ‘Dios mío, hoy quiero hacer todo y sufrir todo por vuestro amor’, cuántos méritos adquirirían para la eternidad. Un soldado que hiciera esto y fuera fiel a sus deberes como cristiano, en la medida de lo posible, tendría tanto mérito como un religioso. “En efecto, el religioso no puede esperar recompensa por sus trabajos y sufrimientos, sino por lo que ha sufrido y trabajado para agradar a Nuestro Señor” (Carta a Juan María, del 1º de julio de 1876, p. 109). “Nuestra familia es más numerosa en el cielo” Su hermana María, que ya había perdido a tres hijos, pierde a la última hija que le quedaba. La carta que le escribe santa Bernadette está llena de espíritu sobrenatural: “Adoremos siempre y bendigamos la mano poderosa de Nuestro Señor, que solo nos alcanza para curarnos y hacernos ver la nada de las cosas de esta miserable tierra, donde no estamos sino de paso. “Es cierto que la prueba es muy ruda. Pero cuando miro las cosas con los ojos de la fe, no puedo evitar de exclamar: feliz la madre que envía ángeles al cielo, que rezarán por ti y por toda tu familia. Ellos serán nuestros protectores ante Nuestro Señor y la Santísima Virgen. […] Valor: nuestra familia es más numerosa en el cielo que en la tierra. Recemos, trabajemos y suframos tanto cuanto sea del agrado de Nuestro Señor. Tal vez dentro de poco compartiremos su felicidad” (Carta del 26 de agosto de 1876, p. 115). Al Papa: “Hace mucho que soy un zuavo” 3 Finalmente, un extracto de la carta que la santa escribió al bienaventurado Pío IX, donde se puede apreciar su espíritu combativo y lleno de fe: “Hace mucho que soy un zuavo, aunque indigno, de Su Santidad. Mis armas son la oración y el sacrificio, que conservaré hasta el último suspiro. Entonces caerá el arma del sacrificio, pero la de la oración me acompañará hasta el cielo, donde tendrá más eficacia que en este destierro. […] Me parece que todas las veces que ruego por vuestras intenciones, desde el cielo la Santísima Virgen dirige sus miradas sobre Vos, Santísimo Padre, ya que la proclamasteis Inmaculada; y cuatro años después esta excelsa Madre vino a la tierra para decir: ‘Yo soy la Inmaculada Concepción’” (17 de diciembre de 1876, p. 126).
Notas.- 1. Dom Próspero Guéranger, El Año Litúrgico, Editorial Aldecoa, Burgos, 1956, t. II, p. 779. 2. Las cartas son tomadas de la obra Soeurs de la Charité de Nevers, Sainte Bernadette d’après ses lettres, P. Lethielleux, París, 1993. 3. “Zuavo Pontificio”: Nombre del cuerpo de infantería francesa, originalmente reclutado en Argelia, compuesto por voluntarios católicos que estaban dispuestos a proteger al beato Papa Pío IX contra los revolucionarios que invadieron los Estados Pontificios.
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Sta. Bernadette Soubirous La vidente de la Virgen de Lourdes |
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