Tema del mes El pueblo que caminaba en tinieblas vio una gran luz

“Alégrese el cielo, goce la tierra … delante del Señor,
que ya llega” (Sal 96, 11-13)

Plinio Corrêa de Oliveira

En la fiesta de la Santa Navidad hay varias nociones que, por así decirlo, se superponen. En primer lugar, el nacimiento del Niño Dios pone de manifiesto ante nuestros ojos el hecho de la Encarnación.

Es la segunda Persona de la Santísima Trinidad que asume la naturaleza humana y se hace carne por amor a nosotros. Es también el comienzo de la existencia terrena de Nuestro Señor. Es un comienzo resplandeciente de claridades que encierra una degustación anticipada de los episodios admirables de su vida pública y privada.

En lo alto de esta perspectiva está, sin duda, la Cruz. Sin embargo, en las alegrías de la Navidad apenas si vislumbramos lo que ella tiene de sombrío. Solo vemos derramarse sobre nosotros, desde lo alto de ella, la Redención.

La Navidad es, pues, el prenuncio de la liberación, la señal de que las puertas del Cielo van a ser reabiertas, que la gracia de Dios nuevamente se difundirá sobre los hombres, y que la tierra y el Cielo constituirán de nuevo una sola sociedad bajo el cetro de un Dios que es Padre, y ya no apenas Juez.

Si analizamos detenidamente cada una de estas razones de alegría, comprenderemos lo que es el júbilo de la Navidad, este regocijo cristiano ungido de paz y de caridad que hace que durante algunos días todos los hombres se sientan penetrados de un sentimiento bastante raro en este triste siglo: la alegría de la virtud.

La Encarnación: júbilo por el encuentro de Nuestro Señor con los hombres

La Navidad es el prenuncio de la liberación, la señal de que las puertas del Cielo van a ser reabiertas, que la gracia de Dios nuevamente se difundirá sobre los hombres, y que la tierra y el Cielo constituirán de nuevo una sola sociedad bajo el cetro de un Dios que es Padre, y ya no apenas Juez

La primera impresión que nos produce el hecho de la Encarnación es la idea de un Dios sensiblemente presente y muy cercano a nosotros. Antes de la Encarnación Dios era, para nuestra sensibilidad humana, lo que para un hijo sería un padre inmensamente bueno pero que habita en una tierra lejana. De todas partes recibíamos los testimonios de su bondad. Sin embargo, no teníamos la ventura de haber experimentado personalmente sus agrados, de haber sentido posar sobre nosotros su mirada divinamente profunda, gravemente comprensiva, noblemente afectuosa. No conocíamos las inflexiones de su voz.

La Encarnación significa para nosotros el júbilo de este primer encuentro, la alegría de la primera mirada, la acogida cariñosa de la primera sonrisa, la sorpresa y el aliento de los primeros instantes de intimidad. Y por esto, en Navidad todos los afectos se vuelven más expansivos, todas las amistades más generosas, toda la bondad más presente en el mundo.

La humanidad rehabilitada, ennoblecida y glorificada

El júbilo de la Navidad, este regocijo cristiano ungido de paz y de caridad que hace que durante algunos días todos los hombres se sientan penetrados de un sentimiento bastante raro en este triste siglo: la alegría de la virtud.

En la alegría de la Navidad hay, sin embargo, una gran nota de solemnidad. Puede decirse que la Navidad es, de un lado, la fiesta de la humildad, pero de otro lado es la fiesta de la solemnidad. En efecto, el hecho de la Encarnación trae a nuestro espíritu la noción de un Dios que asumió la miseria de la naturaleza humana, en la más íntima y profunda unión que hay en la creación.

Si de parte de Dios ello manifiesta una condescendencia casi incalculable, recíprocamente, en cuanto a los hombres hay una elevación casi ine­fable. Nuestra naturaleza fue promovida a una honra que jamás podríamos imaginar. Nuestra dignidad creció. Fuimos rehabilitados, ennoblecidos, glorificados.

Y por esto hay algo de familiar y discretamente solemne en las fiestas de Navidad. Los hogares se adornan como para los días más importantes, cada cual usa sus mejores trajes, la cortesía se torna más refinada. Comprendemos, a la luz del pesebre, la gloria y la bienaventuranza de ser, por la naturaleza y por la gracia, hermanos de Jesucristo.

Jesús vino a mostrar que la gracia nos abre las avenidas de la virtud

En la alegría de la Navidad hay una gran nota de solemnidad. Los hogares se adornan como para los días más importantes, cada cual usa sus mejores trajes, la cortesía se torna más refinada.

En la alegría de la Navidad también hay algo del júbilo del prisionero indultado, del enfermo curado. Júbilo constituido de sorpresa, bienestar y gratitud.

De hecho, nada hay que pueda expresar la tristeza manifiesta del mundo antiguo. El vicio había dominado la tierra, y las dos actitudes posibles ante él conducían igualmente a la desesperación. Una consistía en buscar en él el placer y la felicidad. Fue la solución de Petronio, que murió suicidándose. Otra consistía en luchar contra él. Era la de Catón, que después de la derrota de Tapso, aplastado por la escoria del Imperio, puso fin a su vida exclamando: “Virtud, no eres más que una palabra”. La desesperación era, pues, el término final de todos los caminos.

Jesucristo vino a mostrarnos que la gracia nos abre las avenidas de la virtud, que hace posible en la tierra la verdadera alegría que no nace de los excesos y desór­denes del pecado, sino del equilibrio, de los rigores, de la bienaventuranza, del ascetismo. La Navidad nos hace sentir la alegría de una virtud que se tornó practicable, y que es en la tierra un gozo anticipado de la bienaventuranza del Cielo.

Con la Navidad comienza la derrota del pecado y de la muerte

En la alegría de la Navidad también hay algo del júbilo del prisionero indultado, del enfermo curado. Júbilo constituido de sorpresa, bienestar y gratitud.

No hay Navidad sin ángeles. Nos sentimos unidos a ellos y participamos de aquella alegría eterna que los inunda. Nuestros cánticos, en este día, tratan de imitar a los suyos.

Vemos el Cielo abierto ante nosotros, y la gracia elevándonos desde ya a un orden sobrenatural en el que las alegrías trascienden a todo cuanto el corazón humano puede imaginar. Es porque sabemos que con la Navidad comienza la derrota del pecado y de la muerte. Sabemos que es el comienzo de un camino que nos llevará a la resurrección y al Cielo. Cantamos en la Navidad la alegría de la inocencia redimida, la alegría de la resurrección de la carne, la alegría de las alegrías que es la eterna contemplación de Dios.

Y es por esto que, dentro de algunos días, cuando las campanas anuncien a la cristiandad la Santa Navidad, habrá una vez más alegría santa sobre la tierra.

 

La reina Isabel la Católica podría ser beatificada Santa Adelaida
Santa Adelaida
La reina Isabel la Católica podría ser beatificada



Tesoros de la Fe N°264 diciembre 2023


“Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no camina en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida” (Jn 8, 12) Navidad
Diciembre de 2023 – Año XXII La vida del Divino Salvador comenzó en medio de afrentas La prodigiosa inspiración del Espíritu Santo El censo en Belén Navidad en Pisco La reina Isabel la Católica podría ser beatificada El pueblo que caminaba en tinieblas vio una gran luz Santa Adelaida El árbol de Navidad Sublime diálogo de almas



 Artículos relacionados
San Benito José Labre Benito José nació el 26 de marzo de 1748 en Amettes, en la diócesis de Boulogne, al norte de Francia. Era el mayor de los 15 hijos de Juan Bautista Labre y Ana Bárbara, miembros de la clase media local, que dieron a su numerosa prole una profunda educación religiosa, de manera que varios de ellos siguieron la vocación sacerdotal...

Leer artículo

Misión de la nobleza y de las élites para enfrentar el caos contemporáneo A pesar de la estupenda vitalidad que los pueblos europeos han demostrado tener tras haber sido sacudidos en nuestro siglo por dos guerras mundiales, es necesario reconocer que la recuperación de los efectos producidos por la última exigió de ellos mucho tiempo y un oneroso esfuerzo...

Leer artículo

San Ricardo de Wych Segundo hijo de Ricardo y Alicia de Wych, pertenecientes a la nobleza agrícola, también es conocido como san Ricardo de Chichester. Nació en 1197 en Burford, cerca de Wych, actual Droitwich, en el condado inglés de Worcestershire...

Leer artículo

El portón del Palais de Justice En la bella fachada del Palais de Justice (Palacio de Justicia), en París, el estilo es casi todo medieval, aunque las ventanas y un frontis superior, en el último lance, recuerden más al Renacimiento: son desfiguramientos renacentistas...

Leer artículo

Santos Francisco y Jacinta Marto Coincidiendo con la celebración del centésimo aniversario de la primera aparición de la Santísima Virgen a los tres pastorcitos de Fátima, dos de ellos —Jacinta y Francisco, fallecidos en olor de santidad antes de cumplir los 10 y los 11 años de edad, respectivamente— fueron canonizados por el Papa Francisco el día 13 de mayo del 2017...

Leer artículo





Promovido por la Asociación Santo Tomás de Aquino