Tema del mes Santa Margarita María Alacoque

Basílica románica de Paray-le-Monial, dedicada al Sagrado Corazón de Jesús a partir de 1875; construida sobre un antiguo priorato cluniacense del siglo X

La confidente del Sagrado Corazón de Jesús

Alfonso de Souza

En el siglo XVII, el jansenismo —una especie de protestantismo mitigado, infiltrado dentro de la Iglesia— ocasionaba grandes daños entre los fieles. Destruía en las almas la noción de la misericordia de Dios y de la confianza filial que debemos tener hacia nuestro Padre Celestial, infundiendo un temor desprovisto de amor, inclinando a los católicos a huir de los sacramentos, especialmente de la Sagrada Eucaristía.

Fue en tales circunstancias que Nuestro Señor Jesucristo se apareció a Margarita María Alacoque, una joven religiosa de la Orden de la Visitación, para transmitirle su mensaje de misericordia y confianza, expresado en el Corazón humano y divino del Verbo Encarnado. A partir de entonces, el culto al Sagrado Corazón de Jesús cobró gran impulso y se extendió por toda la Iglesia. Desgraciadamente, con la descristianización general, hoy esta devoción —como tantas otras— ha perdido prácticamente todo su sentido de adoración, reparación y petición, tan necesarios en nuestra época.

La familia de santa Margarita María

Margarita, la quinta hija de Claudio Alacoque y Felisberta Lamyn, nació el 22 de julio de 1647. Fue bautizada tres días después, siendo su padrinos el sacerdote Antonio Alacoque, primo de su padre, y la señora Margarita de Saint-Amour, esposa del señor de Corcheval, Claudio de Fautrières.

En casa de Claudio Alacoque vivían, además de su mujer e hijos, su madre viuda, Juana Delaroche; su hermana Benita, casada con un primo suyo, Toussaint Delaroche, y los cuatro hijos de ambos; y su tía abuela, Benita Meulin, madre de Toussaint.1

Además de ejercer el cargo de notario real en Hautecourt, don Claudio era juez de los señoríos de Terreau, Corcheval y Pressy, así como notario ordinario en Terreau y Corcheval, lo cual le daba cierta importancia en el vecindario y una vida holgada en casa. Por ello, su presencia era indispensable en casi todas las bodas y bautizos locales, ya sea en calidad de padrino o como testigo.

Castillo de Corcheval en Beaubery, donde la santa vivió entre los cuatro y los ocho años de edad

Preservada desde la cuna de la más leve mancha de pecado

Dios quiso a Margarita desde la cuna únicamente para Él. “Único amor mío —relata ella en su autobiografía—, ¡cuánto os debo por haberme prevenido desde mi más tierna edad, constituyéndoos dueño y poseedor de mi corazón, aunque conocíais bien la resistencia que había de haceros! No bien tuve conciencia de mí misma, hicisteis ver a mi alma la fealdad del pecado, que imprimió en mi corazón un horror tal, que la más leve mancha me era tormento insoportable; y para refrenar la vivacidad de mi infancia, bastaba decirme que era ofensa de Dios; con esto contenían mi ligereza y me retraían de lo que ansiaba ejecutar”.2

Margarita tendría unos cuatro años cuando, a instancias de su madrina, fue a vivir con ella al castillo de Beaubery. Como era costumbre en la época, la noble dama quiso ocuparse de la educación de su ahijada.

En la capilla de Corcheval, con cinco años de edad, “sin saber lo que hacia, me sentía continuamente impulsada a decir estas palabras: ‘Dios mió, os consagro mi pureza y hago voto de perpetua castidad’”.3

Contemplativa y devota de la Virgen desde su infancia

Declara su primer biógrafo: “Desde su infancia, el Espíritu Santo le enseñó el punto capital de la vida interior, concediéndole el don de la oración. Su mayor placer era pasar horas enteras en oración; cuando no la encontraban en casa, iban a la iglesia, donde la hallaban inmóvil delante del Santísimo Sacramento”.4

En 1654, Margarita, a la edad de ocho años, volvió a la casa paterna. Pero no disfrutó por mucho tiempo de la alegría de la familia reunida. Ese año murió su hermanita Gilberta, y al año siguiente su padre, a los 41 años. Esto dejó a la viuda con cinco hijos a su cargo (el menor solo tenía cuatro años) y una situación económica apenas equilibrada.

La señora Alacoque colocó a sus hijos mayores en diferentes colegios, y Margarita ingresó como alumna en el convento de las clarisas de Charolles.

En vista de su precoz piedad, las monjas le permitieron hacer la primera comunión a los nueve años de edad, cuando la costumbre de la época era a los doce. Ella dice: “esta comunión derramó para mí tanta amargura en todos los infantiles placeres y diversiones, que no podía ya hallar gusto en ninguno, aunque los buscase con ansia”.5

Una señal de predestinación es la devoción a Nuestra Señora. Y Margarita siempre la tuvo desde los albores de la razón: “La Santísima Virgen tuvo siempre grandísimo cuidado de mí: yo recurría a ella en todas mis necesidades y me salvaba de grandísimos peligros”.6

Mucho antes de que san Luis María Grignion de Montfort popularizara la devoción de la sagrada esclavitud a Nuestra Señora, Margarita se consagró a Ella como esclava.

“Los huesos me rasgaban la piel por todas partes”

Un alma con una vocación tan especial como la de Margarita María debería seguir la vía del sufrimiento. Sin embargo, había llegado a los once años de edad sin prácticamente haber conocido de cerca la cruz de Nuestro Señor. Y Él quería que su hija predilecta participara de ella.

Una grave enfermedad, que según unos se trataba de reumatismo y según otros de una parálisis, puso en peligro la vida de Margarita, obligando a su familia a sacarla del convento y llevarla a casa. La enfermedad duró casi cuatro años. La niña quedó semiparalítica y tan delgada que “los huesos me rasgaban la piel por todas partes”, y no podía caminar. Los médicos agotaron toda su ciencia sin ningún resultado.

Decidió entonces consagrarse a la Santísima Virgen, prometiéndole que, si sanaba, sería una de sus hijas. “Apenas se hizo este voto, recibí la salud acompañada de una nueva protección de esta Señora, la cual se declaró de tal modo dueña de mi corazón que mirándome como suya, me gobernaba como consagrada a Ella, me reprendía mis faltas y me enseñaba a hacer la voluntad de Dios”.7

Su madre se había despojado de su propia autoridad

Mientras Claudio Alacoque vivía, debido a la importancia y al prestigio de que gozaba, todos llevaban una vida tranquila en casa bajo la autoridad paterna. Pero tan pronto como murió y Toussaint Delaroche se hizo cargo de la dirección de los negocios, su esposa y su suegra también se impusieron. De tal manera que se convirtieron en las dueñas absolutas de la casa. “Mi madre se había despojado de su autoridad en casa para trasmitirla a otros […] No teníamos, pues, autoridad alguna en casa, ni osábamos hacer nada sin permiso. Era una guerra continua y todo estaba bajo llave, de tal modo, que con frecuencia ni aún hallaba con qué vestirme para ir a misa, si no pedía prestados cofia y hábito”.8

Nuestro Señor quería de ella, también en esto, una virtud heroica: “No me permitía quejarme, ni murmurar, ni tener resentimiento con esas personas, ni aún tolerar que me tuvieran lástima y compasión”.9

Casa donde nació Margarita María en Verosvres

Consuelo de Nuestro Señor y devoción eucarística

Margarita buscaba su consuelo en la oración. Y Nuestro Señor mismo quiso ser su maestro: “Me hacia postrar humildemente en su presencia para pedirle perdón de cuanto le había ofendido”.

Puesta así en presencia del Señor, “atraía tan fuertemente mi espíritu, teniendo en Él absortas mi alma y todas mis potencias, que no sentía distracción alguna, sino mi corazón consumido por el deseo de amarle, lo cual me producía una insaciable ansia de comulgar y sufrir”.

La mayor posibilidad de unión con Nuestro Señor que Él nos dejó en la tierra, es mediante la Sagrada Comunión, en la que recibimos verdaderamente el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Jesucristo. De ahí la “insaciable ansia” que Margarita sentía por la Sagrada Comunión, encontrando sus mayores deleites delante del Santísimo Sacramento. Allí se sentía “tan absorta, que jamás sentía cansancio. Hubiera pasado allí los días enteros con sus noches sin beber, ni comer y sin saber lo que hacia, sino era consumirme en su presencia como un cirio ardiente para devolverle amor por amor”.10

Tentada por las seducciones del mundo e invitada por la gracia

En 1663, Margarita sufrió un terrible golpe. A su hermano mayor, Juan, habiendo terminado sus estudios en Charolles, le sorprendió la muerte a la edad de 23 años cuando se disponía a iniciar su carrera de notario.

Su segundo hermano, Carlos Felisberto, habiendo terminado igualmente sus estudios, regresó a casa. Él y su madre concibieron entonces el plan de casar a Margarita, que había cumplido los diecisiete años. La familia Alacoque estaba bien relacionada y era estimada en toda la región. Y Margarita, sin ser rica, tenía lo suficiente para una dote digna. Aunque no destacaba por su belleza, tenía ciertos atractivos, sobre todo de espíritu.

La presión que ejercieron sobre la adolescente fue terrible. “Finalmente, la ternura hacia mi buena madre comenzó a sobreponerse […]. Comencé, pues, a mirar al mundo, y a componerme para agradarle, procurando divertirme lo más que podía”.

Sin embargo, si ella persistía en su falta, Nuestro Señor persistía en su misericordia: “Luego, cuando por la tarde me quitaba las malditas libreas de Satanás, quiero decir, los vanos adornos, instrumentos de su malicia, se me ponía delante mi Soberano Maestro, todo desfigurado, cual estaba en su flagelación, dándome acerbas reprensiones; que era mi vanidad, lo que le había reducido a tal estado; que perdía un tiempo tan precioso, del cual se me pediría una cuenta rigurosa a la hora de la muerte; que le hacia traición y perseguía después de haberme dado tantas pruebas de su amor y de su deseo de hacerme semejante a Él”.

Nave central de la Basílica dedicada al Sagrado Corazón de Jesús en Paray-le-Monial

Nuevos sufrimientos y acción de la divina misericordia

La escena es conmovedora. Y el alma de Margarita no era insensible a tantas gracias: “Estampábase todo esto tan profundamente en mi espíritu y abría tan dolorosas llagas en mi corazón, que lloraba amargamente, y me seria muy difícil expresar cuánto sufría y lo que por mí pasaba”.11 Para compensarlo, ella se entregaba a las más terribles penitencias.

Y de pronto, el 25 de setiembre de 1665, casi repentinamente falleció Claudio Felisberto, también a la edad de 23 años. Fue otra prueba para la familia. Solo quedaban, aparte de Margarita, Crisóstomo, el penúltimo, y Jaime, el menor, que quería seguir la carrera eclesiástica.

Narra Margarita: “Encontrándome un día en un abismo de estupor viendo que tantos defectos e infidelidades, como en mí hallaba, no eran capaces de causarle náusea, me dijo respondiendo: ‘Es porque deseo hacer de ti como un compuesto de mi amor y de mis misericordias’”.12

Al corresponder a la gracia, define su vocación

La intimidad con la que Nuestro Señor se le aparecía y le hablaba es asombrosa. Vivía como que en la presencia perceptible de Dios.

Sin embargo, “ya que soy débil”, Nuestro Señor le pidió su consentimiento para tomar posesión de su libertad. “No puse obstáculo en dar el consentimiento, y desde entonces [Nuestro Señor] se apoderó tan fuertemente de mi albedrío, que no he gozado más de él en todo el resto de mi vida”.13

Lo cual, por supuesto, es un modo de expresarse, porque Dios no le quita el libre albedrío a nadie. Lo que sucedió en realidad fue que Nuestro Señor fortaleció su voluntad de tal manera, por medio de gracias especiales, que esta ya no vacilaba. Esto corresponde al grado más alto de libertad, que es conformar la propia voluntad libre a la voluntad soberana de Dios. Libres de verdad no son los que pecan, sino los que, pudiendo hacerlo, no lo hacen.

Durante tres años, Margarita resistió a las presiones que ejercían sobre ella para que se casara. Con la ayuda de un religioso que predicaba misiones en la región, consiguió finalmente convencer a Crisóstomo y a su madre de que su lugar estaba en el convento.

Ingreso al convento y nuevos sufrimientos

El 25 de agosto de 1671, festividad de san Luis IX rey de Francia, tomó el hábito de novicia: “ Estando ya revestida con nuestro santo hábito, me dio a conocer mi divino Maestro que este era el tiempo de nuestros desposorios, los cuales le daban un nuevo dominio sobre mí, y me imponían una doble obligación: la de amarle y la de hacerlo con amor de preferencia”.14

Margarita se bañaba en lágrimas, sin que nadie supiera explicar la razón; parecía aturdida y medio fuera de sí; rompía cosas accidentalmente y parecía incapaz de prestar servicio alguno.

Ahora bien, esta vía mística no era propia del convento de la Visitación. Por esta razón, otras religiosas señalaron su comportamiento como singular, y las superioras le ordenaron que se comportara como todas las demás, so pena de no admitirla a la profesión, lo que causaba gran perplejidad a la novicia y era una nueva fuente de sufrimientos.

Vista interior del Monasterio de la Visitación en Paray-le-Monial

“Te haré más útil a la religión”

En la fiesta de la Ascensión de 1672 se produjo un cambio de superiora. La nueva era la madre María Francisca de Saumaise, profesa del monasterio de Dijon, que había sido guiada desde sus primeros años por la propia fundadora de la Visitación, santa Juana de Chantal. Había ingresado en la Visitación de Dijon a los diez años de edad, para continuar allí su educación; cinco años después era novicia, y al año siguiente hizo su profesión.

La madre Saumaise decidió favorablemente por la profesión de la hermana Margarita María.

Cuando ella le transmitió un mensaje de Nuestro Señor, la superiora le mandó que le pidiera, como señal de que era realmente Él quien hablaba, que “me hiciera útil” a la comunidad por la práctica exacta de todas sus reglas.

“Sobre este punto —dice Margarita María— me respondió su amorosa bondad: ‘Y bien, hija mía, todo eso te concedo, pues te haré más útil a la religión de lo que ella piensa; pero de una manera, que aún no es conocida sino por mí: y en adelante adaptaré mis gracias al espíritu de la regla, a la voluntad de tus superioras y a tu debilidad, de suerte, que has de tener por sospechoso cuanto te separe de la práctica exacta de la regla, la cual quiero que prefieras a todo’”.15

Víctima del Sagrado Corazón de Jesús

Algún tiempo antes de los ejercicios espirituales, Nuestro Señor se apareció a Margarita María y le dijo: “Busco para mi Corazón una víctima que quiero sacrificar como una hostia de inmolación para el cumplimiento de sus designios”. Ella se postró y le presentó “muchas almas santas, que corresponderían fielmente a sus designios”. Nuestro Señor le respondió: “No quiero otra que a ti”.

Margarita, mientras tanto, dilataba el pedido de autorización a su superiora: “En vano le resistía. No quería darme punto de reposo, hasta que por orden de la obediencia hubiese inmolado a todo lo que deseaba de mí, que era hacerme una víctima sacrificada a toda suerte de sufrimientos, de humillaciones, contradicciones, dolores y menosprecios, sin otra pretensión que la de cumplir sus designios”.16

Profesó el 6 de noviembre de 1672. Como esposa, Margarita debía ahora participar de una manera más directa en los intereses de su divino Esposo, que la preparaba para la gran misión de su vida: recibir y propagar la devoción al Sagrado Corazón de Jesús.

“Mi Corazón está apasionado de amor por los hombres”

Puesta en oración ante el Santísimo Sacramento, el 27 de diciembre de 1673, Nuestro Señor le dijo: “Mi divino Corazón está tan apasionado de amor por los hombres, y por ti en particular, que no pudiendo ya contener en sí mismo las llamas de su caridad ardiente, le es preciso comunicarlas por tu medio, y manifestarse a todos para enriquecerlos con los preciosos tesoros, que te descubro, y los cuales contienen las gracias santificantes y saludables necesarias para separarles del abismo de perdición. Te he elegido como un abismo de indignidad y de ignorancia, a fin de que sea todo obra mía”.17

Y agregó: “Si tú no te has dado hasta el presente otro nombre que el de mi esclava, yo te doy desde ahora el de discípula muy querida de mi Sagrado Corazón”.

Donde esta imagen fuere expuesta, derramaría sus gracias y bendiciones

Pórtico de la iglesia de La Colombière en Paray-le-Monial

Es muy probable que la Segunda Gran Revelación —cuya fecha, por desgracia, no ha quedado consignada— haya tenido lugar un primer viernes de mes de 1674.

Nuestro Señor le hizo ver que “el ardiente deseo que tenía de ser amado de los hombres y de apartarlos del camino de la perdición, adonde Satanás los precipita en tropel, le había hecho formar el designio de manifestar su Corazón a los hombres con todos los tesoros de amor, de misericordia, de gracia, de santificación y de salvación que contiene […] cuya imagen quería que se expusiera y que llevara yo sobre mi corazón, para grabar en él su amor, llenarlo de todos los dones de que Él estaba lleno, y destruir todos sus movimientos desarreglados. Y dondequiera que esta imagen fuere expuesta para ser honrada, derramaría sus gracias y bendiciones. Esta devoción era como un supremo esfuerzo de su amor que quería favorecer a los hombres en estos últimos tiempos con esta redención amorosa, para sacarlos del imperio de Satanás”.18

“El exceso, a que le había conducido el amar a los hombres”

La fecha de la llamada Tercera Gran Revelación tampoco quedó registrada. Probablemente tuvo lugar en 1674, un día en que estaba expuesto el Santísimo Sacramento. Margarita entró en éxtasis y vio a Nuestro Señor Jesucristo “todo radiante de gloria, con sus cinco llagas, que brillaban como cinco soles, y por todas partes salían llamas de su sagrada humanidad, especialmente de su adorable pecho, el cual parecía un horno. Abrióse este y me descubrió su amantísimo y amabilísimo Corazón, que era el vivo foco de donde procedían semejantes llamas. Entonces fue cuando me descubrió las maravillas inexplicables de su amor puro, y el exceso, a que le había conducido el amar a los hombres, de los cuales no recibía sino ingratitudes y desprecios”.19

“He aquí el Corazón que tanto ha amado a los hombres”

Según los estudiosos, la más conocida de todas las revelaciones, y en cierto sentido la más importante, tuvo lugar entre el 13 y el 21 de junio de 1675, durante la octava de la fiesta del Corpus Christi. Nuestro Señor, descubriendo su divino Corazón, le dijo: “He aquí el Corazón que tanto ha amado a los hombres y que no ha ahorrado nada hasta el extremo de agotarse y consumirse para testimoniarles su amor. Y, en compensación, solo recibe de la mayoría de ellos, ingratitudes por medio de sus irreverencias y sacrilegios, así como de las frialdades y menosprecios que tienen para conmigo en este Sacramento de Amor. Pero lo que más me duele es que se porten así los corazones que se me han consagrado. Por eso te pido que el primer viernes después de la octava del Corpus se celebre una fiesta especial para honrar a mi Corazón y que se comulgue dicho día para pedirle perdón y reparar los ultrajes por él recibidos durante el tiempo que ha permanecido expuesto en los altares. También te prometo que mi Corazón se dilatará para esparcir en abundancia las influencias de su divino amor sobre quienes le hagan ese honor y procuren que se le tribute”.20

Urna con las reliquias de san Claudio La Colombière en la iglesia de La Colombière en Paray-le-Monial

La gran promesa de la comunión reparadora

Aunque no sigamos el orden cronológico de la biografía de santa Margarita María, nos parece oportuno presentar aquí la llamada Gran Promesa, revelada al final de la vida de la vidente de Paray-le-Monial: “Te prometo, en la excesiva misericordia de mi Corazón, que su amor omnipotente concederá a todos los que comulguen nueve primeros viernes de mes seguidos, la gracia de la penitencia final; no morirán en mi desgracia y sin haber recibido los sacramentos, mi divino Corazón será su asilo seguro en el último momento”.21

Tantas gracias del más alto misticismo no podían pasar desapercibidas, y se reflejaban en el exterior de Margarita María, que caminaba como transportada.

San Claudio La Colombière avala las revelaciones

La madre de Saumaise juzgaba cada vez más confusamente a Margarita María. La consideraba piadosa, obediente y dócil, pero no conseguía interpretar los fenómenos místicos que se producían en ella. Creía en su sinceridad, pero no tenía los conocimientos teológicos para juzgar por sí misma el espíritu que guiaba a Margarita. Por eso le pareció prudente conseguir que conversara con algunos eclesiásticos y les expusiera lo que le ocurría, para ver qué opinión se formaban de ella. Y especialmente con el padre La Colombière, que acababa de ser nombrado director de la casa de los jesuitas de Paray.

Al dirigirse por primera vez a las monjas, el sacerdote se fijó en una que le escuchaba con más atención. La superiora le informó que se trataba de la hermana Margarita María. “Es un alma visitada por la gracia”, comentó el jesuita. Al mismo tiempo, una voz interior le dijo a Margarita: “He ahí el que te envío”.22

Como los santos por lo general hablan el mismo lenguaje, el padre La Colombière y la hermana Margarita María en seguida se entendieron. Por orden de la madre de Saumaise, “le abrí mi corazón, y le descubrí el fondo de mi alma, tanto lo malo, como lo bueno”, relata Margarita María en su autobiografía.23

Claudio La Colombière se convirtió así en el garante humano de las visiones de Margarita María. Sucediera lo que sucediera —y aún vendría mucha persecución e incomprensión—, un hecho era incontestable: el jesuita famoso por su prudencia y seguridad de juicio estaba seguro de la autenticidad de las visiones de la hermana Margarita María.

La nueva superiora pone a prueba a Margarita María

La madre Péronne Rosalia Greyfié llegó para sustituir a la madre de Saumaise el 18 de junio de 1678. A diferencia de esta última, que era muy sencilla y amable, la madre Greyfié era rígida y austera, y tomó el partido de fingir que ignoraba todo lo que ocurría con Margarita María, dejando que fuera objeto de críticas por parte de la comunidad, incluso por cosas que ella autorizaba. Sin embargo, la tenía en gran estima: “Noté también que las gracias que Nuestro Señor le concedía servían para ahondar su baja autoestima, que la llevaba a creer que todas las criaturas tenían derecho a despreciarla y criticarla en todo, y que ella apreciaba como un tesoro esta clase de ocasiones, de las que habría querido solamente excluir las ofensas a Dios, afligiéndose de ser la causa de ello”.23

Nuestro Señor le dijo cierto día que, como lo había hecho con Job, el demonio le había pedido tentarla “en el crisol de las contradicciones y de las humillaciones, de las tentaciones y desamparos, como el oro en el fuego”, y que lo permitiría todo, menos tentarla contra la pureza; que Él estaría dentro de ella como una fortaleza inexpugnable, resistiendo por ella. “Pero que era necesario vigilar constantemente el exterior, y Él se encargaría del interior”. A partir de entonces, el demonio no le daba tregua, llegando una vez a arrojarla desde lo alto de una escalera con un brasero en la mano. Pero su ángel de la guarda la amparó y ella nada sufrió.

¿Nadie querrá padecer conmigo?

Yendo un día a comulgar, Margarita vio la Sagrada Hostia resplandeciente como el sol. En su centro estaba Nuestro Señor Jesucristo con una corona de espinas en la mano. La puso sobre la cabeza de Margarita, diciendo: “Recibe esta corona, hija mía, como signo de la que pronto te será dada, para que te asemejes a mí”. La religiosa dice que en aquel momento no entendió lo que significaba, pero que luego lo supo por dos violentos golpes que recibió en la cabeza: “Desde entonces, le pareció que su cabeza estaba rodeada de espinas, por los violentos dolores que allí sentía, que solo acabaron con su vida”.25

Un día de carnaval, probablemente del año 1681, después de recibir la Sagrada Comunión se le apareció Nuestro Señor, “bajo la figura de un Ecce Homo, cargando su cruz, todo cubierto de heridas y de contusiones, derramando su sangre adorable por todas partes”. Le dijo: “¿No habrá nadie que se apiade de mí, que quiera compadecerse y tomar parte en mi dolor en el estado lamentable en que me ponen los pecadores, especialmente ahora?”.

La generosa Margarita María se postró a los divinos pies y se ofreció, entre lágrimas y gemidos, a cargar la cruz. Le pareció que estaba llena de puntas de clavos, y se sintió desfallecer bajo su peso. Con ello, dice la santa, “empecé a comprender mejor la gravedad y malicia del pecado, que tanto detestaba en mi corazón, que hubiera preferido mil veces precipitarme en el infierno antes que cometer voluntariamente un solo pecado”.26

Mensaje al “hijo primogénito de mi Corazón”

La devoción al Corazón de Jesús se abría paso dentro y fuera de los muros de la Visitación. Sin embargo, el Sagrado Corazón quería mucho más. Deseaba ser adorado por las élites, por la nobleza del país y del mundo, pero que además esta victoria llegase a través del monarca más poderoso de la época.

Por eso encargó a su fiel servidora que transmitiera al rey de Francia, Luis XIV —a quien llama afectuosamente “hijo primogénito de mi Sagrado Corazón”—, el siguiente mensaje: quería asociarlo al triunfo de su Sagrado Corazón, prometiéndole, si hacía lo que se le pedía, cubrirlo de gloria aun en esta tierra, como a ningún otro rey, y finalmente concederle la gloria del cielo.

No sabemos si el augusto destinatario tomó conocimiento del divino mensaje, ni si este fue entregado al confesor del rey, el padre de La Chaise. Sin embargo, una cosa es cierta: los pedidos del Sagrado Corazón de Jesús al rey Luis XIV nunca fueron atendidos.

No viviría mucho más, porque ya no sufría

Una nueva superiora, la madre Catalina Antonieta de Lévy-Châteaumorand, para aliviar o para poner a prueba a la hermana Margarita, que pese a tener solamente 43 años de edad estaba ya muy debilitada por las penitencias y las prolongadas enfermedades, le prohibió la hora de adoración nocturna de jueves a viernes y todas las austeridades que practicaba, exigiéndole incluso la devolución de sus instrumentos de penitencia.27

En el mes de junio de 1690, Margarita dijo: “No viviré mucho más, porque ya no sufro”. En efecto, esta santa, considerada una de las mayores místicas de la Iglesia, entregó su bella alma a Dios el 17 de octubre de aquel mismo año.

Altar con los restos mortales de la santa, en la capilla de las apariciones en Paray-le-Monial

 

Notas.-

1. Marguerite-Marie Alacoque, Sa vie par elle-même, Monastère de la Visitation, Paray-le-Monial, Éditions Saint-Paul, Paris-Fribourg, 1993, Vie, p. 28, nota 4.
2. Margarita María Alacoque, Autobiografía de la B. Margarita María Alacoque, Admin. de “El mensajero”, Bilbao, 1890, p. 12-13.
3. Autobiografía, p. 13.
4. Abbé Croiset, Abrégé de la vie de la soeur Marguerite-Marie Alacoque, religieuse de la Visitation Sainte-Marie, de l’aquelle Dieu s’est servie pour l’établissement de la dévotion au Sacré Coeur de Jésus Christ, décédée en odeur de sainteté le 17 octobre 1690, Lyon, Tip. Antoine e Horace Molin, 1691, apud Mons. Bougaud, História da Beata Margarida Maria ou origem da devoção ao Coração de Jesus, traducción de José Joaquín Nunes, Porto, Imprensa Moderna, 2ª edición, 1901, p. 36.
5. Autobiografía, p. 14.
6. Autobiografía, p. 13.
7. Autobiografía, p. 16.
8. Autobiografía, p. 17-18.
9. Autobiografía, p. 22.
10. Autobiografía, p. 28-30.
11. Autobiografía, p. 37-40.
12. Autobiografía, p. 48-49.
13. Autobiografía, p. 52-53.
14. Autobiografía, p. 76.
15. Autobiografía, p. 84.
16. José M. Sáenz de Tejada, Vida y obras principales de Santa Margarita Ma. de Alacoque, Editorial Cor Jesu, Madrid, 1977, carta CXXXIII, p. 331.
17. Autobiografía, p. 106-107.
18. Sáenz de Tejada, op. cit., p. 333-334.
19. Autobiografía, p. 114-115.
20. http://www.sagradocorazonmty.org/devocion/.
21. Sáenz de Tejada, op. cit., p. 212.
22. Autobiografía, p. 161.
23. Autobiografía, p. 162.
24. Mons. Gauthey (ed.), Vie et Oeuvres de la Bienheureuse Marguerite-Marie Alacoque, Monastère de la Visitation de Paray-le-Monial, París, 1915, t. 1, p 166-167.
25. Gauthey, op. cit., p. 198.
26. Gauthey, op. cit., p. 196.
27. Gauthey, op. cit., p. 554.

Exposición pública de un cuadro San Hilarión, el Grande
San Hilarión, el Grande
Exposición pública de un cuadro



Tesoros de la Fe N°274 octubre 2024


Imprescindible devoción contra la frialdad religiosa
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