PREGUNTA El sacerdote de mi parroquia concede gentilmente la comunión a los fieles que tienen la costumbre de recibirla diariamente pero que, por un motivo valedero, no han podido asistir a misa. Habiendo viajado a otra ciudad y llegado terminada la misa, fui a pedirle al sacerdote el mismo favor. Pero él se negó rotundamente, diciendo: “Si quiere recibir la comunión, únicamente durante la celebración de la Eucaristía”. Le expliqué que en mi ciudad el padre suele atenderme en estos casos, pero me contestó que eso no era correcto, ya que la Eucaristía solo tiene sentido en el contexto de una asamblea que celebra en común la Cena del Señor. ¿Quién tiene la razón, mi párroco o este sacerdote que pertenece a otra diócesis? RESPUESTA
Su párroco es quien tiene razón. Yo suelo proceder del mismo modo con los fieles. Desde que san Pío X recomendó la comunión diaria, en contra de la tendencia jansenista de comulgar en muy contadas ocasiones por miedo a no estar suficientemente purificado, se ha instaurado en la Iglesia de rito latino la costumbre de dar la comunión fuera de misa, no solo a los enfermos, sino también a las personas que comulgan a diariamente y tienen dificultades para asistir a misa. Antes del Concilio Vaticano II y de la reforma litúrgica, era costumbre en las iglesias más céntricas de las grandes ciudades dar la comunión antes e inmediatamente después de la misa a quienes, por motivos de trabajo, no podían comulgar durante la misa. Para favorecer la comunión diaria, había incluso iglesias donde, además de las diversas misas, se administraba la sagrada comunión cada 30 minutos a las personas que estaban ocupadas en la ciudad y disponían de poco tiempo. El Ritual de la Sagrada Comunión y del culto a la Eucaristía fuera de la Misa, aprobado por Paulo VI, en la sección sobre “Relaciones entre la Comunión fuera de la Misa y el Sacrificio”, enseña fundadamente que “la más perfecta participación en la celebración eucarística es la comunión sacramental recibida dentro de la misa” (n.º 13). Esto corresponde al voto del Concilio de Trento, teniendo en vista los inefables tesoros de gracias que los fieles reciben con la Sagrada Eucaristía. Sin embargo, el Ritual establece que “los sacerdotes no rehúsen administrar, incluso fuera de la misa, la sagrada comunión a los fieles cuando lo piden con causa justa” (n.º 14), y esto porque “también cuando reciben la comunión fuera de la celebración de la misa se unen íntimamente al sacrificio con el que se perpetúa el sacrificio de la cruz y participan de aquel sagrado convite” (n.º 15). El mismo ritual especifica que “la sagrada comunión fuera de la misa se puede dar en cualquier día y a cualquier hora”. Tal es el interés de la Iglesia en que los fieles que no pueden asistir a misa tengan la posibilidad de comulgar, que el ritual dispone que conviene “determinar, atendiendo a la utilidad de los fieles, las horas para distribuir la sagrada comunión, para que se realice una sagrada celebración más plena con mayor fruto espiritual de los fieles” (n.º 16).
“El pan nuestro de cada día” La razón de ser de este empeño de la Iglesia por la comunión frecuente fue dada por san Pío X en el documento en el que la permitía a los fieles. El Pontífice recuerda que Nuestro Señor dijo de su Cuerpo y de su Sangre que son pan bajado del cielo, pero no a la manera del maná que comieron los judíos en el desierto, y agrega: “De la comparación del Pan de los Ángeles con el pan y con el maná fácilmente podían los discípulos deducir que, así como el cuerpo se alimenta de pan diariamente, y cada día eran recreados los hebreos con el maná en el desierto, del mismo modo el alma cristiana podría diariamente comer y regalarse con el Pan del Cielo. A más de que casi todos los Santos Padres de la Iglesia enseñan que el pan de cada día, que se manda pedir en la oración dominical, no tanto se ha de entender del pan material, alimento del cuerpo, cuanto de la recepción diaria del Pan Eucarístico” (Sacra Tridentina Synodus, Decreto de san Pío X sobre la comunión frecuente y cotidiana, 20 de diciembre de 1905).
Esto era algo tan claro antes de la reforma litúrgica que, incluso antes de la publicación de este ritual, la revista francesa La-Maison-Dieu —la mayor promotora de esa reforma—, reconocía que “por motivos razonables, sin embargo, también está permitido distribuir la comunión inmediatamente antes o después de la misa e incluso fuera de la misa. Esta causa razonable existe y los pastores no deben olvidarla: los fieles que llegan antes del trabajo y no pueden quedarse en la misa durante la semana, los viajeros presionados por los horarios, los enfermos que no tienen misa ese día a la hora que les sería posible, y muchos otros” (La-Maison-Dieu, Commentaires sur le Nouveau Code des Rubriques publié par le Pape Jean XXIII, n.º 63 bis, 1960). En vista de lo anterior, el Código de Derecho Canónico de 1983 consagró esta práctica en el canon 918, que establece, con la sucinta naturaleza de los textos jurídicos: “Se aconseja encarecidamente que los fieles reciban la sagrada comunión dentro de la celebración eucarística; sin embargo, cuando lo pidan con causa justa se les debe administrar la comunión fuera de la misa, observando los ritos litúrgicos”. Existen, sin embargo, tres excepciones a esta liberalidad. Durante el Triduo de Semana Santa no es posible comulgar fuera de las celebraciones, salvo los enfermos, que pueden hacerlo el Jueves y el Viernes Santo, pero no el Sábado Santo, día en el que la comunión fuera de la Vigilia Pascual solo puede ser administrada bajo la forma de viático a los moribundos (n.º 16). Refutando dos errores No puedo terminar estas consideraciones sin decir una palabra sobre la explicación que dio el sacerdote que rehusó la comunión fuera de misa a nuestro consultante, esto es, que la Eucaristía solamente tendría sentido en el contexto de una asamblea que celebra en común la Cena del Señor. En esta motivación hay dos errores graves. La primera es afirmar que la celebración eucarística es una conmemoración o una renovación de la Última Cena. Esto es falso porque, como es conocido, la Santa Misa es la renovación incruenta del sacrificio del Calvario, no de la Cena, aunque fue durante esta última cuando Jesús entregó a la Iglesia el sacrificio de la Nueva Alianza que Él consumaría al día siguiente. El segundo error consiste en afirmar que es toda la asamblea la que celebra en común la Santa Misa. En realidad, es únicamente el sacerdote, actuando in persona Christi, quien celebra el Santo Sacrificio.
Los fieles se asocian a él, uniéndose espiritualmente a las intenciones de Nuestro Señor, que se ofrece al Padre en adoración, expiación, acción de gracias y petición, así como a las intenciones de la Iglesia y del celebrante. También pueden unir también sus propios sacrificios al sacrificio infinito del Redentor, que está bellamente representado por la gota de agua que el sacerdote añade al vino en el cáliz durante el Ofertorio. Pidamos a la Santísima Virgen que obtenga de su Hijo para la Iglesia numerosos sacerdotes piadosos y sedientos de colaborar en la santificación de las almas, no rehusando las gracias de la comunión frecuente, aunque deba recibirse fuera de la Santa Misa.
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