Para dar término a esta serie de artículos sobre la Divina Misericordia, el autor expone algunas de las más destacadas profecías a respecto de los últimos tiempos y el fin del mundo, según la perspectiva de esta devoción Luis Dufaur En el mes de febrero de 1938, santa Faustina Kowalska escuchó lo siguiente: “—En el Antiguo Testamento enviaba a los profetas con truenos a mi pueblo. Hoy te envío a ti a toda la humanidad con mi misericordia. No quiero castigar a la humanidad doliente, sino que deseo sanarla y abrazarla a mi Corazón misericordioso. “Hago uso de los castigos cuando me obligan a ello. Mi mano resiste a tomar la espada de la justicia. Antes del día de la justicia envío el día de la misericordia”.1 El glorioso “Día de la Misericordia” no puede entenderse como una jornada o evento pasajero en la historia, sino como toda una época. Esto podría durar siglos, dependiendo de la fidelidad o el rechazo de los hombres a la Divina Misericordia. En Fátima, la Santísima Virgen se refirió a esa época en la tercera aparición, ya citada, del 13 de junio de 1917: “Por fin, mi Inmaculado Corazón triunfará. El Santo Padre me consagrará Rusia, que se convertirá, y será concedido al mundo algún tiempo de paz”.2 El Corazón Misericordioso de Jesús y el Corazón Inmaculado de María forman como que un solo corazón a la hora de interceder por la salvación de los hombres. En las apariciones de La Salette, la Santísima Virgen previó que en medio de la manifestación de la cólera divina —anunciada tantas veces, incluso por santa Faustina— los hombres entrarían en razón e implorarían el ancla de la salvación: la Divina Misericordia.
“Los justos sufrirán mucho; sus oraciones, su penitencia y sus lágrimas subirán hasta el Cielo y todo el pueblo de Dios pedirá perdón y misericordia e implorará mi ayuda y mi intercesión. “Entonces Jesucristo, por un acto de su justicia y de su gran misericordia para con los justos, ordenará a sus ángeles que todos sus enemigos sean muertos. “De repente los perseguidores de la Iglesia de Jesucristo y todos los hombres entregados al pecado perecerán y la tierra quedará como un desierto. “Entonces se establecerá la paz, la reconciliación de Dios con los hombres; Jesucristo será servido, adorado y glorificado; la caridad florecerá en todas partes”.3 En la redacción de 1851, después de anunciar la apostasía de las tres cuartas partes de Francia, Maximin Giraud, uno de los videntes de La Salette, escribió: “Después de esto las naciones se convertirán, la fe se reavivará en todas partes”.4 Melania Calvat, la otra vidente, también parecía temer una mala interpretación de la misericordia cuando confesó por qué no hablaba más de lo que veía con respecto a las anteriores palabras de la Santísima Virgen: “Porque contiene tales secretos de la misericordia divina que, al conocerlos, los hombres, en lugar de rezar para conjurar los acontecimientos, se apresurarán a verlos pasar para disfrutar lo más pronto posible del triunfo inaudito de la Iglesia”.5 Esa época futura que se aproxima —“triunfo de mi Inmaculado Corazón” (Fátima), “triunfo inaudito de la Iglesia” (La Salette)— será el gran “Día de la Misericordia” anunciado por Nuestro Señor por medio de santa Faustina. La devoción a la Divina Misericordia y el fin del mundo La devoción a la Divina Misericordia, de la que santa Faustina es mensajera, tiene una dimensión escatológica enunciada varias veces por Nuestro Señor: la preparación de su segunda venida. Después de la época mencionada como “Día de la Misericordia” vendrá el fin del mundo, no solo según las Sagradas Escrituras, sino también conforme a lo anunciado más de una vez por la Virgen en La Salette. “Escribe esto: Antes de venir como el Juez Justo, vengo como el Rey de Misericordia. Antes de que llegue el día de la justicia, les será dado a los hombres este signo en el cielo. Se apagara toda luz en el cielo y habrá una gran oscuridad en toda la tierra. Entonces, en el cielo aparecerá el signo de la cruz y de los orificios donde fueron clavadas las manos y los pies del Salvador, saldrán grandes luces que durante algún tiempo iluminarán la tierra. Eso sucederá poco tiempo antes del ultimo día”.6 Y otra vez, en mayo de 1935: “Una vez, cuando en lugar de la oración interior comencé a leer un libro espiritual, oí en el alma estas palabras, explícitas y fuertes: —Prepararás al mundo para mi última venida. Estas palabras me conmovieron profundamente y aunque fingía como si no las hubiera oído, no obstante las comprendí bien y no tenía ninguna duda al respecto”.7 La práctica verdadera de esta devoción precederá los últimos tiempos En la Navidad de 1936, mientras rezaba el rosario de la Divina Misericordia, santa Faustina oyó de repente una voz: “—Oh, qué gracias más grandes concederé a las almas que recen esta coronilla; las entrañas de mi misericordia se enternecen por quienes rezan esta coronilla. Anota estas palabras, hija mía, habla al mundo de mi misericordia para que toda la humanidad conozca la infinita misericordia mía. Es una señal de los últimos tiempos, después de ella vendrá en día de la justicia. Todavía queda tiempo, que recurran, pues, a la fuente de mi misericordia, se beneficien de la Sangre y del Agua que brotó para ellos. Oh almas humanas, ¿dónde encontrarán refugio el día de la ira de Dios? Refúgiense ahora en la fuente de la Divina Misericordia. Oh, qué gran número de almas veo que han adorado la Divina Misericordia y cantarán el himno de gloria por la eternidad”.8 Es evidente que, para ser conocida como se merece, esta excelente devoción deberá extenderse y profundizarse en toda su inmensa dimensión. Esto requerirá un período histórico completo y un sinnúmero de almas consagradas a ella. Sin los elegidos el mundo no tendrá quien lo sostenga Todo tiene su fin algún día. También la historia de los hombres. En el Diario, santa Faustina registró el 9 de febrero de 1937, durante los días de carnaval: “En estos dos últimos días de carnaval he conocido una enorme cantidad de penas y de pecados. En un instante el Señor me hizo saber los pecados cometidos estos días en el mundo entero. Me he desmayado de espanto, y a pesar de conocer todo el abismo de la Divina Misericordia, me he sorprendido de que Dios permita existir a la humanidad. Y el Señor me dijo quién sostiene la existencia de la humanidad: son las almas elegidas. Cuando acabe el número de los elegidos, el mundo dejará de existir. Durante estos dos días recibí la Sagrada Comunión como un acto de reparación y dije al Señor Jesús: —Oh Jesús, hoy ofrezco todo por los pecadores. Que los golpes de tu justicia se abatan sobre mí, y el mar de la misericordia alcance a los pobres pecadores. Y el Señor oyó mi plegaria. Muchas almas volvieron al Señor mientras yo agonizaba bajo el peso de la justicia de Dios. Sentía ser el blanco de la ira del Altísimo”.9 El mensaje de santa Faustina Santa Faustina Kowalska a quien la Providencia le encomendó una misión que humanamente no llegó a ver realizada, falleció el 5 de octubre de 1938. Nuestro Señor le habló de una orden o congregación religiosa que ella debía fundar para predicar la Divina Misericordia e instaurar el triunfo de Nuestro Señor en el mundo. Incluso conoció detalles de la vida y el trabajo de esa institución. Pero, a pesar de sus denodados esfuerzos, no consiguió fundarla. Al final de su vida, cuando la muerte se acercaba inexorablemente, se quejó dulcemente a Nuestro Señor sobre esta fundación que Él mismo le había confiado. Y la Divina Misericordia le dio una respuesta desconcertante y misteriosa: que no se preocupara, porque todo lo iba a arreglar. Los inmensos actos de virtud de la gran santa polaca contribuyeron sin duda a poner la primera piedra para el posterior surgimiento de esta institución. Y cuando esta salga a la luz, entonces se comprenderá todo el alcance de la vocación de santa Faustina. Quizás esto pueda ocurrir en medio de los cataclismos generalizados pero salvíficos que precederán al gran triunfo de la Divina Misericordia en el mundo, venciendo a la impiedad revolucionaria y a las falsificaciones de la misericordia que devastan las almas.
1. Santa María Faustina Kowalska, Diario de – La Divina Misericordia en mi alma, Marian Press, Stockbridge (EE.UU.), 2007, p. 560.
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