Joan Ferrer Miró, 1888, Museo de Arte de Barcelona Felipe Barandiarán La noticia se ha propagado por la ciudad: se expone una nueva obra en el escaparate de un conocido anticuario de grabados y pinturas de Barcelona, aunque el letrero de la tienda esté escrito en inglés. El día es lluvioso. Entre chubasco y chubasco, se aglomeran curiosos transeúntes y entendidos ante la vidriera, impidiéndonos conocer la temática del lienzo. Hombres, mujeres y niños, ricos y pobres, quieren ver el cuadro del que todos hablan. Cada actitud merece atención. Aprovechando que ha dejado de llover, un señor sale de la tienda con un óleo bajo el brazo. Tal vez lo ha pintado él mismo y lo ha llevado solo a enmarcar. Otros dos caballeros observan con atención varios de los grabados expuestos en uno de los laterales del escaparate. Uno de ellos, con las manos atrás, sujetando el paraguas recién cerrado, se inclina para apreciar mejor algún detalle. A su lado, un artista cargado con su caballete, un lienzo y su taburete plegable, trata de hacerse un hueco en el corrillo, estirando el cuello. De espaldas al grupo que se agolpa frente al escaparate, un hombre con sombrero hongo y gabardina sobre los hombros enciende tranquilo su puro en las ascuas del de su amigo, que espera paciente, de pie, apoyado en su paraguas, después de haber contemplado el cuadro. Contagiados por la animación, nos detenemos y aguardamos desde la acera de enfrente a que se abra una brecha para poder ver tan admirada obra de arte. Sobre los brillantes adoquines mojados de la calzada, ajeno a todo, un mozo de recados ha dejado su cesta repleta de hortalizas en el suelo para atarse el cordón de la bota, mientras su perro le mira atento. A la vuelta de la esquina, un pequeño limpiabotas busca su oportunidad, el día se muestra propicio. Al fondo, carruajes que van y vienen. Se trata del cuadro más conocido del artista catalán Joan Ferrer Miró. Su ejecución es soberbia. Fiel a su estilo de describir meticulosamente el tema, gana con él una medalla de oro en la Exposición Universal de Barcelona de 1888. Tan pintoresca escena nos hace descansar de nuestro triste mundo cibernético y sus pantallas, a través de las cuales la inmersión en lo virtual reemplaza el aprendizaje de lo real.
|
Imprescindible devoción contra la frialdad religiosa |
La pastelería Gloppe en los Campos Elíseos La delicadeza de sus dulces y masas, exquisitos al paladar, la naturalidad del ambiente, la distinción acogedora y el buen gusto, la convertían en punto de reunión para un encuentro informal, un intercambio de confidencias o un simple descanso en el paseo... | |
Cumpleaños de la Madre Superiora de las Hermanas de San Vicente de Paul El curso está terminando, llega el buen tiempo y el final de las clases. En el internado de las Hermanas de la Caridad se celebra el cumpleaños de la madre superiora. Las niñas acuden a felicitarla. Entran en fila en la amplia estancia, guiadas por las hermanas maestras... | |
Regreso del perdón de Santa Ana de Fouesnant a Concarneau Estamos en la Bretaña. Es la fiesta de Santa Ana, 26 de julio, patrona de los marineros y de toda la región francesa. Siguiendo una línea serpentina, una flotilla de veleros y botes de remos regresan de la romería. Las jóvenes del primer bote tuvieron el privilegio ese año de escoltar la imagen dorada de la Inmaculada... | |
Pinceladas Mayo es el mes de las flores, de la explosión de la primavera en el hemisferio norte, cuando los pájaros retoman sus trinos llenos de alegría. Los campos rebosan colorido. Todo es luz y emoción. Es el mes de las madres, el mes de María: “de nuevo aquí nos tienes, purísima doncella, más que la luna, bella, postrados a tus pies”... |
Promovido por la Asociación Santo Tomás de Aquino