PREGUNTA Monseñor, quisiera hacerle una pregunta: ¿por qué en la época de Jesús había tantos endemoniados, como lo asegura la Sagrada Escritura? Por ejemplo: Mc 1, 34 y 1, 39. RESPUESTA Realmente, en las narraciones evangélicas está dicho que Jesucristo “expulsó muchos demonios; y como los demonios lo conocían, no les permitía hablar” (Mc 1, 34). El evangelista San Lucas explica también que los demonios “gritaban y decían: «Tú eres el Hijo de Dios». Los increpaba [Jesús] y no les dejaba hablar, porque sabían que él era el Mesías” (Lc 4, 41). Basado en estos trechos, uno de mis asiduos lectores pregunta “por qué en la época de Jesús había tantos endemoniados”. De donde se infiere que él juzga que, hoy en día, tal vez no sean tantos. El tema realmente merece una aclaración. La humanidad bajo el imperio del demonio Antes de la venida de Jesús, el demonio reinaba sobre la faz de la tierra. Y eso a tal punto que fue necesario que Dios separase para sí a un pueblo —el pueblo judío— a fin de conservar la verdadera fe y que naciera en su seno el Mesías, que había de rescatar a la humanidad del imperio del demonio.
De la falta de correspondencia del pueblo elegido nos habla bastante la Sagrada Escritura, mostrando cómo varias veces se dejó contaminar por los cultos idolátricos de los pueblos vecinos. Ahora bien, todos los dioses de los paganos son demonios, como se lee en el Salmo 95, versículo 5: “Omnes dii gentium, daemonia”. Así, no sorprende que también entre los judíos el número de endemoniados fuese grande. Y ¿qué decir, entonces, de los pueblos paganos, totalmente sumidos en la idolatría? Obrada la Redención del género humano, por la sacrosanta Pasión de Nuestro Señor Jesucristo, el poder del demonio fue quebrantado. En todas partes donde la Buena Nueva del Evangelio se implantaba, los demonios eran expulsados y los ídolos caían (o eran derrumbados por los primeros cristianos, con la fuerza de sus manos). Como se sabe, la implantación del cristianismo no se dio sin lucha y sin derramamiento de la sangre de muchos cristianos. Después de la era de las persecuciones, finalmente se instauró una nueva era para la humanidad, con el edicto de Constantino el año 313. La Iglesia, al fin, pudo ejercer libremente su ministerio. El número de endemoniados diminuyó, aunque nunca desapareció totalmente. “Hasta los demonios se nos someten” Para enfrentarlos, Nuestro Señor Jesucristo había comunicado a sus discípulos el poder de expulsar a los demonios. Cuando los envió en misión por Judea, les dijo: “Curad enfermos, resucitad muertos, limpiad leprosos, arrojad demonios” (Mt 10, 8). Al regreso, los discípulos estaban exultantes, diciendo: “Señor, hasta los demonios se nos someten en tu nombre. Él les dijo: Estaba viendo a Satanás caer del cielo como un rayo. Mirad: os he dado el poder de pisotear serpientes y escorpiones y todo poder del enemigo, y nada os hará daño alguno. Sin embargo, no estéis alegres porque se os someten los espíritus; estad alegres porque vuestros nombres están inscritos en el cielo” (Lc 10, 17-20). “Estaba viendo a Satanás caer del cielo como un rayo” significa que con su ciencia sobrenatural Jesús estaba viendo, durante la misión de los discípulos, la derrota del imperio satánico. Satanás, palabra que viene del arameo Sataná, quiere decir enemigo. Él es el adversario por excelencia de la instauración del reino de Dios. El cielo del cual cae es el cielo del universo físico (cf. Ef 2, 2; 6, 12). Caer “como un rayo” indica que, con la venida de Cristo, su poder iba disminuyendo rápidamente, y disminuiría aún más con la expansión del cristianismo. Ese poder, que Jesús confirió a los discípulos, está expresado, en el trecho citado, por diversos animales venenosos: serpientes y escorpiones (cf. Sal 90, 13). La alegría que los discípulos sienten viendo a los demonios someterse a ellos, en nombre de Jesús, es totalmente justa. Pero, para que en ella no se mezclara ningún elemento humano, como en otra ocasión ya ocurriera (cf. Mt 17,19-21), Jesús les recuerda que mucho mayor debe ser su alegría por tener sus nombres inscritos en el cielo (tomamos estas explicaciones exegéticas del P. Manuel Tuya O.P., Biblia Comentada, BAC, Madrid, 1964, t. V, p. 836). El mundo moderno trae de vuelta el imperio de Satanás La influencia de la Iglesia sobre la humanidad alcanzó su auge en la Edad Media, época sobre la cual dijo León XIII en un célebre trecho, tantas veces citado, pero cuyo brillo nunca se disipa: “Hubo un tiempo en que la filosofía del Evangelio gobernaba los Estados. En aquella época la eficacia propia de la sabiduría cristiana y su virtud divina habían penetrado en las leyes, en las instituciones, en la moral de los pueblos, infiltrándose en todas las clases y relaciones de la sociedad. La religión fundada por Jesucristo se veía colocada firmemente en el grado de honor que le corresponde y florecía en todas partes gracias a la adhesión benévola de los gobernantes y a la tutela legítima de los magistrados. El sacerdocio y el imperio vivían unidos en mutua concordia y amistoso consorcio de voluntades. Organizado de este modo, el Estado produjo bienes superiores a toda esperanza. Todavía subsiste la memoria de estos beneficios y quedará vigente en innumerables monumentos históricos que ninguna corruptora habilidad de los adversarios podrá desvirtuar u oscurecer” (Encíclica Immortale Dei, 1º de noviembre de 1885, nº 28).
Descontento con esa situación, el demonio organizó un movimiento para derribar ese orden cristiano. Para ello desencadenó un proceso revolucionario que se desdobla en varias etapas magistralmente descritas por Plinio Corrêa de Oliveira en su obra maestra Revolución y Contra-Revolución. A lo largo de ese proceso, el demonio fue minando la influencia de la Santa Iglesia, dilacerándola por crisis internas y paganizando la sociedad. De ese modo, la presencia y la actuación de Satanás se va manifestando cada vez más por medio de crímenes espantosos y toda clase de desvaríos. No es de extrañar, pues, que también los casos de endemoniados crezcan a la misma velocidad en que la sociedad se paganiza. Fue muy oportuno, pues, que mi estimado lector pusiera en primer plano el problema, con una pregunta tan pertinente. En estas condiciones, se abre para la Santa Iglesia una nueva etapa, en que es necesario hacer uso de los poderes que Jesucristo le confirió, incrementando fuertemente el trabajo de los exorcistas auténticos. Así lo han pedido algunos teólogos de renombre. Pero es necesario que su voz sea ampliada por la de todos los católicos que están convencidos de la aterradora realidad. Y, sobre todo, es necesario rezar, pidiendo la intercesión de ¡Aquella que una vez aplastó la cabeza de la serpiente con sus pies inmaculados, la siempre Virgen María!
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