Luis Dufaur
Gilberto Dimenstein, miembro del consejo editorial del importante periódico paulista Folha de S. Paulo, escribió que “comienza a diseminarse entre psicólogos americanos la expresión ‘cerebro de canchita’ para designar un disturbio estimulado por internet”. La causa del mal es el exceso de estímulos mentales simultáneos que dificulta a las personas pura y simplemente a lidiar con las realidades elementales de la vida cotidiana, cuyo ritmo es más lento que un clic del mouse. En la famosa Universidad de Stanford, una de las cunas de la revolución digital, el profesor de sicología social Clifford Nass constató que muchos jóvenes que usan intensamente internet se volvieron incapaces de interpretar el significado de expresiones faciales de hombres y mujeres. Según el profesor esos jóvenes revelan una especie de analfabetismo emocional y padecen graves dificultades de relacionarse socialmente, ¡aun estando intensamente ligados a “redes sociales”! El problema, según Nass, “está tanto en la falta de contacto cara a cara con las personas como la dificultad de mantener la concentración y verificar lo que es relevante, percibiendo las sutilezas, lo cual exige atención”. El disturbio del ‘cerebro de canchita’ muestra que el exceso de información digital bloquea la habilidad de la persona para distinguir lo relevante de lo irrelevante. Para otros analistas, distorsiones de origen digital, como la compulsión para mantenerse conectado con el computador o el celular, pertenecen a la categoría de vicio. El disturbio del “cerebro de canchita” es inducido, según los especialistas analizados por Dimenstein, por el movimiento caótico y constante de informaciones, exigiendo que se ejecuten simultáneamente varias tareas. A causa de alteraciones químicas cerebrales, la víctima pasa a tener dificultad para concentrarse en un solo asunto y hacer cosas simples de la vida cotidiana, como leer un libro, conversar con alguien sin interrupción o manejar sin hablar por el celular. Es como si las personas tuviesen dentro de la cabeza la agitación del maíz explotando en el aceite caliente, resumió Dimenstein.
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