Marcelo Dufaur Matthieu [nombre ficticio] es un bombero de París. Aunque el fatídico incendio del 19 de abril de 2019 se produjo en su día libre, se ofreció como voluntario para extinguir las llamas que devoraban la catedral de Notre Dame junto a sus compañeros. La misión de su equipo era salvar las reliquias y los objetos preciosos del tesoro que en ella se custodian. Matthieu es católico y hasta llegó a acolitar misas, pero cuando se percató de tantos escándalos que se producían en ambientes que consideraba sagrados, abandonó por completo la práctica religiosa. Con motivo del quinto aniversario del incendio, nos cuenta su regreso a la casa materna, es decir, a la Santa Iglesia. Él y su equipo apenas se dieron cuenta de la magnitud de la tragedia en el camino hacia el lugar del siniestro: “Lo que más me impresionó al principio fue la multitud que había en las calles, que demoró nuestra entrada en París. Los parisinos acudieron en masa a contemplar cómo ardía su catedral. Al llegar, me sorprendió ver a toda esa gente de rodillas en oración. Cantaban y rezaban. Los vimos bastante abatidos, ¡pero increíblemente unidos! Fue muy hermoso”. En efecto, París no tiene fama de piadosa. Al contrario, su triste reputación es la de ciudad impía y de pecado, censurada por santos como Don Bosco, que en uno de sus misteriosos sueños contempló su destrucción, tal como lo profetizó la Santísima Virgen en La Salette el año 1846. Basta pensar, entre otros muchos pecados de París, en haber sido el escenario principal de la Revolución Francesa, que no se limitó a perseguir ferozmente a la monarquía y a la Iglesia Católica —pues decapitó a sus reyes y a innumerables nobles, masacró a religiosos de ambos sexos, confiscó y profanó edificios sagrados, en particular la catedral de Notre Dame, en cuyo altar mayor entronizó a una prostituta desnuda convertida en “la diosa razón”—, sino que también fue responsable por la difusión en el mundo entero de filosofías y modas perversas.
Matthieu, sin embargo, describió un suceso inesperado y esperanzador que le ocurrió. Al acercarse a la casi milenaria catedral, vio primero una inmensa humareda y enseguida el derrumbe de su flecha. Su equipo se apresuró entonces a salvar los tesoros religiosos y artísticos de inestimable valor que se conservaban en su interior, como la corona de espinas que ciñó la cabeza de Nuestro Señor Jesucristo y los clavos de la Pasión que atravesaron su adorable cuerpo, así como ostensorios y otros objetos litúrgicos. Se lograron rescatar cerca de 1.300 objetos. Una tropa de élite los protegió de eventuales saqueadores, que suelen aparecer en tales circunstancias. El bombero reconoce que no entendía por qué razón “Dios lo permitía. Sin embargo, el día del incendio, por sorprendente que parezca, me invadió una gracia especial y salí de la catedral convertido”. Esto es lo que el bombero nos cuenta, acerca de la gracia que recibió en medio de la tragedia: “Cuando entré en la catedral, había un enorme agujero en el techo. Delante de mí estaba el altar [se refiere al altar votivo de Luis XIII y Ana de Austria] y la famosa cruz que creo que todo el mundo ha visto en las fotos. “Esa cruz brillaba intensamente. Pero no había iluminación alguna. Era la cruz la que emitía la luz. Simplemente la vimos. Y reconozco que entonces sentí una paz muy grande, y sentí que no había por qué tener miedo, ¡aunque en mi opinión se trataba realmente del incendio del siglo! Me quedé estupefacto durante 10 ó 15 segundos ante aquella visión… Y me quedé completamente absorto en una relación de corazón a corazón con esa cruz”. Matthieu cuenta que se entregó de lleno al trabajo y que “en ningún momento me sentí en peligro, y esto fue el detonante de mi reconciliación con Nuestro Señor. Ya había sido preparado por la visión de todos aquellos fieles rezando. Puedo decir que la presencia de Nuestro Señor estaba allí para confortarnos. Fue una señal del cielo. Dios quería ver cómo saldríamos de esta prueba. Aquella visión cambió mi vida”.
Una vez que él y sus compañeros cumplieron con su benemérita misión en la lucha contra el fuego infernal, Matthieu ha vuelto a rezar, recibió el sacramento de la confirmación, aprendió mucho sobre la doctrina católica y acompaña a otros que estudian el catecismo. Su familia le siguió en su conversión, su madre volvió a escuchar misa y otros seres queridos están en camino de convertirse. Al final de la entrevista, Matthieu quiso subrayar que “debemos ver en el hecho de que la catedral de Notre Dame no se haya desplomado, la imagen misma de la Iglesia que permanece en pie a pesar de los ataques de las llamas”. Es decir, añadiríamos, de los espíritus infernales y de sus humanos secuaces. En este sentido, el incendio de la catedral de Notre Dame nos da una lección sensible de una verdad de fe contenida en la promesa de Nuestro Señor Jesucristo: “Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella” (Mt 16, 18). La Iglesia Católica y aquella maravillosa catedral han sido objeto de atroces ofensas, incomprendidas y profanadas por sucesivas revoluciones, al menos desde que en 1303 el Papa Bonifacio VIII fuera abofeteado en Agnani por orden del rey francés Felipe el Hermoso. El diabólico incendio de la tarde del 15 de abril de 2019 parecía ser el final de la catedral de París, pero una bendición sobrenatural la salvó y suscitó un entusiasmo por su restauración, que prefigura el futuro triunfo de la Iglesia sobre la crisis que arde en su seno a causa del “humo de Satanás” —que por alguna fisura entró en el templo de Dios— del que hablaba Paulo VI. Mientras atravesamos el calamitoso momento actual, podremos contemplar con admiración y embeleso el resurgimiento de la Santa Iglesia en una época histórica de inigualable fulgor: el Reino de María, profetizado por la Santísima Virgen y por grandes santos en numerosas ocasiones.
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