Quizás no todos lo habrán notado, pero es muy significativa la rotación que desde hace algún tiempo viene produciéndose en la actitud pública de los que son contrarios a la religión católica y a la civilización cristiana. Los mismos que antes tomaban una posición laica e indiferente hacia la religión pasaron después a una actitud de franca hostilidad al catolicismo y a todo cuanto él inspiró. O sea, se sacaron la máscara, mostrando que en realidad lo que los mueve es el odio a la Iglesia Católica y a su influencia moral en el campo temporal. Ellos mismos toman ahora una posición religiosa, pero para atacar a la sociedad sagrada fundada por Nuestro Señor Jesucristo. De ahí procede la ola de sacrilegios y blasfemias que se manifiestan en los atentados contra imágenes sagradas, en el “arte” antirreligioso y exhibicionista, en los escritos ofensivos y en muchas otras manifestaciones de escarnio a la religión. Los que así actúan, raramente son condenados; y cuando lo son, reciben penas inexpresivas. Nuestra Señora llora, no apenas debido a esa impunidad, sino sobre todo por la indolencia de tantos católicos que no dicen ni hacen nada frente a la blasfemia que avanza. No era así en los tiempos de fe. Una “ordonnance” (ordenanza, decreto) de 1397 del rey Carlos VI de Francia, después de escuchar a su “Gran Consejo”, estableció severas penas para los blasfemadores. Bien sabemos que la mentalidad moderna no las soportaría, por ello no estamos reivindicando que sean aplicadas hoy en día. Pero es útil conocerlas para medir la diferencia de mentalidades entre aquellos tiempos y los actuales, y las transcribimos a continuación. * * *
“Carlos, por la gracia de Dios Rey de Francia, a todos aquellos que vean este decreto. Mis saludos. Llegó a nuestro conocimiento que, por nuestros predecesores Reyes de Francia, o por algunos de ellos, ya fue ordenado que todos aquellos que ofendan a su Creador o a sus obras, diciendo malas palabras, injurias y blasfemias contra Él, contra la gloriosa Virgen María, su bendita Madre, y contra sus santos y santas, y que practiquen o hagan falsos juramentos, sean colocados, la primera vez que lo hiciesen, en la picota, donde permanecerán de la hora prima hasta a hora nona, de modo que se les puedan lanzar a los ojos lodo u otras inmundicias, excepto piedras u objetos que los puedan herir, y después de eso permanezcan un mes entero en prisión a pan y agua. La segunda vez, si reincidieran, sean colocados en la picota en día de feria o en día solemne, les sea hendido el labio superior con un fierro caliente, de manera que aparezcan los dientes. La tercera vez, el labio inferior. La cuarta vez, toda la región de los labios. Y si por mal comportamiento les sucede una quinta vez, les sea cortada la lengua, de manera que, de ahí en adelante, no puedan decir más tales blasfemias [...]. “Nós queremos, constituimos y ordenamos por medio de esta resolución, tomada después de una madura deliberación, que el decreto arriba trascrito sea de aquí en adelante, en todo nuestro reino, aplicado, guardado, mantenido y cumplido vigorosamente y sin demora, punto por punto, en la forma y modo arriba declarados” (Livre des sources médiévales: www.fordham.edu/halsall/french/blasfeme.htm). * * * Algún lector poco habituado a este lenguaje, podrá exclamar: “¡Son medidas crueles!” Es necesario considerar, en primer lugar, que la blasfemia constituye un pecado gravísimo contra los dos primeros mandamientos de la Ley de Dios. Además, tales penas estaban en los hábitos de la época. Sin embargo, ciertamente, ellas son menos crueles que las elaboradas por legisladores modernos que, por medio del aborto, provocan la muerte de inocentes en el seno materno; o de ancianos y enfermos por medio de la eutanasia; además de favorecer toda clase de aberraciones sexuales y promover la legalización de las drogas, que destrozan los cuerpos y matan las almas. El hecho de que tales leyes se disfracen bajo el manto de “derechos humanos” y de “anti discriminación” de ninguna manera las hace menos crueles de lo que son.
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