Santoral
Santa Escolástica, VirgenHermana de San Benito, fundó una Orden que llegó a tener 14 mil conventos esparcidos por todo el Occidente. |
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Fecha Santoral Febrero 10 | Nombre Escolástica |
Lugar + Umbría - Italia |
La fuerza de la oración y el triunfo de la perseverancia
Fundadora y alma de una orden religiosa, las benedictinas, que en su mayor auge llegaron a poblar catorce mil conventos. Ellas constituyeron, junto a los benedictinos, auténticos fundamentos espirituales de la milenaria civilización cristiana en Europa. Pablo Luis Fandiño Hermana gemela de San Benito Abad, el gran Patriarca de los monjes de Occidente, Escolástica nació hacia el año 480 en la ciudad de Nursia, en Umbría, la región central de la península itálica. Fueron sus padres, Eutropio Anicio, descendiente de la antigua familia senatorial romana de los Anicios y capitán general romano en aquella región; y, Abundancia Reguardati, condesa de Nursia, que falleciera poco después de dar a luz a los gemelos. Escolástica se consagró a Dios desde su más tierna infancia, según lo atestigua San Gregorio Magno (también él miembro de la gens Anicia) en el segundo libro de los Diálogos. A la edad de doce años fue enviada a Roma junto con su hermano para seguir los estudios clásicos, pero ambos quedaron profundamente escandalizados por la vida disoluta que ahí se llevaba. Benito fue el primero en romper con el mundo y retirarse a una ermita. Escolástica quedó así como única heredera del cuantioso patrimonio de la familia. Sin embargo, dejando de lado toda afección por los bienes terrenos, suplicó y obtuvo de su padre autorización para consagrarse a la vida religiosa. Algunos años después siguió al hermano a su retiro, en las escarpadas gargantas de Subiaco, a unos 80 km. al sureste de Roma. Y cuando Benito fundó la abadía de Monte Cassino Escolástica quiso acompañarlo, estableciéndose a escasos 7 km. al sur de la abadía. Allí fundó el monasterio de Piumarola, donde junto a otras doncellas puso en práctica la regla de San Benito, iniciándose así la rama femenina de la Orden Benedictina. “Tal fue el nacimiento y el origen de aquella célebre orden tan dichosamente extendida, que llegó a contar hasta catorce mil monasterios de vírgenes propagados por todo el Occidente”. 1 La obra de San Benito “San Benito invita a servir a Dios no como hasta entonces, «huyendo del mundo» en la soledad o la penitencia itinerante, sino viviendo en una comunidad estable y organizada, y dividiendo rigurosamente su tiempo entre la oración, el trabajo, el estudio y el descanso”. 2
Santa Escolástica fundó una orden de monjas que hoy sería diametralmente opuesta a ciertos postulados de la Teología de la Liberación. Concibió un modelo de religiosas que serían fundamentalmente… religiosas. Ellas no emprenderían directamente obras asistenciales, tales como cuidar de hospitales, cárceles u orfanatos; ni tampoco se dedicarían a la educación de la juventud, ni siquiera darían clases de catecismo para niños. Esto puede chocar al pragmatismo moderno, tanto más que la orden nacía en una época intensamente conturbada por las sucesivas invasiones de los pueblos bárbaros, en que su dedicación a obras de caridad parecería tan necesaria. Pero sus monjas realizarían algo mucho mayor que todo ello: rezarían y se sacrificarían. Santa Escolástica y sus benedictinas, con su vida y su ejemplo, dejaron muy en claro que si el apostolado de la rama masculina de su orden logró ser tan fecundo, lo fue porque había una rama femenina que rezaba, que se inmolaba, que contemplaba… De tal forma, el ideal de la contemplación se entrelazó manifiestamente a la fecundidad del apostolado, que produjo la asombrosa conversión de Europa al cristianismo, como señala el Prof. Plinio Corrêa de Oliveira. La corona del sufrimiento “Vemos aquí el papel admirable, el papel insustituible, en algún sentido, el papel incomparable de Santa Escolástica. Porque para actuar hay algunos tantos; en cambio, para luchar son menos numerosos; y, para sufrir, ¡cuán pocos son!
No tengo palabras que basten para expresar mi veneración por el apostolado del sufrimiento, de aquellos que aceptan las cruces y hasta las piden, con la eventual aprobación de su director espiritual; aceptan y las piden para sufrir para que el trabajo de otros sea fecundo. Es uno de los temas que más me conmueve y que más me impresiona: el tema de la fecundidad del apostolado del sufrimiento. No hay ser que yo me sienta más propenso a venerar que a uno que sufre intencionalmente para que el otro gane las batallas; que carga sobre sí el infortunio, carga sobre sí la infelicidad y termina siendo un héroe que sólo Dios ve. ¿Todo ello para qué? Exclusivamente para que el apostolado de otros sea fecundo. Este carácter de la obra de Santa Escolástica merece ser mencionado aquí con una veneración especial”. 3 Una de las recomendaciones de Escolástica a sus hijas espirituales era la de observar rigurosamente la regla del silencio, y de evitar sobre todo la conversación con personas extrañas al monasterio, aunque se tratara de mujeres devotas que fueran a visitarlas. Ella decía: “Callad o hablad de Dios; pues, ¿qué cosa en este mundo es tan digna de tener que hablar?” Tormenta milagrosa Durante cinco lustros, los dos hermanos acostumbraron una vez al año reunirse en una pequeña construcción perteneciente a los benedictinos que equidistaba entre ambos monasterios. Benito bajaba en compañía de sus monjes y Escolástica hacía lo propio con algunas de sus monjas. La última conversación que tuvieron en esta tierra es narrada por San Gregorio Magno en su ya citada obra: “Un día fue ella como de costumbre y su venerable hermano descendió a verla acompañado de algunos discípulos. Pasaron todo el día en alabanzas al Señor y en santas conversaciones y cuando anochecía tomaron juntos una refección. Estaban todavía en aquel santo coloquio, sentados a la mesa a una hora ya muy avanzada, cuando la religiosa hermana del santo le rogó: «Te suplico que no me dejes esta noche, para que podamos hablar hasta el amanecer de las alegrías de la vida eterna». Pero él le respondió: «¿Qué dices, hermana? De ningún modo puedo permanecer fuera del monasterio».
El cielo estaba tan sereno que ni una nube se divisaba en el firmamento. La santa religiosa, al oír la negativa del hermano, entrelazó sobre la mesa sus manos y apoyó en ellas la cabeza para orar a Dios todopoderoso. Cuando la levantó, la violencia de los rayos y truenos y el torrente de lluvia eran tales que ni el venerable Benito ni los hermanos que lo habían acompañado podían trasponer siquiera los umbrales del lugar donde estaban a cubierto. Efectivamente, la piadosa mujer, cuando apoyó la cabeza sobre las manos, había derramado en la mesa un torrente de lágrimas que tuvieron como resultado cambiar la serenidad del cielo en copiosa lluvia. Y la inundación fue tan inmediata que en el mismo instante en que levantó la cabeza con el ruido del huracán, el agua comenzaba a caer. Viendo entonces el hombre de Dios que en medio de tantos relámpagos y truenos y con la lluvia torrencial no era posible regresar al monasterio, entristecido comenzó a quejarse: «Que Dios omnipotente te perdone hermana. ¿Qué hiciste?» Y ella respondió: «Mira, te pedí a ti y no quisiste escucharme; pedí entonces a mi Señor y Él me oyó. Ahora, sal, si puedes. Sal, déjame y vuelve a tu monasterio». Pero él, sin poder salir del lugar, tuvo que permanecer allí contra su voluntad. Y así fue como pasaron toda la noche despiertos, nutriéndose ambos en la mutua conversación y en santos coloquios sobre la vida espiritual”. 4 Suceso extraordinario, que nos proporciona una amplia noción de la virtud y del mérito de Santa Escolástica, determinando que la victoria en aquella piadosa disputa se inclinara por la que tenía un amor de Dios más perfecto y más fuerte. Vuelo celestial A la mañana siguiente ambos se despidieron y cada uno partió de regreso a su monasterio. Tres días después, estando San Benito en oración, levantó los ojos al cielo y contempló al alma de su hermana que en forma de paloma se había desprendido del cuerpo y penetraba triunfante en las regiones celestiales. Compartiendo con ella la alegría, dio gracias a Dios omnipotente con alabanzas y cánticos, anunció su muerte a sus monjes y los envió enseguida para que trasladaran el cuerpo al monasterio, donde lo depositaron en la sepultura que él había preparado para sí mismo. Era el 10 de febrero del año 547. Cuarenta días después, el 21 de marzo, fallecía del mismo modo San Benito, su hermano y confidente, fundadores de las ramas masculina y femenina de la Orden Benedictina, e insignes pilares de la civilización cristiana en Europa. Notas.- 1. P. Juan Croisset S.J., Año Cristiano, Gaspar y Roig, Madrid, 1852, t. 1, pp. 228-230.
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