El falso concepto de la libertad conduce a una esclavitud a los vicios. Concepto verdadero: libertad es el derecho de hacer todo lo que la ley de Dios permite. El artículo de esta sección publicado en la edición de junio último resaltaba cómo cierta pedagogía autodenominada moderna se equivocó al querer inculcar en los padres de familia una actitud excesivamente indulgente: nunca prohibir, jamás decir no a los impulsos de los hijos. O sea, aplicar solamente la primera parte del axioma de nuestro título, Es necesario saber dar…, —dar a los hijos todo cuanto exijan, ceder siempre a sus deseos, concederles una libertad sin fronteras. En contraposición a este desequilibrio, la pedagogía tradicional, basada en los principios de la Santa Iglesia, enseña que es necesario saber dar, pero también, cuando sea necesario, saber negar, prohibiendo a los hijos aquello que los llevaría a adquirir malos hábitos. * * * A continuación, mostraremos que esa pedagogía libertaria es unilateral, porque ve apenas un lado de la cuestión. Pues basándose en un falso concepto de libertad, enseña que para ser felices los niños deben vivir completamente libres, haciendo “lo que les dé la gana” y que no se les debe cohibir sus espontaneidades en nada. ¿Por qué decimos que esa interpretación de la libertad es falsa? Porque, si al hombre, a cualquier edad, se le permite hacer todo lo que clama la imaginación, las malas tendencias lo llevan a ceder a sus propios caprichos y a las malas pasiones, y acto seguido al pecado. De ahí la expresión “esclavo del pecado”. Libertad y “libertad”
Al respecto, el Prof. Plinio Corrêa de Oliveira explica cuál es el sentido exacto de la libertad, señalando que: “La doctrina católica sobre la libertad humana enseña que ésta consiste, no en el derecho o en la facultad de hacer todo cuanto agrade a los sentidos y a la imaginación, sino en seguir los dictámenes de la razón, a su vez ilustrada y amparada por la fe. Lo que constituye precisamente lo contrario de la doctrina de Freud y de la mayor parte de las escuelas psicológicas y psiquiátricas que surgieron después de él. “Ahora bien, en estas condiciones, la sujeción a una disciplina orientada a impedir que el hombre se ponga en ocasiones de ser arrastrado por el rugido irracional y turbulento de los instintos, constituye, no un vínculo o unos grilletes para la libertad, sino una preciosa protección para ella. “Así, prohibir a un joven que frecuente ambientes donde se fuma marihuana no es limitar su libertad, sino garantizar esa libertad contra la tiranía del vicio, para lo cual una tentación sutil o torrencial puede atraerlo de un momento a otro”. 1 ¿Libertad? Sí, para el bien; no, para el mal En la conocida Encíclica de León XIII, Libertas Praestantissimum, del 20 de junio de 1888, (ver recuadro) el Pontífice denuncia como distorsión y abuso de la libertad el permitirse hacer todo lo que pasa por la cabeza, inclusive el mal; la libertad no consiste en la espontaneidad instintiva, sino en seguir la recta conciencia: pues la verdadera noción de libertad está en la práctica de la virtud y no en la facultad de pecar, que sería una esclavitud. Así, cuando un niño obedece a sus padres, su libertad no es reprimida, más bien da pruebas de ser libre aceptando ser orientado por ellos en aquello que es bueno y evitando el mal. El santo pedagogo Marcelino Champagnat supo, en la educación de los niños en los colegios maristas por él fundados, armonizar extraordinariamente el saber dar y el saber negar. Según él, para conciliar disciplina y libertad es necesario grabar los principios religiosos en el alma del niño y formarle la voluntad, desde los primeros años. Pues hacerlo más tarde, sería como querer enderezar un gran arbusto que, al doblarlo, se quiebra. Al paso que, siendo pequeñito, fácilmente es enderezado. Cuando el niño es aún pequeño, los buenos principios se imprimen con facilidad en su espíritu y en su corazón; adquiere el gusto por la práctica de la virtud, convencido de que ésta es el bien que lo hace verdaderamente feliz, incluso en este mundo, y que el pecado es el peor de los males. Para una buena formación, aliar la firmeza con la bondad San Marcelino Champagnat enseña que, para la formación de la voluntad de los niños, es necesario imponer disciplina, pero sin exigencias innecesarias; advertir, pero con dulzura; castigar, pero sin aterrorizar. Por último, algunos de sus consejos en ese sentido: “El más funesto azote de nuestro siglo es la independencia: todo el mundo quiere obrar a su antojo y se cree más capacitado para mandar que para obedecer. Los hijos se niegan a obedecer a los padres, los súbditos se rebelan contra los monarcas; la mayor parte de los cristianos desprecian las leyes de Dios y de la Iglesia; en una palabra, la insubordinación reina en todas partes. Se presta, pues, un excelente servicio a la religión, a la Iglesia, a la sociedad, a la familia, y especialmente al niño, doblegando su voluntad y enseñándole a obedecer. Pero, ¿cómo se le inculca la obediencia? Es preciso: 1. No mandarle ni prohibirle nada que no sea conforme a justicia y razón; no prescribirle nunca nada que provoque la rebelión en su mente o tenga visos de injusticia, tiranía o tan sólo capricho. Tales mandatos no consiguen sino turbar el juicio del muchacho, inspirarle profundo desprecio y aversión al maestro, y pertinaz repulsa de cuanto le manden. 2. Evitar el mandar o prohibir demasiadas cosas a la vez, ya que la multiplicidad de las prohibiciones o mandatos provoca la confusión y el desaliento en el corazón del niño y le hace olvidar parte de lo mandado. Por lo demás, la coacción no es necesaria ni da otro resultado que desanimar y sembrar el mal espíritu. 3. No mandar nunca cosas demasiado difíciles o imposibles de llevar a cabo, pues las exigencias inmoderadas irritan a los niños y los tornan testarudos y rebeldes. 4. Exigir la ejecución exacta e íntegra de lo que se ha mandado. Dar órdenes, encargar deberes escolares, imponer penitencias y no exigir que se ejecuten, es hacer al niño indócil, echarle a perder la voluntad y acostumbrarle a que no haga caso alguno de los mandatos o prohibiciones que recibe. 5. Establecer en la escuela una disciplina vigorosa y exigir a los alumnos entera sumisión al reglamento. Esa disciplina es el medio más adecuado para robustecer la voluntad del niño y darle energías; para hacerle adquirir el hábito de la obediencia y de la santa violencia que cada uno ha de ejercer sobre sí mismo para ser fiel a la gracia, luchar contra las malas pasiones y practicar la virtud. Semejante disciplina ejercita constantemente la voluntad con los sacrificios que impone a cada momento. Obliga al niño a cortar la disipación, guardar silencio, recoger los sentidos, prestar atención a las explicaciones del maestro, cuidar la postura y los modales, reprimir la impaciencia, ser puntual, estudiar las lecciones y hacer las tareas; ser reverente con el maestro, obsequioso y servicial con los condiscípulos; doblegar y acomodar el temple a mil cosas que le contrarían. Ahora bien, ese ingente número de actos de obediencia, esa larga serie de triunfos que el niño alcanza sobre sí mismo y sus defectos, son el mejor método de formación de la voluntad, la manera mejor de robustecerla y darle flexibilidad y constancia”. 2 Notas.- 1. Plinio Corrêa de Oliveira, Guerreros de la Virgen - La réplica de la autenticidad, Editora Vera Cruz Ltda., São Paulo, 1985, pp. 122-124.
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