Cómo los padres deben instruir a sus hijos acerca de las verdades fundamentales de nuestra fe, las prácticas religiosas, los actos de piedad, los principios cristianos y las buenas normas de conducta En nuestro número de enero último publicamos en esta sección algunos principios fundamentales, enseñados por San Alfonso María de Ligorio en sus sermones, para que los padres de familia puedan impartir una buena formación a sus hijos. Los menores, habitualmente, siguiendo el ejemplo de sus padres actuarán como ellos, de acuerdo con la buena o mala formación que reciban. En vista de ello, los progenitores, en cierta medida, son responsables ante Dios por la conducta de sus hijos. Por otro lado, según la doctrina católica el hombre es una criatura racional dotada de libre albedrío. Por eso, independientemente de la buena o mala formación recibida de los padres, a partir de la edad de la razón los hijos poseen la capacidad de discernir entre la verdad y el error, el bien y el mal; y reciben gracias para rechazar el mal y practicar la virtud. En el presente artículo, continuaremos exponiendo las enseñanzas del renombrado Doctor de la Iglesia: * * *
En primer lugar, los padres deben instruir a sus hijos en las verdades de la fe, comenzando por los cuatro principales misterios: — Que hay un sólo Dios, Creador y Señor soberano de todas las cosas. — Que este Dios recompensa a los buenos y castiga a los malos. En la otra vida, por toda la eternidad, Él recompensa a los justos en el Cielo y castiga a los malos en el infierno. — Que en Dios hay tres personas: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Sin embargo, hay un sólo Dios, porque las tres personas divinas tienen una sola y misma esencia: es el misterio de la Santísima Trinidad. — A esto último es necesario añadir el misterio de la Encarnación: el Verbo divino, Hijo de Dios y Él mismo verdadero Dios, se hizo hombre en el seno purísimo de María, padeció y murió por nuestra salvación. Encargo propio de los padres Un padre o una madre, para excusarse de este encargo, podría alegar que no conoce estas cosas. Pero si ellos ignoran estas verdades fundamentales, están obligados a aprenderlas y después enseñarlas a sus hijos. O, por lo menos, hacerlos asistir al catecismo. ¡Qué infelicidad ver a tantos padres y madres que no enseñan a sus hijos las verdades fundamentales de nuestra religión, y, además de eso, les prohíben de ir al catecismo! No causará sorpresa que, cuando crezcan, no sepan qué es pecado mortal, infierno, eternidad. Ni siquiera saben el Credo, el Padrenuestro y el Ave María, que ningún cristiano puede ignorar sin ser culpable de una grave negligencia. Prácticas religiosas de cada día Además de esa instrucción, enteramente indispensable, los padres cristianos deben enseñar a sus hijos los actos de piedad de cada mañana, al levantarse, y que consisten en: — Agradecer a Dios habernos conservado durante la noche. — Ofrecer a Dios todas nuestras acciones y todos nuestros sufrimientos de este día. — Rezar a Jesús y a María para preservarnos de todo pecado. Durante el día, rezar los actos de fe, de esperanza y de caridad, recitar el rosario, visitar al Santísimo Sacramento. Animados del verdadero espíritu cristiano, ciertos padres hacen diariamente, con toda la familia, media hora de oración precedida de alguna lectura de un libro de meditación. Por la noche examinar la conciencia y, enseguida, rezar el acto de contrición. Así cumplen esta recomendación del Espíritu Santo: “Si tienes hijos, edúcalos y exígeles obediencia desde su niñez” (Ecl. 7, 23). De ese modo los hijos, más tarde, gracias a la buena costumbre que adquirieron, cumplirán los deberes de piedad sin dificultad. Acostúmbrenlos desde la infancia a la confesión y a la comunión, y que reciban oportunamente el sacramento de la confirmación. Principios del mundo y principios cristianos Nunca estará de más recomendar a los padres inculcar a los hijos los principios verdaderamente cristianos. Desdichadas las familias en las cuales reinan los principios del mundo, como estos: “Es necesario sobresalir en la sociedad y nunca estar por debajo”. “Dios es misericordioso e indulgente, sobre todo con ciertas faltas...” ¡Pobre joven a quien se anima así frente a sus debilidades! Éstas no son las máximas de una familia cristiana. Antes bien, enseñen a sus hijos ciertas máximas del cristianismo, como éstas: “¿De qué vale ganar el mundo entero, si viene a perder su alma?”. “Todo acaba aquí en la Tierra, pero la eternidad no terminará nunca”. “Antes perderlo todo que perder a Dios”. Una de estas máximas, grabadas en el corazón de vuestro hijo, lo podrá mantener en estado de gracia toda la vida. Padres: modelos para sus hijos Para educar bien a los hijos, las palabras no son suficientes, es necesario sobre todo el ejemplo de los padres. ¿Cómo pueden ellos esperar formarlos en la vida cristiana si les dan malos ejemplos? Así, no debe sorprender que se reprenda a un joven por su mala conducta y él responda: ¿Qué quieres que haga? ¡Mi padre hace cosas peores! “Un padre impío se atrae los reproches de sus hijos, porque es a él a quien deben su infamia” (Ecl. 41, 7).
Hay padres que, a veces, corrigen a sus hijos, pero, ¿qué pueden todas las palabras si las obras las desmienten por el mal ejemplo? Es conocido este proverbio: “Los hombres creen más por los ojos que por los oídos”. San Ambrosio dijo en el mismo sentido: “Lo que toca mis ojos me impresiona más que las palabras que tocan mis oídos”. Es inútil alegar: mis hijos ya nacieron con una naturaleza ruin. He aquí lo que dice Séneca: “Es un error creer que el vicio nace con uno. No. El vicio es introducido en nosotros”. ¿Y cómo se introduce? Precisamente por los malos ejemplos. Señores padres de familia, si no dan buenos ejemplos, sus hijos no serán virtuosos. Frecuenten los sacramentos, reciten diariamente el rosario, digan basta a las solicitaciones deshonestas, a las blasfemias, a las riñas y verán a sus hijos confesándose, rezando el rosario, hablando de cosas apropiadas, practicando el respeto hacia Dios y la caridad hacia el prójimo. Pero noten bien en la sentencia ya citada: “Si tienes hijos, edúcalos y exígeles obediencia desde su niñez” (Ecl. 7, 23). Es necesario que los niños sean, desde los primeros años, formados en las buenas costumbres. Pues, a medida que ellos crecen y que los malos hábitos se fortifican, encontraréis siempre más dificultades para que acepten vuestras sabias advertencias. Vigilancia: librar a los hijos de las ocasiones peligrosas Alguna cosa ciertamente faltaría en la educación de los hijos, si los padres no tomasen cuidado en librarlos de las ocasiones peligrosas. Deben en consecuencia: — Prohibirles salir de noche, ir a algún lugar sospechoso, frecuentar alguna mala compañía. Las malas compañías son la ruina de los jóvenes débiles. Pero no basta que los padres eviten que el mal sea cometido ante sus ojos. Hecho esto, queda aún un deber: examinar, indagar con los próximos, e incluso con los extraños, qué conducta tienen sus hijos cuando salen de casa, a qué lugares van, qué amigos frecuentan. — Quitarles los objetos de que puedan hacer mal uso, como malos libros, novelas con máximas impías o aventuras galantes, cuadros inmorales, pinturas, etc., que puedan suscitar malos pensamientos. Muchos vicios podrían ser evitados si los niños no tuvieran a su alcance ciertos objetos peligrosos... — Prohibir todos los juegos de azar, que frecuentemente arruinan las familias y las almas. Prohibir también bailes, teatros y reuniones peligrosas. — No dormir junto con los hijos, ni dejar dormir juntos a niños y niñas. — Prohibir que las niñas tengan conversaciones a solas con hombres, mayores o jóvenes. Algunos padres pueden querer argumentar: “¡Pero qué buenas lecciones le da el profesor a la niña, y qué santidad tiene!...” — ¡Nada de ilusiones en cuanto a las buenas lecciones o a la santidad! Los santos están en el cielo; en cuanto a los que están aquí en la tierra, son de carne y pueden muy bien, apareciendo la ocasión, ¡transformarse en demonios!.
* Sermons de S. Alphonse de Liguori, Analyses, commentaires, exposé du système de sa prédication, par le R.P. Basile Braeckman, de la Congrégation du T. S. Rédempteur, Tome Second, Jules de Meester-Imprimeur-Éditeur, Roulers, pp. 472-481.
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