Si se le compara con bebidas de sabor definido, como el vino y la cerveza, esta gaseosa, que misteriosamente atrae a las masas, causa la sensación de falta de rumbos, como la vida de muchos de sus apreciadores… Nelson Ribeiro Fragelli
Mi curiosidad se hizo más intensa cuando, invitado recientemente por un viejo amigo, almorzaba en un restaurante de parrilladas, y vi entrar a unos diez jóvenes, chicos y chicas entre 15 y 18 años. Ocuparon una mesa, hicieron rápidamente sus pedidos, y también rápidamente el mozo trajo como bebida a casi todos, para sorpresa mía, sólo Coca-Cola. Educados, conversaron tranquilamente y se fueron, habiendo comido muy poco. ¿Cuál es la razón de esa preferencia prácticamente uniforme de la juventud actual por la Coca-Cola? ¿Cómo llegaron a gustar de ella? ¿En qué reside su atracción? Pregunté personalmente a varios jóvenes, de diferentes países, a respecto de su predilección por la Coca-Cola. Una minoría dijo que le tomaron el gusto desde que la probaron por primera vez. La mayoría respondió decididamente que al inicio les había desagradado, consiguiendo apreciarla sólo paulatinamente. “Todos la toman, ella es servida en todas partes, entonces hice como todo el mundo. Mire, el hecho es que la tomamos; si es rica o no, habría que pensarlo”. Las respuestas fueron sin entusiasmo, propias de quien no quiere pensar en el asunto. Un grupo me dijo que no toleraba las imitaciones. Sólo toman la que llaman Coca-Cola original. Rechazan la Coca-Cola light y la Coca-Cola Zero. El sabor de la Coca-Cola original es muy preciso, lo que los lleva a rechazar las imitaciones. Éstas son consideradas intolerables, pues la Coca-Cola original es única. Su gusto no evoca a ningún otro. Sin embargo, diversos sabores pueden estar relacionados con la Coca-Cola. Pocos consideran que, en lo referente al paladar, ella sugiere al caramelo o al edulcorante artificial. Es difícil de definir, dicen. Les doy la razón: la Coca-Cola tiene como sabor más característico un punto específico, siendo toda variación percibida. Pero ese punto es indefinible.
“A veces notamos un sabor a limón o a vainilla. Tal vez a canela. Limón, vainilla y canela químicos, por supuesto. No sentimos en ella frescor de sabores, que se trasladan parcialmente, un poco sin rumbo, algo complicado de definir. Enigmático, a veces evocando zumo de naranja, otras veces azúcar quemada”. Me pregunté si habría una evolución en el sabor, cuya atracción está primordialmente en no analizarlo, pues es difícil “coger” un punto necesario en evolución. Se prefiere no pensar en ello —me dieron a entender. La percepción del gas y del azúcar son las sensaciones primordiales: el azúcar es complaciente y la fuerte gasificación excita el ánimo. Esa diversidad de percepciones los anima, domina las sensaciones, y el pensamiento se distancia. En cuanto a los sabores subyacentes… un exceso de análisis produce la pérdida del gusto. * * * La preferencia por la Coca-Cola quebró un padrón cultural de degustación. En la mesa o en el salón, es de praxis anunciar que el vino servido es francés o del Rin, peruano o chileno. En cuanto a la cerveza, interesa conocer si ella es importada, si su origen es alemán o belga, si es rubia o negra; siendo nacional, el anuncio es de menor rigor. El color de una bebida es siempre una atracción, o hasta una indispensable introducción cromática a su degustación: el rubí de un vino prenuncia particulares delectaciones; los reflejos enverdecidos del champagne hablan de su vinificación; los matices dorados de la cerveza rubia, el cristalino o el ámbar de un aguardiente sugieren calidad o su edad. Sin embargo, el marrón turbio de la Coca-Cola no sugiere a la imaginación una calidad esmerada.
De acuerdo con la apreciación de Plinio Corrêa de Oliveira, el color del chopp “es muy bonito, no hay duda; pero si fuese cargado de un dorado más consistente… Le falta un poco de oro. Por otro lado, el chopp es una linda morada para la luz. La que entra en él y permanece es más bella que la que existe dentro del agua. No es poca cosa, porque el agua, bajo cierto punto de vista, sería la morada ideal de la luz. Pero el chopp puede volverse una morada más bella” (cf. La inocencia primeva y la contemplación sacral del universo, edición del Instituto Plinio Corrêa de Oliveira, Artpress, S. Paulo, 2008, p. 302). * * * Se puede decir de la Coca-Cola lo que la socióloga norteamericana Mary Gay Humphreys afirmó del agua gasificada (soda), antecesora de la Coca-Cola en popularidad. Ella es portadora de un cuño democrático, pues tanto el millonario con su champagne, como el burgués con su cerveza, o el obrero con su aguardiente, todos toman Coca-Cola (Tom Standage, Sechs Getränke, die die Welt bewegten, Patmos Verlag, Düsseldorf/Zürich, 2006, p. 219). Entre los jóvenes interrogados, uno había tomado tanta Coca-Cola que perdió el esmalte de los dientes: fue entonces cuando supo que ella sirve también como desatorador de caños… “Se debe evitar beberla con el estomago vacío”, me dijo. “Algunos la toman en pequeñas cantidades, para no provocar náuseas”, afirmó otro. Ambos están de acuerdo en que ella puede llevar al vicio, “como el cigarrillo”. Tal vez por esa razón, junto a las nuevas generaciones la Coca-Cola viene siendo sustituida por las nuevas bebidas energéticas. Antes de los exámenes universitarios, a la hora de estudiar arduamente, todos prefieren café o té. A mi pregunta sobre si ellos asocian la Coca-Cola predominantemente al sexo masculino, fueron tajantes en caracterizarla como afín a ambos sexos, sin tender hacia la psicología femenina o masculina, aunque en las comidas formales las jóvenes titubean si pedir o no Coca-Cola.
La minoría juzga la botella muy atractiva, la chapita y aquellas letras vagamente góticas dan confianza, parecen sonreír al consumidor. La Coca-Cola fue creada en 1886 en Atlanta, EE. UU., por el farmacéutico John Pemberton. Él buscaba un elixir que curase el dolor de estómago, males del hígado y enfermedades de la piel. Las ciencias químicas acababan de conocer mejor los efectos “milagrosos” de la hoja de coca, llamada por los incas “planta divina”: ella aceleraba las funciones musculares y cerebrales. Al mismo tiempo eran mejor conocidas las virtudes estimulantes de la cola, una nuez encontrada en el África Occidental —en Senegal y en Angola. En 1886 el “Atlanta Journal” anunciaba así las virtudes de la Coca-Cola: “¡Deliciosa! ¡Refrescante! ¡Estimulante! ¡Fortificante!” En esa época surgió el logotipo de la bebida: las dos CC daban un buen efecto publicitario. La venta aumentaba día a día y el negocio andaba bien, cuando John Pemberton murió. De cáncer al estómago… * * * Antes de la Segunda Guerra Mundial, la venta de Coca-Cola abarcaba ya a todos los estados norteamericanos. Su éxito era tan grande, que el nuevo elixir se identificó con el espíritu norteamericano. Cuando, a raíz del conflicto mundial, el azúcar fue racionada en el país, las autoridades decretaron que las fábricas de Coca-Cola no sufrirían ningún recorte, pues ella se incluía entre los productos vitales para la guerra. Era enviada a los soldados americanos que luchaban en Europa, a fin de hacerlos sentirse en casa. Sectores del ejército consideraban al suministro de la Coca-Cola tan importante cuanto la asistencia mecánica para el mantenimiento de aviones y carros de combate. Entre las filas de soldados, el personal de la Coca-Cola gozaba del status especial de observadores técnicos. Eran conocidos como coroneles coca-cola. La palabra secreta para los batallones que atravesaron el Rin, ocupando territorio enemigo, era “Coca-Cola”. Distribuida regularmente entre los marineros, ella fue así llevada no sólo a Europa, sino también a las regiones más distantes, como la Polinesia.
Habiendo luchado contra el nazi-fascismo en la guerra, y por oponerse al comunismo soviético en el post-guerra, los Estados Unidos eran vistos como los paladines “del capitalismo, de la democracia y de la libertad”. Y uno de los sus símbolos era la Coca-Cola. Stalin la prohibía en la Unión Soviética; los comunistas franceses rechazaban la “coca-colonización” norteamericana, proponiendo su prohibición legal, pues “ella envenenaba a la población”. El periódico “Le Monde”, de París, juzgaba que la Coca-Cola “ponía en juego la constitución moral de Francia”. Los comunistas austriacos denunciaban a las fábricas de Coca-Cola como capaces de producir bombas atómicas en cualquier momento, y los marxistas italianos decían que los niños, al beberla, quedaban con el cabello blanco… Despecho comunista: ellos, que siempre depositaron en la propaganda y en el dinero su esperanza de conquista de la opinión, no fueron capaces de crear símbolos convincentes, propagadores de sus concepciones. * * * Uno de los jóvenes, ante tantas preguntas, me dijo: “La Coca-Cola realmente está envuelta en enigmas. Aliada del capitalismo, ella es sin embargo la bebida de las masas; símbolo de la libertad, ella es hoy para los jóvenes (y no sólo para ellos, diría yo) una gaseosa compulsiva; si es comparada al vino o a la cerveza, ella nos deja en la indefinición y en la falta de rumbos”. Hizo una pausa, y continuó: “Más o menos como la vida que muchos llevan”. Fue entonces que él me narró el diálogo que presenció en un restaurante, entre un joven y un mozo: —¿Y para beber? ¿Una gaseosa, una cerveza? —No. Nada. Una Coca-Cola, tal vez.
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