La Perla de York Madre de familia, católica tenaz y mártir, brilló por su fidelidad a la verdadera Iglesia y por la valentía con la que enfrentó a sus enemigos Plinio María Solimeo SE PUEDE AFIRMAR que no existe odio mayor que aquel que se levanta contra la verdad religiosa. Tenemos un ejemplo de ello en el refinamiento de crueldad con que fueron tratados los primeros cristianos. Y también en el sufrimiento de los católicos durante la seudo Reforma Inglesa de los siglos XVI y XVII. Uno de estos mártires fue Santa Margarita Clitherow, la primera mujer de aquella época en ser martirizada. Murió aplastada bajo un peso de cerca de 700 kilos, al no querer renegar de la verdadera fe y por albergar a sacerdotes católicos. La "Isla de los Santos" bajo la tormenta Inglaterra fue otrora llamada la Isla de los Santos. Sin embargo, desde la Edad Media, sus reyes se hicieron en general prepotentes en lo concerniente a los derechos de la Iglesia. Esto llevó, por ejemplo, al martirio del Arzobispo de Canterbury, Santo Tomás Becket (1170). Posteriormente, en 1531, Enrique VIII rompió con el Papa porque se negó a anular su legítimo matrimonio con Catalina de Aragón. El lúbrico rey se declaró “Protector y Cabeza Suprema de la Iglesia de Inglaterra”. Así nació el anglicanismo. A quien no estuviera de acuerdo con su divorcio y con la adopción de ese título, él lo mandaba decapitar, como les sucedió a Santo Tomás Moro y San Juan Fisher, en 1535. Por igual motivo ordenó la ejecución de unos monjes cartujos y franciscanos. A partir de entonces, por diversas circunstancias, se fue operando una gradual protestantización de lo que quedaba de católico en la religión anglicana. De ese modo, el cerco a los católicos se fue volviendo cada vez más estrecho, con lo cual muchos alcanzaron la palma del martirio. En 1558, la impía Isabel I sucedió a su media hermana María Tudor en el trono. Aquella no sólo siguió la funesta política de su padre Enrique VIII, sino que la radicalizó aún más. Así, fue necesario que los católicos fieles, principalmente los miembros del clero, se ocultaran para practicar la religión verdadera, bajo la constante amenaza de prisión y muerte. La Santa Misa fue prohibida y la población obligada a participar de los "servicios" en las iglesias anglicanas. Radical conversión a la verdadera fe En ese contexto, en York, por el año de 1556, nació Margarita, hija de Tomás Middleton, un exitoso fabricante de cirios y comisario de la ciudad. En 1571 ella se casó con Juan Clitherow, un próspero ganadero y carnicero, que había ejercido y aún ejercería diversos cargos públicos en York. Convertido en uno de sus más ricos ciudadanos, fue autorizado a anteponer el tratamiento de Sir a su nombre. Margarita lo ayudaba en la carnicería, siendo muy querida por la amplia clientela a causa de su honestidad y simpatía. La familia de Tomás Middleton no opuso resistencia a la nueva religión y aceptó a la reina como cabeza de la "iglesia". Por ello Margarita fue educada en el anglicanismo.
A pesar de no saber leer ni escribir —una de las consecuencias de la persecución fue la supresión de las órdenes religiosas y del sistema educativo inglés—, Margarita era inteligente y perspicaz. Analizando la religión en la cual se educó, "al no encontrar fundamento, verdad, ni consuelo cristiano en los ministros del nuevo evangelio, ni en su propia doctrina y, al enterarse de que muchos sacerdotes y laicos sufrían al defender la antigua fe católica" —comenta su confesor y biógrafo, P. Juan Mush1— Margarita quiso instruirse en ella, convirtiéndose tres años después de haberse casado. La nueva convertida se entregó con ardor a la práctica de la religión católica. Rezaba con creces, se confesaba con frecuencia, y cuando algún sacerdote celebraba la misa secretamente en algún hogar católico, asistía a ella y comulgaba. Pero el ardor de Margarita no se limitaba a eso: ella se dedicó al apostolado, procurando confirmar en la fe a los católicos perseguidos e intentando reconducir al seno de la Iglesia a los que de ella se habían apartado por debilidad. Juan Clitherow, que por comodidad seguía la nueva religión, daba sin embargo amplia libertad a su esposa. Decía que encontraba en ella meramente dos defectos: ayunaba demasiado y nunca lo acompañaba a la iglesia anglicana, lo que le acarreó algunas multas. Cuando Margarita empezó a albergar en su residencia a sacerdotes proscritos, él prefirió ignorar el hecho, para quedar en paz con su conciencia y no tener que delatar a su esposa. Los Clitherow tuvieron tres hijos: Enrique, Ana y Guillermo, nacido en la prisión. Con autorización del esposo, Margarita los crió en la religión católica. Como no tenía estudios, contrató a un tutor católico para instruirlos. Con el tiempo, envió al hijo mayor al seminario de Douai, en Francia. Como eso fue considerado crimen, ella fue nuevamente arrestada. Después de su muerte, los hijos perseveraron en la fe: los muchachos se hicieron sacerdotes y la chica, religiosa. Conversión considerada como traición La situación, no obstante, empeoraba gradualmente para los católicos fieles. En 1581, el gobierno de la cruel reina anglicana promulgó los Decretos de Persuasión declarando que la conversión de alguien a la fe católica era crimen de alta traición. El decreto restringió en gran medida la acción de Margarita. De pronto fue considerada como sospechosa y arrestada en varias ocasiones, una de ellas por dos años. La heroica mujer aprovechaba la reclusión para hacer verdaderos retiros espirituales, en los cuales su alma se unía cada vez más a Dios. Durante la prisión pasó a ayunar cuatro días por semana, práctica que después continuó. Fue también en la prisión que, a fuerza de perseverancia, consiguió aprender a leer y escribir.
Margarita había transformado un cuarto de su casa en escondrijo para sacerdotes en caso de persecución. Alquiló también, con el mismo fin, otra casa ante la eventualidad de que la suya quedara bajo sospecha. Algunos sacerdotes acogidos por ella fueron después martirizados. Ella tenía un armario secreto con todo lo necesario para la celebración de la misa. Según la tradición local, Margarita llegó a esconder a los sacerdotes hasta en la posada del Cisne Negro, en Peaseholme Green, en las propias narices de sus perseguidores. Santa Margarita tenía una cautivadora y atrayente personalidad. Dice su biógrafo que "todos la amaban y acudían a ella en demanda de auxilio, consuelo y consejo en sus penas… Su servidumbre le tenía un amor tan reverente que, a pesar de que su ama los corregía con razonable dureza por sus faltas y negligencias y que sabían cuándo los sacerdotes frecuentaban la casa, tenían tanto cuidado de conservar los secretos de su ama, como si fueran sus verdaderos hijos".2 Empezaba el día con la meditación y si había algún sacerdote, asistía a misa arrodillada detrás de sus hijos y empleados. Su dramático y heroico final En 1585 la situación se agravó aún más. Isabel I decretó el llamado Acto Estatutario, que estableció como crimen de alta traición el hecho de que cualquier sacerdote, sobre todo si era jesuita, permaneciera en sus dominios. La heroica Margarita entonces afirmó: "Por la gracia de Dios, todos los sacerdotes me serán aún más bienvenidos, y haré lo que pueda para hacer progresar el divino culto católico".3 El día 10 de marzo de 1586, Juan Clitherow fue intimado a explicar al consejo municipal el viaje de su hijo al exterior. Como él era miembro del consejo y conocidamente anglicano, consiguió justificarse. Pero mandaron registrar su casa. Margarita no se preocupó con ello, pues en ese momento no había ningún sacerdote refugiado allí, y sus hijos y sirvientes eran de confianza.
La policía irrumpió inopinadamente, justo en la sala de aula de los niños. El profesor huyó por la ventana. Sin embargo, había en la sala otros niños del vecindario, uno de los cuales se atemorizó y terminó mostrando a las autoridades el escondrijo secreto y el armario donde se encontraban los utensilios para la misa. Con ello la policía quedó en poder de evidencia contra Margarita. Sus dos hijos fueron mandados a casa de un protestante y sus criados encerrados en prisión. Margarita se negó a someterse a juicio. En este podrían ser llamados a deponer su marido, sus hijos y criados, posiblemente bajo tortura, lo que ella quiso evitar. Sabía que, en cualquier caso, sería ejecutada: "No conozco ninguna ofensa por la que me deba declarar culpable. No habiendo cometido ningún delito, no necesito ser juzgada", dijo ella.4 Los jueces la condenaron entonces a ser aplastada hasta la muerte —pena infligida a los que no se sometían a juicio— "por haber alojado y mantenido a jesuitas y sacerdotes del seminario, traidores de la majestad de la reina y de sus leyes". En el momento del suplicio, Margarita fue apremiada a rezar por la reina. Ella lo hizo deseando la conversión del monarca a la verdadera fe. Algunos anglicanos presentes le pidieron que rezara con ellos. Ella se negó, afirmando: "Yo no rezaré con vosotros, ni vosotros rezaréis conmigo. Ni yo diré amén a vuestras oraciones, ni vosotros a las mías".5 Los dos verdugos encargados de la horrible ejecución contrataron a unos mendigos para sustituirlos. Margarita, que esperaba a su cuarto hijo, fue recostada sobre una piedra afilada que, al ser presionada, debía romperle las espaldas. Sobre su cuerpo fue colocada una puerta, y encima de esta se apilaron grandes bloques de piedra, hasta que la mártir quedara completamente aplastada bajo un peso de casi 700 kilos. Fue martirizada un viernes santo, 25 de marzo de 1586. "Después de la muerte de Clitherow, Isabel I escribió a los ciudadanos de York para expresar cuán horrorizada había quedado con el tratamiento dado a una mujer: debido a su sexo, Clitherow no debería haber sido ejecutada".6 Lo que parece hipocresía, pues fue lo que ella hizo al año siguiente con la católica reina de Escocia, María Estuardo, a quien mandó decapitar para no tener a una rival en el trono de Inglaterra. Notas.-
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