Pinceladas Dádiva de bondad

Ferdinand Georg Waldmüller, 1850,
Colección particular

Felipe Barandiarán

Ala puerta de una rústica casa un mendigo recibe el ofrecimiento gentil de una reconfortante colación. Es conocido en el valle. La fortuna le ha dado cruelmente la espalda, dejándole a merced de la caridad. Expuesto a la intemperie, se protege con un holgado abrigo de paño grueso, provisto de esclavina, que le confiere un cierto aire solemne. Es un hombre alto, erguido a pesar de los años. Pobre pero aseado. Ya bastante calvo, pero aún con cabellos largos, blancos, y barba afilada. La expresión de su rostro es seria, humilde y muy digna.

Sentado sobre un arcón de madera, junto a la puerta, espera el deseado sustento del día. La dueña de la casa le ha preparado pan y sopa. Hace que su hija sea quien se lo ofrezca, con afecto. Le enseña a tener compasión con los desamparados y a tratarlos con bondad.

La niña mira al viejo con cierto recelo, pero con dulzura, y entrega en sus manos el tazón de porcelana, con una cuchara. A su lado, sentado en el escalón, su hermano pequeño asiste a la escena sin prestar aparentemente ninguna atención, distraído con su panecillo.

El perro no pierde atención a los detalles… tal vez le llega algo a él también.

El rostro sonrosado y tierno de la niña y su natural frescura, contrasta con el desgaste del anciano, y resalta la belleza del gesto cristiano. La madre apoya su mano con el dedo índice en el hombro de su hija, para reafirmar la lección de caridad. Quien da a los pobres, presta a Dios: “Todo lo que hagáis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hacéis”  (Mt 25, 40).

 

Ferdinand Georg Waldmüller (1793–1865) se formó en su ciudad natal, Viena, donde asistió esporádicamente a la Academia de Bellas Artes. Entre 1817 y 1821 se dedicó principalmente a copiar las obras de los grandes maestros de la pintura que se podían ver en los museos y galerías de su ciudad, y durante algún tiempo trabajó como pintor de miniaturas.

En 1822 expuso cinco obras originales en la Academia de Bellas Artes. Tres años más tarde hizo su primer viaje a Italia, seguido de visitas a Dresde, Múnich y Frankfurt. Durante los siguientes quince años se dedicó principalmente al retrato. Su primer encargo real lo recibió en 1827, cuando realizó las dos versiones del retrato del emperador Francisco I, ambas en Viena, una en el Wien Museum y la otra en el Hypotheken & Credit­institut. Sus obras se convirtieron en el mejor exponente del estilo Biedermeier en Austria, género que en lo pictórico reflejaba el pequeño mundo burgués, afable y conformista, y que se caracterizó por su detallismo y minuciosidad a la hora de describir el ambiente y los objetos que rodean a los personajes. También se especializó en pintura de flores y, a partir de la década de 1830, empezó a pintar vistas al aire libre de los parques y alrededores de Viena. En la década siguiente Waldmüller comenzó, sin embargo, a interesarse más por la pintura de género, en especial por la vida del campo. En sus escenas campestres el artista se concentró en el realismo de sus personajes y en los detalles, a la vez que dotó a sus composiciones de una fuerte luminosidad.

Su relación con la Academia de Bellas Artes de Viena fue siempre complicada. En 1829 Waldmüller comenzó a enseñar en esta institución, pero su radical oposición y crítica a los métodos de enseñanza, provocó varias suspensiones y finalmente su expulsión, siendo readmitido, años después, gracias a la intervención del propio emperador. A lo largo de su carrera, el artista escribió diez ensayos sobre la necesidad de una reforma académica.

Esplendor de la concepción jerárquica y cristiana de la vida - I Notre Dame de París
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