La Palabra del Sacerdote ¿Por qué Dios permite las calamidades?

PREGUNTA

En nuestro grupo de oración hemos rezado mucho por las víctimas de las inundaciones ocurridas en el sur de Brasil. En dichas reuniones se levantó el tema de por qué Dios permite tanto sufrimiento. Uno de los participantes dijo que veía aquella tragedia como un castigo por la propagación del ateísmo y del satanismo.

Una amiga objetó que eso no podía ser, porque la idea de que Dios castiga no es cristiana sino pagana, y que además había leído que un organismo del Vaticano declaró que las apariciones y los mensajes anunciando castigos no podían ser sobrenaturales.

Me pregunto, ¿será cierto? Gracias.

RESPUESTA

Padre David Francisquini

Muchas personas me han preguntado qué se debe pensar acerca de la tragedia causada por las tormentas en el estado brasileño de Rio Grande do Sul. Me gustaría aprovechar esta oportunidad para responder no solo a esta pregunta, sino también a una cuestión más general: si permitir las catástrofes —que causan tanto sufrimiento a muchas personas— es compatible con la infinita bondad de Dios.

En primer lugar, debo confirmar la información brindada por la consultante, según la cual uno de los organismos de la Santa Sede —en este caso concreto, la Pontificia Academia Mariana Internacional— ha creado recientemente un organismo denominado Observatorio de apariciones y fenómenos místicos vinculados a la Virgen María, destinado a ayudar a los obispos a discernir tales fenómenos. Uno de los miembros del comité directivo de este Observatorio es el franciscano fray Stefano Cecchin, quien además es presidente de la citada Academia. En diversas entrevistas de prensa, ha repetido que, además de los aspectos materiales y morales, uno de los principales criterios para evaluar la autenticidad de las apariciones y mensajes de la Virgen es si contienen anuncios de castigos, pues esta es una “señal de alerta”: “¿Quiere una madre castigar a sus hijos enviándoles enfermedades, la muerte…? De ninguna manera. Así que las apariciones que hablan de castigos de Dios son absolutamente falsas”.1

Esta afirmación del padre Cecchin es insostenible desde el punto de vista teológico, porque contradice no solo la enseñanza del Antiguo y del Nuevo Testamento, de los Padres y de los Doctores de la Iglesia, sino también el magisterio constante de los Papas y de la Jerarquía. Además, el fraile franciscano declara como que fueran absolutamente falsas apariciones marianas reconocidas por la Iglesia y que gozan incluso de una fiesta litúrgica, como las de la Medalla Milagrosa, La Sa­lette, Lourdes y Fátima. Por último, su argumento es sentimental y engañoso, porque finge ignorar que en sus apariciones la Santísima Virgen afirma que es Dios quien va a castigar al mundo, y no ella, cuyo papel es advertir misericordiosamente a la humanidad y pedir su conversión precisamente para evitar los castigos.

El castigo divino no es exclusivamente para la eternidad

Fray Stefano Cecchin OFM

El presupuesto de la afirmación de que una aparición que habla de castigos es absolutamente falsa, solo puede ser el de que Dios nunca castiga. Sin embargo, tal suposición es desmentida por las Sagradas Escrituras y el Credo.

Empezando por la verdad de la existencia del infierno —la Gehenna, de la que hablé en un artículo anterior—, un lugar de tormentos espirituales y físicos, con la circunstancia agravante de que se trata de un castigo eterno. Y no basta con asegurar, como lo hizo el cardenal Fernández en la presentación del documento Dignitas infinita, que Dios se limita a respetar la libertad del hombre que desea alejarse de Él.

Por el contrario, en el Credo profesamos que Jesús “ha de venir a juzgar a vivos y muertos”. Dejando en claro que, cuando el Hijo del hombre vuelva en su gloria, Él mismo separará a los buenos de los malos y dirá a estos últimos: “Apartaos de mí, malditos, id al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles” (Mt 25, 41).

Pero Dios no premia o castiga a las personas solo en la eternidad, después de su paso por este valle de lágrimas. Algunas son castigadas incluso en esta vida, ya sea para motivarlas a convertirse o para que paguen con méritos la deuda por sus faltas aquí en esta tierra, en lugar de pagarlas sin méritos en el Purgatorio.

En cuanto a las entidades colectivas como naciones, regiones, ciudades, familias, etc., puesto que no existirán en la otra vida, son necesariamente premiadas o castigadas por Dios aquí en la Tierra. Así lo demuestra san Agustín a lo largo de su obra La ciudad de Dios.

Así lo atestiguan las Sagradas Escrituras, que muestran a Dios manifestando su juicio al comienzo de la Historia de la Salvación, en las vicisitudes del Pueblo Elegido, en la vida de Nuestro Señor, en los comienzos de la Iglesia y al final de los tiempos. Al principio, Dios pronunció una sentencia de castigo sobre toda la raza humana, como consecuencia de la caída de sus representantes, nuestros primeros padres (Gn 3).

Tanto la muerte como las enfermedades y miserias que la preceden en esta vida de exilio fueron consecuencias de aquella sentencia original. Luego hubo dos nuevas condenas generales: las grandes catástrofes del diluvio (Gn 6,5) y la dispersión de los pueblos después de la caída de la Torre de Babel (Gn 11).

Otros castigos notables, que golpearon a grupos humanos concretos, fueron la destrucción de Sodoma (Gn 28), las plagas de Egipto (Éx 6 y 12), el terremoto que engulló a Coré y sus seguidores (Núm 16), el mal que cayó sobre los pueblos vecinos, opresores de Israel (Ez 25 y 28), y el cautiverio de los propios judíos en Babilonia por haberse prostituido adorando a dioses falsos (Jer). Todos estos castigos se presentan en la Biblia como resultado de un juicio divino.

La entrada de los animales en el arca de Noé, Aurelio Luini, c. 1556 – Fresco, iglesia de San Mauricio, Milán

Las entidades colectivas son castigadas aquí en la Tierra

Esta convicción de que Dios premia y castiga en esta tierra llegó a estar tan arraigada en el espíritu del pueblo elegido que, en tiempos de Nuestro Señor, muchos rabinos empezaron a enseñar que todo el mal que le sucede al hombre —incluidas las personas individualmente consideradas— es un castigo especial de lo alto. Nuestro Señor refutó esta interpretación errónea.

Preguntado por sus discípulos sobre si la ceguera de nacimiento de un hombre que encontraron en el camino se debía a un pecado suyo o al de sus padres, Jesús respondió: “Ni este pecó ni sus padres, sino para que se manifiesten en él las obras de Dios”. De hecho, después de ser curado, aquel hombre se enfrentó valientemente a los fariseos que lo habían expulsado de la sinagoga, y fue el primero en postrarse ante Jesús y adorarle (Jn 9, 1-41).

Jesús negó también que los galileos asesinados por Pilato, cuya sangre mezcló en un sacrificio pagano, fueran más pecadores que los demás galileos, o que los dieciocho hombres que murieron aplastados por la torre en Siloé fueran más culpables que los demás habitantes de Jerusalén (Lc 13,1-4).

Pero al mismo tiempo, Nuestro Señor afirmó perentoriamente que las ciudades pecadoras serían castigadas. Cuando envió a los doce apóstoles a predicar, les dijo que si no eran recibidos en alguna de ellas o no escuchaban sus palabras, al marcharse debían sacudirse el polvo de los pies, añadiendo: “En verdad os digo que el día del juicio les será más llevadero a Sodoma y Gomorra, que a aquella ciudad” (Mt 10, 15).

Y después de recibir a los discípulos de san Juan Bautista, “se puso Jesús a recriminar a las ciudades donde había hecho la mayor parte de sus milagros, porque no se habían convertido: ‘¡Ay de ti, Corozaín, ay de ti, Betsaida! Si en Tiro y en Sidón se hubieran hechos los milagros que en vosotras, hace tiempo que se habrían convertido, cubiertas de sayal y ceniza. Pues os digo que el día del juicio les será más llevadero a Tiro y a Sidón que a vosotras. Y tú, Cafarnaún, ¿piensas escalar el cielo? Bajarás al abismo. Porque si en Sodoma se hubieran hecho los milagros que en ti, habría durado hasta hoy. Pues os digo que el día del juicio le será más llevadero a Sodoma que a ti’” (Mt 11, 20-24).

Sobrevuelo de las zonas afectadas por las lluvias en el municipio de Canoas, ubicado a 20 km al norte de la ciudad de Porto Alegre, capital del estado brasileño de Rio Grande do Sul (Foto: Ricardo Stuckert)

Aún más impresionante es la profecía de Nuestro Señor sobre la destrucción del Templo y de la ciudad de Jerusalén: “Esto que contempláis [las bellezas del templo], llegarán días en que no quedará piedra sobre piedra que no sea destruida. […]. Y cuando veáis a Jerusalén sitiada por ejércitos, sabed que entonces está cerca su destrucción. Entonces los que estén en Judea, que huyan a los montes; los que estén en medio de Jerusalén, que se alejen; los que estén en los campos, que no entren en ella; porque estos son días de venganza para que se cumpla todo lo que está escrito” (Lc 21, 6 y 20-22).

Puede ser castigo, puede ser misericordia

En vista de todos estos testimonios de la Revelación, ¿cómo es posible presuponer que Dios no castiga y afirmar que toda profecía de la Virgen que hable de castigos es absolutamente falsa? Si el padre Cecchin hubiera vivido en Jerusalén en el año 70, sus prejuicios le habrían llevado a no huir a los montes ni abandonar la ciudad sitiada…

Dicho esto, estudiemos rápidamente la espinosa cuestión planteada por uno de los participantes del grupo de oración, a saber, si las inundaciones de Rio Grande do Sul pueden ser consideradas un castigo divino.

Mi respuesta es: tanto pueden serlo como no. Una catástrofe es el resultado de fenómenos naturales introducidos por Dios en el plan de la Creación, con múltiples finalidades dignas de su sabiduría y bondad. Esta puede ocurrir con la intención de obtener un bien físico mayor
—como el de un ciclón, que al mismo tiempo que provoca daños purifica el aire— o puede darse en función de un bien moral, como agudizar el espíritu del hombre, estimulándole a estudiar la naturaleza para defenderse de su poder destructor y favorecer así el progreso de la ciencia.

En octubre de 2023, el devastador paso del huracán Otis dejó al puerto de Acapulco sumido en la desolación

Asimismo, como acabamos de ver más arriba, la fe nos revela que Dios a veces lo hace para infligir un castigo ejemplar. Por último, una tragedia puede ser también una manifestación benévola de su misericordia. ¿Quién sabe cuántas gracias puede conceder Dios a las víctimas en medio del sufrimiento para salvarlas de la muerte eterna o para unirlas a Él y hacer que acumulen grandes méritos por su expiación?

Todo el mundo puede hacer conjeturas, pero nadie puede saber con seguridad (a menos que reciba una revelación privada) cuáles son los designios de la sabiduría infinita de Dios que le llevaron a permitir una tragedia. Esos designios son para nosotros un misterio insondable que va mucho más allá de la capacidad de conocimiento de nuestras limitadas inteligencias.

Dios nos llamó a la vida eterna

Por tanto, podemos concluir, en primer lugar, que las grandes catástrofes no son necesariamente un castigo, porque también pueden ser una voz —ciertamente terrible, pero paternal— de la bondad de Dios, que tiene por objeto recordarnos que esta vida terrena es pasajera y que la meta última de nuestra vida, que es inmortal, se encuentra más allá. En efecto, si la tierra no trajera dificultades e incluso catástrofes, ejercería sobre nosotros una fascinación irresistible, lo que nos haría olvidar con demasiada facilidad que fuimos creados para el cielo.

En segundo lugar, es preciso admitir que las catástrofes pueden ser a veces una exigencia de la justicia de Dios en forma de castigo. Este es precisamente el núcleo de aquellas apariciones de la Santísima Virgen aprobadas por la Iglesia, que amenazan a la humanidad con castigos si los hombres no se arrepienten de sus pecados y hacen penitencia, como lo hicieron los habitantes de Nínive (Jonás 1 al 4).

Misterio de infinita sabiduría e infinita bondad

Pero alguien podría objetar que la catástrofe es ciega, porque al castigar a los culpables, golpea también a los inocentes. ¿Cómo conciliar este efecto negativo sobre los inocentes con la bondad de Dios y la Providencia divina? La respuesta es que Dios no podría hacer un terremoto o una inundación que solo golpeara a los culpables y respetara a los inocentes, sin multiplicar los milagros o cambiar profundamente el plan de la Creación.

Jonás predicando al pueblo de Nínive, Andrea Vaccaro, s. XVII – Óleo sobre lienzo, Museo de Bellas Artes de Sevilla

Por eso fue que Dios ordenó a Noé que construyera el Arca antes del diluvio y a Lot y su familia que abandonaran Sodoma antes de castigar a la ciudad (Gn 6 al 8 y 19). Dios rara vez libra a los inocentes que están en medio de un castigo realizando un milagro; tampoco está obligado a multiplicar los milagros ni a renunciar al plan de la Creación para salvar la vida de los inocentes.

Por lo demás, Dios es el Señor de la vida y de la muerte, que acompaña al hombre en la tierra y establece el momento y la forma de la muerte de cada uno. Por tanto, los inocentes que mueren como resultado de una catástrofe general que castiga a los culpables se encuentran en la misma situación que todos los justos a los que sorprende la muerte. Para estos inocentes, la muerte en medio de la catástrofe no es un castigo por la culpa personal, sino la ejecución de un decreto de la sabiduría divina para su bien, ya que irán al Cielo.

En resumen, ante las grandes catástrofes somos llevados a ver apenas la superficie de las cosas, y no su íntima sustancia. Vemos el poder destructor del cataclismo, pero no vemos el plan de Dios oculto bajo la fuerza ciega de la naturaleza. Este designio divino no es siempre el mismo; a veces es un misterio de justicia, a veces es un misterio de misericordia, pero siempre es un misterio de su sabiduría y bondad infinitas.

 

 https://alfayomega.es/stefano-cecchin-las-apariciones-se-examinan-con-lupa/

Santa Helena, Emperatriz La grandeza de darse por entero
La grandeza de darse por entero
Santa Helena, Emperatriz



Tesoros de la Fe N°272 agosto 2024


El legado de la primera santa de América
Palabras del Director El derecho de los padres a la educación de sus hijos Una investigación Restauración de Notre Dame y triunfo de la Iglesia Ejercicio Angélico Dios quiere que le hablemos familiarmente Santa Helena, Emperatriz ¿Por qué Dios permite las calamidades? La grandeza de darse por entero



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