PREGUNTA Tengo una duda que pudiera ser la de muchos otros católicos. Veamos mi caso real: En mi casa reside una persona protestante. Ella no interfiere en nuestras celebraciones católicas, pero sabemos que no concuerda con muchas cosas como, por ejemplo, que recemos por los difuntos. Pregunto: cuando esta persona protestante fallezca, ¿puede ser colocada en la misma sepultura en que yacen mis padres y tíos, todos ellos católicos fervorosos, unidos a Cristo por el manto de la Virgen María? Mi preocupación radica en el hecho de que, cuando vayamos al cementerio a rezar por la salvación del alma de nuestros seres queridos, la persona protestante ¿podrá de alguna manera interferir con nuestras oraciones? RESPUESTA
Cuando recibí esta consulta, me acordé de una duda simétrica que dejó desconcertado a san Agustín. Simétrica porque la cuestión presentada a la gran lumbrera de la Iglesia se refería a la ventaja espiritual que podría traer a los difuntos el ser inhumado junto al cuerpo de algún mártir u otro santo. La pregunta del lector es opuesta: ¿qué mal puede acarrear a un buen católico el hecho de ser sepultado junto al cuerpo de un protestante? Sin embargo, para dilucidarla, conviene comenzar por ver lo que san Agustín (354-430) respondió a san Paulino de Nola (353-431), ilustre convertido y uno de los mejores poetas de la época, que elogió al obispo de Hipona con estas palabras hiperbólicas: “Tus cartas son como un colirio de luz esparcido sobre los ojos de mi espíritu” (apud Choix d’écrits spirituels de Saint Augustin, traducción e introducción de Pierre de Labriole, Librairie Lecoffre, París, 1932, p. 8). Dios se sirve del ministerio de los ángeles San Paulino, obispo de Nola, había pues presentado exactamente la consulta que destacamos en el primer párrafo. San Agustín respondió con un pequeño tratado titulado De cura pro mortuis gerenda (La piedad con los difuntos). Una larga respuesta que, para la perfecta comprensión del problema, lo encuadra en todos sus aspectos, pero que reducimos al aspecto esencial, para ir directamente al punto levantado por el consultante. Dice, pues, san Agustín: “Aunque esta cuestión exceda la capacidad de mi inteligencia, ¿cómo los mártires ayudan a aquellos a los que, sin duda alguna, son socorridos por medio de ellos, cuando ellos mismos están presentes por sí al mismo tiempo en tan diversos lugares y tan distantes entre sí, bien donde están sus Memorias [el monumento en que sus reliquias fueron colocadas], bien, además de sus Memorias, dondequiera que se hace sentir su presencia? O si, separados de toda convivencia con los mortales en el lugar conveniente a sus merecimientos [es decir, en el cielo, a donde subieron después de su muerte], pero intercediendo en general por las necesidades de los que les suplican (así como nosotros oramos por los muertos sin estar nosotros presentes a ellos y sin saber nosotros ni dónde están ni qué hacen), Dios omnipotente, que está presente en todas partes, ni encerrado en nosotros ni alejado de nosotros, al escuchar las súplicas por los mártires, distribuye, por medio de los ministerios angélicos extendidos por todas partes, esos favores a los hombres que juzga que debe dárselos en medio de la miseria de esta vida, y donde quiere, cuando quiere, como quiere, y sobre todo por medio de sus Memorias está recomendando sus méritos con un poder admirable y una inefable bondad, porque sabe que esto nos conviene para edificar la fe de Cristo, por cuya fe ellos han sufrido. “Esta es una cuestión mucho más profunda para que pueda ser solucionada por mí, y mucho más compleja para que yo pueda profundizarla. Por esa razón, ¿cuál de las dos maneras es la verdadera?, o ¿más bien lo son las dos?: el que unas veces sucedan esas cosas por la misma presencia personal de los mártires, y el que otras veces sucedan por medio de los ángeles que toman la figura de los mártires, no me atrevo a definirlo. Preferiría informarme bien de las personas que lo sepan” (cf. www.augustinus.it/spagnolo/cura_morti/index2.htm). Casi al final de su tratado, san Agustín observa: “En cuanto a la sepultura junto a las Memorias de los mártires, me parece que solamente le aprovecha al difunto para que, al encomendarlo a la protección de los mártires, se aumente también el fervor de la oración en favor suyo. Ahí tienes mi respuesta a las cuestiones que tú [san Paulino de Nola] has tenido a bien proponerme, tan precisa como he podido” (idem). El “sensus fidelium” precedió la elaboración de los teólogos La afanosa respuesta de san Agustín no va más allá. Ante lo cual tal vez se pueda decir que el sensus fidelium intuyó y precedió la elaboración de los teólogos, buscando la protección de los santos junto a sus sepulturas. Por eso dice un autor que “es una ley de la hagiografía que el culto a los santos comienza alrededor de su tumba” (Don Anscari M. Mundó OSB, El culto y las fiestas de San Benito, in San Benito su vida y su Regla, BAC, Madrid, 1954, Apéndice I, p. 698). En la bula de canonización de san Clemente María Hofbauer, el Papa san Pío X confirma esta intuición de los fieles: “Los restos mortales de Clemente fueron honrados en el cementerio de Santa María d’Enzersdorf, con un gran culto. En efecto, a su sepultura afluyeron personas de todas las clases y condiciones sociales, tanto de Enzersdorf como de las localidades vecinas y hasta de la misma Viena, venerando esta tumba que ellas adornaban con coronas de flores y follaje. Hubo hasta quien, para testimoniar su devoción al santo, pidiera ser enterrado junto a él. Sin embargo, los discípulos de san Clemente […] no se consolaban por el hecho de que las reliquias de su bienamado padre reposasen y fuesen veneradas tan lejos de ellos. Por ese motivo, el 4 de noviembre de 1862, al repique de campanas y en medio de una enorme multitud de fieles, ellos las recondujeron a Viena, a su iglesia de Santa María de la Escalera, y muy piadosamente las depositaron en una magnífica sepultura. En aquel momento, una mujer […] desahuciada por los médicos, recobró súbitamente la salud. Así, la devoción a san Hofbauer fue creciendo, y de día en día las manifestaciones de culto junto a su nueva tumba se volvieron más grandiosas” (San Pío X, Bula de Canonización del beato Clemente María Hofbauer, 20 de mayo de 1909, Actes de Pie X, Maison de la Bonne Presse, París, p. 215-217). ¿Puede la presencia de un infiel ser un estorbo? Nos queda considerar el caso concreto propuesto por el consultante, de la presencia de un protestante en la sepultura de católicos fervorosos. Ahí me cabe imitar la modestia de san Agustín y decir que es una cuestión nueva que aún no vi esclarecida por los doctos. Apenas me atrevo a emitir una opinión. En primer lugar, observo que el protestante que contesta las doctrinas y ritos católicos aún está vivo y, por lo tanto, se puede convertir y salvar su alma. Si, no obstante, rechaza la gracia de la conversión que Dios ofrece incluso en la última hora, puede atraer demonios a la tumba donde difuntos que murieron en la fidelidad a la Iglesia son protegidos al menos por sus ángeles de la guarda. ¿Se establecerá tal vez, alrededor de la tumba, una lucha entre ángeles y demonios? Me parece que, en este caso, el poder de Dios todopoderoso no permitirá que los demonios perjudiquen las oraciones que allí se hagan por los fieles católicos que comparten la misma sepultura. Hago entonces como san Agustín: ¡sin condiciones de emitir una opinión competente, la someto simplemente al parecer de los doctos!
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