La familia ha recibido, por parte del Creador, deberes y derechos respecto a la educación de los hijos. Este derecho de los padres tiene preferencia sobre el derecho de otras instituciones sociales. Ningún poder terreno —tampoco el Estado— está autorizado para disputar este derecho a los padres. Desde sus primeros tiempos, la Iglesia considera el problema de la educación de los hijos desde el punto de vista del derecho natural y este derecho obliga tan rígidamente a la Iglesia, que le resta prácticamente autoridad para introducir ninguna alteración o efectuar cambio alguno en el mismo. El derecho de la familia a la educación es un derecho primario que emana del propio hecho de la paternidad. Este derecho no puede ser sustraído a la familia; a lo más puede hablarse de que instituciones extrafamiliares auxilien a los padres en el cumplimiento de sus deberes educadores. En tal sentido, el hijo bautizado no corresponde tan solo a los padres, sino también a la Iglesia porque mediante el bautismo se ha convertido en el orden sobrenatural también en su hijo y porque la Iglesia, como esposa de Cristo y mediante la administración de los sacramentos, encarna el papel de madre. La Iglesia asume el puesto de madre en el orden sobrenatural porque los padres lo tienen según el orden natural. Por ello es su deber y su derecho impartir un magisterio y rechazar con energía todo ataque, toda cortapisa y toda limitación en el ejercicio de este derecho. Deber del Estado es asegurar el bienestar terreno de los ciudadanos. Pero la formación escolar no es tan solo un imprescindible engranaje en el mecanismo del bienestar humano, sino también la premisa de este mismo bienestar. Por ello, el Estado tiene en el avance civilizador, tanto el deber como el derecho a la colaboración y contribución a la educación paterna. Por ello está fuera de toda duda el básico interés que tanto la Iglesia como Estado tienen en las escuelas. Es obvio, sin embargo, que los objetivos de las dos esferas de poder son con frecuencia muy diversos y es asimismo frecuente su contraposición, en especial desde que se ha convertido en un hecho histórico la disociación del concepto religioso del puramente terreno.
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El legado de la primera santa de América |
No es hora de buscar novedades Este no es el momento de discutir, de buscar nuevos principios, de señalar nuevos ideales y metas. Los unos y los otros, ya conocidos y comprobados en su sustancia, porque han sido enseñados por el mismo Cristo... | |
El pan nuestro de cada día A diversos títulos el pan puede ser considerado el alimento por excelencia. En muchos lugares es la base de la alimentación. Por eso rezamos: “Danos hoy nuestro pan de cada día”, aunque ahí el vocablo signifique el alimento en general. Mucho más significativo es el hecho... | |
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¿Ante una blasfemia clamorosa es lícito maldecir? En el mundo de hoy, el católico es testigo (y, a veces, víctima directa) de ofensas a Dios que nos indignan y nos llevan a desear que Dios castigue aún en esta tierra a los responsables por esas infamias (incluso como medio de intentar salvarlos del infierno)... | |
Un pecado que desagrada a los mismos demonios Desgraciados… como ciegos y tontos, ofuscada la luz de su entendimiento, no reconocen la pestilencia y miseria en que se encuentran, pues no solo me es pestilente a mí, sino que ese pecado desagrada a los mismos demonios, a los que esos desgraciados han hecho sus señores... |
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