PREGUNTA Con asombro, hace poco leí en la página web de “Vida Nueva” la traducción de un artículo publicado el pasado mes de diciembre en el suplemento mensual del periódico vaticano “L’Osservatore Romano” dedicado a las mujeres. La autora es Cettina Militello, catedrática en varias universidades pontificias, ex presidente de la Sociedad Italiana para la Investigación Teológica y miembro del directorio de la Pontificia Academia Mariana Internacional. Se trata de un comentario sobre el Concilio de Éfeso que, en 431, proclamó el dogma de la maternidad divina de María Santísima, comentario que pretende minimizar la expresión “Madre de Dios” (Theotokos) y, de paso, defiende al hereje Nestorio, cuyas tesis fueron anatematizadas en aquella asamblea conciliar. Según la teóloga italiana, Nestorio fue víctima de la “intransigencia” de san Cirilo de Alejandría, que habría manipulado el desarrollo del Concilio… En clave feminista, la autora afirma que, en aquella ocasión, el trasfondo de la discusión teológica era la presencia en Éfeso del culto a las divinidades femeninas Artemisa, Isis y Cibeles, sugiriendo que la devoción a María habría comenzado en la Iglesia de aquella ciudad como una forma de “transculturación” (!). Además de estas aberraciones, ella afirma que posteriormente se habría llevado “la expresión más allá” del significado del primer dogma mariano, haciéndolo pasar de theotokos (“la que engendra a Dios”) para meter theou (“madre de Dios”). Finalmente, insinúa que esto habría favorecido que “se eleve o sobredimensione” la devoción mariana, siendo necesario volver a una visión más equilibrada de María como “la joven de Nazaret”. Quisiera saber si es realmente cierto que la expresión “madre de Dios” vaya más allá de la letra del dogma proclamado en Éfeso y cómo se explica esta animadversión mal disimulada por la maternidad divina de la Virgen en un periódico del propio Vaticano. RESPUESTA
La respuesta a la primera pregunta es fácil. Theotokos es una palabra griega compuesta de dos partes: el prefijo Theo significa Dios y el término tokos significa “cargadora o portadora en el útero”. Sin embargo, hay que precisar inmediatamente que tokos solo puede referirse a una madre biológica, ya que en el siglo V no existía la monstruosidad actual de los “vientres de alquiler”. Entonces, Theotokos significa “portadora o cargadora de Dios en su vientre”; en otras palabras, “la que engendró a Dios”. Ahora bien, en todas las culturas a lo largo de la historia, la palabra “madre” ha designado y sigue designando, en todas las lenguas, a una mujer que da a luz a un hijo. ¡Por tanto, las expresiones “genitora de Dios” y “madre de Dios” significan exactamente lo mismo! No hay, pues, ninguna ampliación “más allá” de la letra de lo que fue solemnemente declarado en el Concilio de Éfeso al invocar a Nuestra Señora como Madre de Dios. De hecho, al hacer esta distinción entre ser genitora y ser madre, la autora del artículo en cuestión acaba insinuando que Nuestra Señora fue propiamente la genitora de Dios (y menos propiamente la Madre de Dios), como si su purísimo seno hubiera servido tan solo de “vientre de alquiler” del Espíritu Santo. Por el contrario, con su fiat no tuvo apenas una cooperación física en la generación de su Hijo, sino también y sobre todo una cooperación moral, por su plena adhesión al plan divino de la Redención, aceptando de antemano los insondables sufrimientos de la Pasión. Como señala el padre Émile Neubert, connotado mariólogo marianista: “María ha sido elegida no como un instrumento físico en vista de una obra material, sino como instrumento moral, consciente y libre, de un misterio divino; ha sido preparada en cuanto a su cuerpo para formar el cuerpo de Jesús, y sobre todo en cuanto a su alma para ser una digna madre de Dios”. La Santísima Virgen “entre Cristo y la Iglesia”
La respuesta a la segunda pregunta que recibimos —es decir, cuál es el origen de esta animadversión hacia la maternidad divina en ciertos ambientes católicos e incluso en el Vaticano— es más delicada de responder y nos obliga a remontarnos en el tiempo. La mariología se desarrolló orgánicamente a lo largo de muchos siglos en dos planos: en la piedad de los fieles que acudían a los pies de la Virgen y eran asistidos por Ella, a veces hasta con milagros, como en Lourdes; y en los estudios de los teólogos, que fueron sacando nuevas y más ricas conclusiones de los datos de la Revelación, culminando en la proclamación de los dogmas de la Inmaculada Concepción y de la Asunción de María Santísima. La conjunción de ambos planos se tradujo, desde las primeras décadas del siglo XX, en un creciente movimiento de los mariólogos y de los fieles en favor de la proclamación, como dogmas de fe, de la realeza y de la mediación universal de la Santísima Virgen María, así como de su participación como corredentora en la salvación del género humano. En sentido contrario, se desarrolló paralelamente el llamado “movimiento ecuménico”, que pretendía la reunión de todos los cristianos y veía en este movimiento mariano un obstáculo insalvable plagado de exageraciones que alejaba de la Iglesia a los seguidores de las sectas protestantes. En estos círculos ecuménicos apareció una corriente de teólogos que proponían una mariología “minimalista” que no ahuyentara a los protestantes. En 1958, con ocasión del centenario de la proclamación del dogma de la Inmaculada Concepción, se realizó en Lourdes un Congreso Mariano en el que se puso de manifiesto la divergencia entre la mariología tradicional, impropiamente apodada de “maximalista”, que deducía todos los privilegios de la Virgen a partir de su maternidad divina, y una nueva corriente “minimalista” para la cual la mariología debía tener su fundamento en el paralelismo entre María y la Iglesia. La corriente tradicional enfatizaba la íntima unión entre Jesús y su Madre (de la que resultaban la corredención y la mediación universal) en el único acto de salvación y, por tanto, se definía como “cristotípica”. La corriente innovadora dentro de la Iglesia resaltaba que el papel de María en la salvación estaba subordinado al papel de la Iglesia, de la cual María sería tan solo un miembro, ocupando la Iglesia el primer lugar después de Cristo. Sus privilegios debían ser comprendidos en el seno de la comunidad cristiana, de la que Ella sería “tipo” y modelo. De ahí que esta presentación se denominara “eclesiotípica”.
El enfrentamiento entre las dos corrientes tuvo lugar principalmente con motivo del Concilio Vaticano II. Como es ampliamente conocido, de acuerdo con los deseos de un gran número de obispos del mundo entero, la comisión preparatoria del Concilio redactó el esquema preliminar de un documento conciliar dedicado íntegramente a la Bienaventurada Virgen María. Pero los obispos de Alemania, Austria y Suiza, tras una reunión en Fulda en torno al jesuita Karl Rahner, hicieron una petición a la Secretaría General del Concilio para que redujera sustancialmente el documento, a fin de convertirlo en un capítulo del esquema sobre la Iglesia, y evitar también toda referencia a la mediación universal de la Santísima Virgen. En apoyo de la petición, citaban a un “obispo” protestante que había declarado que la doctrina católica sobre María era uno de los mayores obstáculos para la unión ecuménica. A esta misma petición se sumaron sucesivamente el cardenal chileno Raúl Silva Henríquez, en nombre de 44 obispos latinoamericanos, el arzobispo de Toulouse, monseñor Garrone, en nombre de “numerosos” obispos franceses, así como la jerarquía de Inglaterra y Gales. En el campo opuesto, el cardenal Arriba y Castro, arzobispo de Tarragona, en nombre de 60 obispos españoles, pidió que se mantuviera un esquema separado sobre la Santísima Virgen. En vista de que muchos obispos querían intervenir sobre el asunto, Paulo VI ordenó a la comisión coordinadora que eligiera a dos miembros para que expusieran en el aula conciliar los argumentos de una y otra postura. La comisión designó al cardenal filipino Rufino Santos, arzobispo de Manila, como defensor del esquema separado, y al cardenal austriaco Franz König, de Viena, como promotor de la incorporación al esquema de la Iglesia.
El arzobispo de Manila dio una docena de argumentos a favor de un esquema separado, subrayando que la Virgen María es evidentemente el primer y principal miembro de la Iglesia, pero que al mismo tiempo está por encima de la Iglesia, pues, como dice san Bernardo, está “entre Cristo y la Iglesia”. El cardenal König argumentó, por el contrario, que los fieles debían “purificar” su devoción mariana para evitar el apego a lo secundario y accidental y, por encima de todo, para no perjudicar la causa del ecumenismo. Favoreció el ecumenismo y perjudicó la devoción mariana El 29 de octubre de 1963 fue un día nefasto. Fue sometida a votación la siguiente pregunta: “¿Agrada a los padres que el esquema sobre la Bienaventurada Virgen María, Madre de la Iglesia, sea adaptado a fin de constituir el capítulo VI del esquema de la Iglesia?”. El resultado de la votación fue de 1.114 a favor de la integración y 1.074 en contra. El enfrentamiento entre las dos corrientes continuó en la sesión del año siguiente en torno a dos cuestiones: dónde situar el capítulo sobre la Santísima Virgen en el esquema sobre la Iglesia (los devotos querían que estuviera al principio y los “minimalistas” al final) y si debíase incluir u omitir una referencia a la mediación de la Madre de Dios. Al cabo de varias votaciones y sucesivas redacciones, el resultado fue que “La bienaventurada Virgen María, Madre de Dios, en el misterio de Cristo y de la Iglesia” quedó como el último capítulo de la constitución conciliar sobre la Iglesia y que la expresión “mediadora”, despojada del adjetivo habitual “de todas las gracias”, apareció al final de una lista de invocaciones con las que los fieles honran a la Santísima Virgen (“abogada, auxiliadora, socorro, mediadora”), sin ningún estudio teológico profundo sobre su significado.
Peor aún, esta referencia pasajera fue amortizada aún más por la siguiente cláusula obvia, pero típica de aquellos a quienes san Luis Grignion de Montfort llama devotos escrupulosos: “Lo cual, sin embargo, se entiende de manera que nada quite ni agregue a la dignidad y eficacia de Cristo, único Mediador”. Este fue el tortuoso camino por el cual el principal atributo de la Santísima Virgen —ser la Madre de Dios, hasta el punto de que santo Tomás de Aquino llegó a decir que “la Santísima Virgen posee una cierta dignidad infinita, debido a su maternidad divina, resultante del bien infinito que es Dios”— fue minimizado hasta el extremo, para hacer de María simplemente “nuestra compañera en la peregrinación de la fe”. En nombre de un “cristocentrismo” de bajo quilate, fueron reducidas, si no eliminadas, las peregrinaciones a los santuarios marianos, las procesiones en honor de la Santísima Virgen, los altares laterales en las iglesias dedicados a Ella, el rezo del rosario, etc. El resultado fue que, en lugar de atraer a los protestantes a la Iglesia, los católicos se pasaron cada vez en mayor número al protestantismo, porque ya no veían mucha diferencia entre unos y otros en el culto y en la vida de piedad. Pidamos a la Santísima Virgen que intervenga, abriendo los ojos de los pastores y encendiendo los corazones de los fieles, para que en un futuro próximo la Iglesia pueda declarar, como primer hito del triunfo de su Inmaculado Corazón, que Ella es Reina de los corazones, Mediadora de todas las gracias y Corredentora del género humano.
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