La reunión alrededor de la mesa que unió durante siglos a los seres humanos está en riesgo de desaparecer Luis Dufaur La reunión alrededor “del fuego, de la olla y de la mesa común, que ha contribuido a unir a los humanos durante al menos 150.000 años, podría desaparecer”, según el historiador anglo-español Felipe Fernández-Armesto. La paradoja es que este revés es obra, nada menos, que de la tecnología. El profesor Fernández es autor del ensayo Historia de la comida: Alimentos, cocina y civilización (ed. Tusquets), sobre la historia de la comida, en el que demuestra que “si comemos solos frente a las pantallas, volveremos tres millones de años atrás”. Profesor invitado en universidades e institutos de investigación, Fernández-Armesto es autor de un gran número de obras sobre historia con una perspectiva sociológica y cultural.
“Si abandonamos la mesa familiar, si comemos solos frente a las pantallas o caminando por las calles, volveremos a una etapa de la historia de los homínidos precivilizatoria: a un sistema de vida parecido al de hace dos o tres millones de años, de homínidos carroñeros que comían desesperadamente, sin pensar en las posibilidades de emplear la mesa para crear sociedad, fomentar afecto, y planear un futuro mejor”, señaló en una entrevista al periódico “La Nación” de Buenos Aires. Fernández-Armesto observa que “no puede haber vida sin una comida compartida”, así como “es imposible imaginar una economía sin dinero” o sin intercambio. Por tanto, es “legítimo considerar la comida como el tema más importante del mundo: es lo que más preocupa a la mayoría de la gente la mayor parte del tiempo”, de acuerdo a su interpretación. Según el investigador, las causas que contribuyen a la gradual desaparición del hábito de sentarse juntos a comer y socializar son “cambios sociales paradigmáticos” que causan daños que “ya están ocurriendo”. ¿Cuáles? —“La desvinculación familiar, los bandazos intergeneracionales, la anomia, el rechazo de la tradición, el abandono del humanismo en el buen sentido de la palabra, el predominio de un individualismo existencialista que se considera ajeno a la necesidad humana de mantener relaciones vivas con otros humanos de carne y hueso”. El autor se posiciona desde un punto de vista sociológico y ético. Sin embargo, si analizamos el tema desde la perspectiva del catolicismo, encontraremos en las Sagradas Escrituras numerosos episodios religiosos en los que Dios eligió las comidas para marcar momentos augustos de la Revelación.
Nuestro Señor Jesucristo comenzó su vida pública asistiendo a un gran banquete: las bodas de Caná. Allí realizó su primer milagro ante un gran número de personas: transformó el agua contenida en seis tinajas de piedra en un vino espléndido. Cuando llegó la noche junto al mar de Galilea, Jesús se dio cuenta de que la multitud no había comido. Sintió que tenían hambre como un rebaño sin pastor, multiplicó unos pocos panes y peces, y ordenó a los apóstoles que los distribuyeran. Tal fue la abundancia que sobraron doce canastas llenas de comida. Simbolizaba que la Iglesia debía alimentar a los pueblos con la palabra del Evangelio y que los apóstoles regresarían con tantas conversiones que llenarían muchos templos. Cuando los hebreos salieron de la esclavitud en Egipto, la primera instrucción de Moisés fue que debían cenar bien. Este es el origen de la cena pascual, que repetimos hasta hoy el domingo de Pascua. Fue precisamente durante una cena pascual que Jesús instituyó la Misa y la Eucaristía, cuyos significados místicos a menudo se asocian con la comida alrededor de una mesa, obviamente sagrada: el altar.
Otra prefigura eucarística es el maná que alimentó a los hebreos en el desierto. Después de la Resurrección, Jesús se hizo evidente para los apóstoles al momento de partir el pan en la mesa en Emaús. Y así podríamos seguir con numerosos ejemplos. Basta con mencionar que las grandes fiestas litúrgicas o religiosas van acompañadas de opulentas y deliciosas comidas en común, familiares y sociales, como en la Navidad, la Pascua, las fiestas patronales, etc. No sin razón, el profesor Fernández-Armesto observa que a pretexto de progreso y modernidad estamos retrocediendo al primitivismo. Con la muerte de los almuerzos y de las cenas, en los que predomina el contacto de alma con alma entre los miembros de una familia, muere la cordialidad, se extingue la religión en el hogar y en la sociedad, se atrofia la cultura y la consonancia entre las almas. Esta decadencia se está haciendo con el pretexto, continúa el ensayista, de “cambios tecnológicos que facilitan el abandono social: una red electrónica que no te aprieta la mano ni te besa la cara; formas de entretenimiento solitario, sin intercambios emocionales con otras personas”. ¿Cuántas veces observamos a grupos de chicos y chicas en una cafetería, por ejemplo, que no intercambian una sola palabra, porque cada uno está pegado a su smartphone? ¿O estudiantes e incluso profesores universitarios que no dicen nada en la mesa y, como mucho, cada uno muestra una imagen o un mensaje de texto que apareció en su dispositivo móvil? En su libro, el profesor Fernández-Armesto aborda la historia de la conversación y del comportamiento en las comidas, como un tema inseparable de otro tipo de relaciones de los seres humanos entre sí y con la naturaleza: el nivel de la culinaria que despierta la inteligencia. Estableciendo conexiones en cada periodo histórico, entre la comida del pasado y la forma en que se come hoy en día. Los manteles de encaje, las vajillas de porcelana, las copas de cristal y los cubiertos de plata ceden el paso a un proletario sandwich ofrecido en un McDonald’s o en cualquier otro establecimiento de comida rápida. Envuelto en un simple trozo de papel y acompañado por un vaso de plástico desechable, sin mayor preocupación por la limpieza de la mesa ni por si el comensal sentado al frente se sintió atendido o interpretado. En su exhaustivo análisis, Felipe Fernández-Armesto sostiene que es posible identificar en la vida de los pueblos civilizados, ocho revoluciones en la historia de la comida. Estas afectaron otros aspectos de la historia humana, haciéndola más amigable y amable, o más insensible y brutal.
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