Distinción, dignidad y frivolidad del Antiguo Régimen en una plaza de Venecia Plinio Corrêa de Oliveira En mi sala de trabajo tengo un cuadro que reproduce una pequeña plaza de Venecia. Tiene un encanto que conmueve los sentidos, incluso por sus defectos, revelando el “alma” y el espíritu venecianos. Este encanto impregna el conjunto de la plaza, la iglesia del fondo, las casas y los personajes allí presentes, cuyas actitudes características dan la impresión de que están saliendo de alguna representación teatral. La iglesia, de un estilo que parece del siglo XVII, irradia cierta paz al conjunto. Es casi lo contrario de lo que trasparece en la gente, pero que acaba envolviéndola. A través de una puerta abierta de la iglesia se percibe algo de meditativo y serio, por la presencia del Santísimo Sacramento en el sagrario interior, riquísimo en gracias. Es el mismo imponderable de ciertas iglesias de Italia. Esta Venecia del siglo XVIII tiene algo que recuerda remotamente la dignidad y la distinción propias del Antiguo Régimen. En la gente se refleja también la frivolidad social de aquella época. Están acostumbrados a vivir en Venecia y convivir con casas de apariencia un tanto tristona y de líneas palaciegas. Les gusta el estilo, que les eleva a un nivel superior. Estos diversos aspectos, donde se mezclan huellas de siglos anteriores y algo del siglo venidero, influencian a las almas de quienes están allí o viven en la plaza. La combinación de todos estos elementos se asemeja a ciertas presentaciones de helados, cuando la grosella y la crema se derriten, alternando dentro de la copa sus respectivos colores. En la plaza, sus diversos aspectos forman tintes psicológicos: unas bolas de helado de sabor indefinido dentro de una copa; lo que vendría a
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La Resurrección Magno suceso ante el cual toda rodilla se dobla |
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