Noble por su sangre, pero mucho más por su santidad Hija de santa Paula y discípula de san Jerónimo, a quien acompañó a Tierra Santa y lo secundó en sus numerosos escritos Plinio María Solimeo Eustoquia nació en Roma el año 368, siendo la tercera de las cuatro hijas del senador romano Toxocio y de su esposa Paula. Su padre pertenecía al noble linaje de los Julios y la ascendencia de su madre se remontaba a los Escipiones y a los Gracos de Roma, como afirma san Jerónimo en su carta 108.1 Al enviudar a los 32 de edad, Paula se dedicó por completo a sus hijos y a su propia santificación. Pasó entonces a llevar una vida mortificada y austera, en la oración y la penitencia. Su hija Eustoquia, aunque apenas tenía una edad de once años, empezó a imitar a su madre lo mejor que podía. Encuentro con san Jerónimo en Roma Con el fin de combatir las herejías que proliferaban, especialmente en Oriente, el gran emperador Teodosio y el Papa san Dámaso resolvieron el año 382 convocar un sínodo en Roma. Invitado a participar como secretario en lugar de san Ambrosio, que había caído enfermo, san Jerónimo obtuvo la prórroga de su cargo por parte de san Dámaso, que lo designó como su secretario particular al finalizar el Sínodo. Debido a su gran reputación, un grupo de matronas y vírgenes romanas de la más alta aristocracia se pusieron bajo su dirección espiritual, entre ellas santa Marcela, su madre Albina, su hermana Asela, santa Paula y sus hijas Paulina, Eustoquia, Blesila y Rufina; las viudas Lea y Furia, Marcelina y Felicidad, y otras. San Jerónimo fundó una especie de convento abierto para ellas en Roma. Varias de estas matronas y vírgenes romanas llegaron a ser veneradas como santas, entre ellas la que nos ocupa —santa Eustoquia— entonces una adolescente, santa Asela y santa Lea. Así se originaron las “reuniones del Aventino”, es decir, el palacio de santa Marcela, donde san Jerónimo pasó a dar conferencias sobre teología y estudios bíblicos a sus aristocráticas alumnas, que se mostraron atraídas por los elevados comentarios de su maestro. San Jerónimo dice: “Lo que yo veía en ellas de espíritu, de penetración, al mismo tiempo que de encantadora pureza y virtud, no sabría decirlo”.2 Santa Paula asistía a las conferencias con sus hijas, escuchando al monje con la mayor atención. El santo comprendió al poco tiempo que esta alma estaba llamada a la más alta perfección y la incentivó a seguir este camino con determinación. San Jerónimo, que era enérgico y algo rígido consigo mismo, no consentía que sus discípulas tuvieran una piedad superficial. Les exigía grandes horizontes y una elevada virtud. Estas opulentas matronas y delicadas vírgenes debían hacer del ayuno una práctica habitual. Asimismo, entregarse a una vida austera de penitencia para domar la naturaleza humana caída por el pecado. A Paula y a Eustoquia les propuso además que aprendieran hebreo, para que estudiaran las Sagradas Escrituras en el original. Como “no era posible encontrar espíritu más dócil que el de Paula”, ella y sus hijas se pusieron a trabajar con empeño. Con el tiempo, pudieron cantar los salmos en la lengua en que fueron compuestos y leer las Sagradas Escrituras en el original hebreo.
De ese modo, san Jerónimo, junto a los estudios escriturísticos, “prescribió rigurosamente el trabajo manual para aquellas mujeres descendientes de los Escipiones, de los Fabios, de los Camilos, bajo cuatro puntos de vista: primero, para evitar el tedio, ese peso de las vidas mundanas; luego, porque es un deber, incluso para aquellos a los que Dios más ha colmado con los bienes de la fortuna; después, porque el trabajo puede ser un precioso auxiliar de la caridad; y finalmente, porque nada mantiene mejor las virtudes domésticas y el espíritu de familia. Estos cuatro puntos de vista, tan actuales todavía, son indicados con gran precisión y gran delicadeza en el siguiente fragmento de una de sus cartas: ‘Cuando terminen las horas señaladas para la lectura de la Sagrada Escritura y para la oración, después de que el cuidado de tu alma te haya hecho doblar a menudo las rodillas ten siempre lana entre tus manos, pasa con el pulgar los hilos del estambre o rueden los husos para torcer en alvéolos lo ya hilado. Lo por otras hilado, o recógelo en ovillos o prepáralo para tejerlo. Examina bien lo tejido, corrige lo mal hecho y determina lo que se ha de hacer. Si en tanta variedad de trabajos te ocupares, nunca se te harán los días largos. Aun los que se alargan con los soles del estío te parecerán breves, pues aun en ellos tendrás que dejar algo por hacer’”.3 Voto de virginidad perpetua a los dieciséis años En el año 384, santa Eustoquia, que entonces tenía unos dieciséis años, hizo voto de virginidad perpetua. Su tío Himecio y su mujer Pretextata, intentaron persuadir a la adolescente para que abandonara su vida austera y disfrutara de los placeres lícitos del mundo en medio de la alta sociedad a la que pertenecía; pero todos sus intentos fueron en vano.4 En esa ocasión san Jerónimo dirigió a la santa su famosa carta número 22, conocida como De custodia virginitate (Sobre la guarda de la virginidad), que comienza con las hermosas palabras del salmista: “Oye, hija, y mira, e inclina tu oído, y olvida tu pueblo y la casa paterna” (Sal 44/45, 11-12). Esta extensa carta —quizás el más famoso de sus escritos— constituye un verdadero tratado sobre la virginidad, sus virtudes, los riesgos que corre y los cuidados para preservarla. En ella, san Jerónimo se explaya sobre las razones que deben llevar a una joven a consagrar su vida a la virginidad, y da las reglas de conducta que deben guiar la vida cotidiana de la virgen. La carta también contiene una descripción muy viva de la sociedad romana de la época, con su lujo, su corrupción e hipocresía, tanto de hombres como de mujeres. Por otra parte, habla extensamente de los tres tipos de monacato practicados entonces en Egipto. Campaña de calumnias contra san Jerónimo Sin embargo, los que son del mundo no pueden soportar que otros practiquen la virtud. Pronto comenzaron a circular en Roma calumnias sobre las relaciones de san Jerónimo con santa Paula en particular. El austero monje resolvió entonces trasladarse a Tierra Santa para estar a salvo de las malas lenguas. Por entonces, escribió a santa Marcela: “He sufrido horrorosamente; pero esto, ¿qué importa para quien combate bajo el estandarte de Cristo? Me han imputado un crimen infamante, pero sé ir al reino de los Cielos por la infamia y por la buena fama”.5 Ahora bien, al persistir los rumores, santa Paula se vio obligada a dividir su patrimonio entre sus hijos, reservando para sus buenas obras tan solo una pequeña fracción. Debido en parte a esta campaña organizada contra ella, sumada a la muerte de su hija Blesila y del Papa san Dámaso, ocurrida el año 384, santa Paula decidió trasladarse también a Tierra Santa. Dejó a sus hijos Toxocio y Rufina al cuidado de santa Marcela, y se llevó con ella a la fiel Eustoquia, deseosa de compartir su misma suerte. En Belén, santa Paula edificó cuatro monasterios junto a la iglesia de la Natividad: tres femeninos para las numerosas vírgenes y viudas que la habían seguido a Tierra Santa, de los cuales fue superiora, y otro masculino, que quedó bajo la dirección de san Jerónimo. Santa Paula y santa Eustoquia daban ejemplo en todo, siendo las primeras en los trabajos más humildes. Ambas participaron ampliamente en la obra de san Jerónimo, como sabias secretarias y traductoras. Ambas dominaban el griego y el latín, así como el hebreo. Por lo cual fueron de gran utilidad para el santo en materia de investigación y traducción. Por ejemplo, en el prefacio de su traducción del Libro de Ester, san Jerónimo dice: “Paula y Eustoquia, vosotras, que sois tan fuertes en la literatura hebrea y tan peritas en discernir el valor de una traducción, sed cuidadosas al revisar esta, palabra por palabra, de manera que estéis seguras de si he añadido o quitado algo al original, o si, como interpretación exacta y sincera, he sido feliz al plasmar en latín esta historia hebrea tal como la leemos en hebreo”.
Muchos de los comentarios bíblicos de san Jerónimo deben su existencia a la influencia de santa Eustoquia y de su madre, a quienes les dedicó, entre otros, sus comentarios sobre los profetas Isaías y Ezequiel: “He traducido el Nuevo Testamento del griego, y el Antiguo Testamento del hebreo, y no sé cuántas cartas he escrito a Paula y a Eustoquia, pues escribo a diario. Además, escribí dos libros de explicaciones sobre Miqueas, un libro sobre Nahún, dos libros sobre Habacuc, uno sobre Sofonías, uno sobre Ageo, y muchos otros sobre los profetas, que aún no están terminados, y en los que todavía estoy trabajando”.6 Santa Eustoquia, superiora de los monasterios Al morir santa Paula el año 404, santa Eustoquia asumió la dirección de los monasterios femeninos. Entonces recibió un gran apoyo de san Jerónimo, ya que debido a la prodigalidad de santa Paula, que daba de limosna todo lo que podía, los monasterios se encontraban en una situación económica precaria. El año 417 los monasterios de Belén fueron atacados por bandidos, que saquearon e incendiaron uno de ellos, matando o hiriendo a algunas monjas. Se suponía que actuaban a sueldo del Patriarca de Jerusalén y de los herejes pelagianos, contra los que san Jerónimo había escrito algunos textos virulentos. San Jerónimo y santa Eustoquia enviaron entonces una carta al Papa Inocencio I, quien reprendió fuertemente al Patriarca. Santa Eustoquia falleció el año 419, siendo sustituida en sus funciones por su sobrina, Paula la Joven, que tuvo la dicha de cerrarle los ojos a san Jerónimo. La fiesta de santa Eustoquia se celebra el 28 de setiembre. El Martirologio Romano dice de ella: “En Belén de Judá, santa Eustoquia, virgen, la cual con su madre santa Paula pasó desde Roma a Palestina, y allí, educada con otras vírgenes junto al Pesebre del Señor, ilustre en santos méritos, fue a gozar de Dios”.
Notas.- 1. Cf. Cartas de San Jerónimo, edición bilingüe preparada por Daniel Ruiz Bueno, BAC, Madrid, 1962, t. I y II.
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