Tema del mes Rosa de Santa María

La primera flor de santidad de América

Vida de Santa Rosa de Santa María, natural de Lima y Patrona del Perú. Poema Heroico por Don Luis Antonio de Oviedo y Herrera (1636-1717), Caballero del Orden de Santiago, Conde de la Granja. Dedicado a la Serenísima Reina de los Ángeles María Santísima, en su Milagrosa Imagen del Rosario, que se venera en el Convento Grande de Predicadores de la Ciudad de Lima.

(Versos seleccionados)

 

Brotando aromas, desplegando olores,
néctar desabrochando en alelíes,
cual alba entre nevados resplandores,
o, aurora entre celajes carmelíes;
nació Rosa en abril, mes de las flores,
y en Lima, que su azahar cambió en rubíes,
pues por darla en la patria más estima,
no pudiendo en el cielo, nació en Lima.

Lima es solo quien pudo merecerla,
como corresponder a su fortuna
en riqueza, por nácar de tal perla;
en nobleza, por ser de esplendor cuna,
en la ciencia, por sabia en conocerla,
en virtud, por católica columna,
y en el sitio, por ser su primavera
pedazo desasido de la esfera.


Gaspar Flores, María de la Oliva
fueron progenitores de la Rosa,
para que hasta la línea productiva,
fuese en los apellidos misteriosa:
humilde fue su calidad nativa,
pero aunque humilde, honesta y decorosa,
debiendo al cielo en una Rosa bella,
el bien de no tener más bienes, que ella.

Que la virtud, es Dios quien la levanta,
y es tesoro escondido la pobreza,
donde el alma riquezas adelanta,
y con virtudes prueba su limpieza:
si bien la ceguedad del mundo es tanta,
que no se goza, donde no hay riqueza:
¡error de la codicia! que en su modo,
solo el desprecio lo posee todo.

El santo Don Toribio Mogrovejo
que a la sazón, de Lima era prelado,
la confirmó por Rosa, y el reflejo
sintió, de interna ilustración pulsado:
Varón insigne, en quien como en espejo
se vio el primero siglo retratado,
y el presente en honor de nuestra era
con declarado culto le venera.

En vez de los juguetes, que codicia
la infancia en sus empleos ordinarios,
todo su pasatiempo, y su delicia
eran estampas, cruces, y rosarios:
la inclinación brotaba en la puericia,
de su gran devoción indicios varios,
que la inocencia libre de impresiones,
todo el pecho traslada en las acciones.

Para llamar a sí sus escogidos,
elige Dios caminos ignorados, de el
corto humano ser nunca advertidos,
aunque a su parecer, siempre encontrados:
a unos de sus desdichas perseguidos,
a otros tras sus fortunas empeñados,
a salvamento trae por rumbo incierto
y muchos hallan en el golfo, puerto.


Si todo es vuestro, ¿qué podré yo daros,
que por la propiedad parezca mio?
Pero ya alcanzo que, pues para amaros
me disteis profesión de mi albedrío:
este (de corazón) vuelvo a entregaros,
en la forma, que al mar tributa el río,
que por las venas, que cristales bebe,
vuelve a restituir los que le debe.

Gozó de tan divinas propiedades
el material espíritu de Rosa,
que a sus manos pasó sus calidades
dotadas de una agilidad mañosa:
a cuántas inventó curiosidades
prolija aguja, excedió ingeniosa,
y aun aprendiendo en mujeril palestra,
quedaba siempre su labor por muestra.

Borda en el bastidor con tal destreza,
y valentía, en lo que inventa o copia,
que en sus perfiles la naturaleza
se ve más semejante, que en sí propia:
por dar a los matices más belleza,
de sus manos vertió la cornucopia,
de ella sacó la flor, como en su infancia,
la forma, la hermosura y la fragancia.

Con más viveza que el pincel suave,
a las especies dio tal movimiento,
que en la demostración rápida o grave,
lo suspendido pareció violento:
el racional, el bruto, el pez, el ave,
no extraña en el dibujo su elemento,
y al imitar al cielo soberano,
lo que faltó al matiz, suplió su mano.

Solo en ella libró la Providencia,
el socorro y el alivio de su casa,
templando esta esperanza la impaciencia,
con que se lleva una fortuna escasa:
fue tanta de sus padres la indigencia,
que su alimento a su labor se tasa,
y en ella atareada noche y día,
con su trabajo la estrechez suplía.

No menos se mostró caritativa
con los enfermos, sin mirar a estado,
padeciendo sus males compasiva,
tanto, como el doliente, en el cuidado:
la úlcera de infección más corrosiva
se ofrecía a curar con más agrado,
y por no lastimar al limpiarla
tal vez hacía de los labios toalla.

A visitar la Virgen de el Rosario
la lleva su congoja diligente,
cuyo templo es precioso relicario
de la veneración de el Occidente:
Al refugio de tanto santuario
sagrado busca, como delincuente,
pues le negó a su madre la obediencia,
y a mejor Madre va a pedir licencia.

Llega y rendida ante el divino bulto,
ya del respeto, ya del ejercicio,
la ruega, admita con agrado el culto
de ofrecerse a sí misma en sacrificio:
en aquel religioso plantel culto,
cuya clausura no penetra el vicio,
y en su deprecación quedó elevada,
y el alma de suspensa inanimada.

Viendo ROSA, que al hombre le hace, reo
la razón, que debió a la Providencia;
y que a otras criaturas, de este feo
borrón, libró su bárbara inocencia:
manda a las plantas y aves de su hibleo
pensil, que a Dios le rindan obediencia,
y paguen, pues les dio ser y hermosura,
en alabanzas, parte de su hechura.

No solo plantas y aves la obedecen,
sino aquellas molestas avecillas,
átomos venenosos, que parecen
de infernales espíritus semillas:
que aunque en cuerpo sutil se desparecen,
el filo hacen sentir de sus cuchillas,
y a falta de aguijón, con sus zumbidos
punzan el corazón por los oídos.

Guardan su celda a tropas importunas
sin ofenderla; pero no aprovechan
las trazas, que por verla usan algunas,
pues su respiración mordaces flechan:
hasta que alaben al Señor, ayunas
las tiene ROSA, y à su modo endechan
varios motetes con susurro bronco,
que suena (hambrientas) a gemido ronco.

Añade a estas sinceras criaturas
las que la adornan; y a su Autor alaba:
por la luz, da en sus ojos luces puras;
por agua, el llanto, que sus culpas lava;
por las aves, su voz tiernas dulzuras;
su tez por rosas, donde abril las graba;
y por los cuatro ofrece otro elemento,
que en cuerpo y alma organizó un aliento.

Quedó ROSA, cual suele el que reseña
las confusas especies de la gloria,
que dormido gozó y despierto sueña
en el sabor, que deja la memoria:
y aunque el calor de la aprehensión la empeña,
la resfría saber, que es vil escoria,
en cuya duda, acude al Santuario
de la que es Madre suya, y de el Rosario.


Fue día, en que la Iglesia celebraba
el Triunfo de los Ramos; y los fieles
cada uno en sus palmas empuñaba
otras, de que el fervor tejía laureles:
vio ROSA, que sin palma la dejaba
el que las repartió; y aunque crueles
congojas la asaltaron, en tal pena,
a culpa suya atribuyó la ajena.

Así la procesión fue acompañando
sin ramo; y quiso la Piedad Divina,
que si a la Ciudad Santa va imitando,
fuese en Jerusalén la peregrina:
concluida la función, volvió llorando,
a los pies de María se encamina,
vertiendo tantas lágrimas en perlas,
que diera el sur las suyas por beberlas.

Ya veo, que me habéis Señora (dice)
con la voz de este acaso respondido;
pues mal pudo, entre algunas, ser feliz
quien como todas, ser no ha merecido:
si me dejé llevar (¡ay infeliz!)
de una vana aprehensión, perdón os pido:
discúlpeme el Amor, que reverente,
aunque atrevido fue, no delincuente.

No siento mi desaire, por aquella
nota de verme en público excluida,
mi culpa sí; pues deja en mí y en ella
la devoción católica ofendida:
así de sí la ROSA se querella,
y en suspiros y llanto sumergida,
anega el corazón, anega el suelo,
anega la esperanza de el consuelo.

De su humildad profunda levantando
la vista al rostro de la imagen pura,
vio, que nuevo color fue iluminando
su perfección, bañándola en dulzura:
y al semblante de el Hijo consultando
con el suyo, en recíproca ternura,
la anunciaban con voces interiores
hasta el umbral del labio, sus favores.

Mirándola con vista cariñosa,
dijo: (asombrando al cielo soberano)
ROSA del Corazón, tú eres mi Esposa;
y con efecto le ofreció la mano:
de la mía, la pluma silenciosa
se cae, sin hallar voz en el humano
idioma; porque echo en función tan grave
la admiración a la elocuencia llave.

No hallando para el sí, voz que la cuadre;
y allá en su corazón teniendo fijo
el que MARÍA dio al Eterno Padre:
después de un largo suspirar prolijo,
mendigando aquel FIAT a la Madre:
Aquí la esclava está del Señor, dijo:
hágase en mí, según tu gran palabra;
mi corazón, como cantero, labra.


Con esta aceptación, que la divina
MARÍA la enseñó, de gracia lleva,
se efectuó el desposorio; y la Madrina,
a quien sirvió el rosario de cadena,
vuelta a la desposada peregrina,
le dijo en calidad de enhorabuena:
Mira el grande favor, que te hace (ROSA)
mi Hijo, en dignarse, de llamarte esposa.

No fueran tolerables sus dolores,
ni las que padecía sequedades,
a no serle frecuentes los favores
de Hijo y Madre, emulándose en piedades:
hacíansele amables los rigores,
por merecer aquellas suavidades,
que a las tribulaciones sucedían
mostrando el bien, lo que en el mal valían.


Con amor tan cordial la visitaba
la que en sí trae la gloria de la esfera,
que de Reina del Cielo se humanaba
al trato familiar de compañera:
mal dormida, tal vez la despertaba,
a instancia suya, porque no perdiera
de la oración las señaladas horas,
que contemplaba al sol en las auroras.

Así entre la bonanza y la tormenta,
los gustos y disgustos se alternaban;
y como una visión y otra la alienta,
sus trabajos a glorias se pasaban:
con ellas los infiernos atormenta,
que al ver triunfar a una mujer, bramaban;
y Luzbel escondiéndose en su miedo,
porque no le oiga ROSA, brama quedo.

Gobernaba el marqués de Montesclaros
mas que con el poder, con el talento,
el Perú, a cuyos próvidos reparos
debió esplendor, conservación y aumento:
como él a sus orígenes preclaros
la magnanimidad y el ardimiento,
con que mandó al Mendoza se aprestase,
antes que a ser temor la voz pasase.

Ya la medrosa voz desvanecida
de que el pirata por el puerto entraba,
volvió a la plebe aquella media vida,
que el pavor medio muerta le embargaba;
bien que anunciada su fatal venida;
la invasión por instantes esperaba,
y así en seglares, como en religiones,
se alternaban aprestos y oraciones.

Era ROSA la única esperanza
de Lima en sus conflictos y temores,
tanto en un justo solo se afianza,
que es capaz de templarle, a Dios, rigores.
Sabido el don, que su virtud alcanza
de penetrar futuros e interiores,
como a divino oráculo la oía,
creyendo, cada voz , ser profecía.

Oh ¡a cuántos sacó a luz varios arcanos,
ocultos en sus mismos pensamientos!
¡Cuántos enfermos anunció por sanos,
que estaban ya en los últimos alientos!
Lo porvenir, que ignoran los humanos,
tuvo presente en todos sus eventos,
y en sus oscuros lexos, y mansiones
vio los siglos, rastreó los corazones.

Conoce el holandés, que está deshecho,
y fuerza igual no trajo a empresa tanta,
pero sobre el Callao se halló de hecho
llevado del que su ánimo levanta:
aún no ha saltado en tierra, y ya derecho
el susto le hace en Lima; al vulgo espanta:
los templos busca la asombrada gente,
como suele el Sagrado el delincuente.

ROSA va al del Rosario deseosa
de lograr el martirio que apetece;
y al Señor, que patente está, gustosa
el dócil cuello al sacrificio ofrece:
de que ya entra el holandés, medrosa
la nueva se repite; el pavor crece,
con tal horror, que hay en la capilla
quien oiga el golpe ya de la cuchilla.

ROSA en pie a la defensa se prepara
de la custodia, a cuyo culto exhorta,
y encendida en marcial fervor la cara,
al femenil ejército conforta:
para poder faltar del suelo al ara,
tercia el manto veloz, la saya acorta,
las chinelas despide, aunque pequeñas:
solo esta vez de tener pie dio señas.

Pero con tal serenidad sufría
los ocultos dolores que pasaba,
que si la enfermedad no lo decía,
ni en su voz, ni en su rostro se escuchaba,
con cariños de madre la atendía
Doña María Usátegui, a quien daba
la Rosa, como a tal veneraciones
debidas a su sangre y atenciones.

Esta ilustre matrona, digna esposa
era de Don Gonzalo de la Maza,
quien gozaba honorífica y lucrosa
de Contador Mayor en Lima, plaza:
En esta casa, se hospedaba ROSA,
de ella ocupando lo que no embaraza;
retirada en rincones escondidos,
que suelen ser de sabandijas nidos.

Bien que su principal continua estancia,
era en un oratorio tan curioso
de pinturas, riquezas y fragancia,
que lo devoto se pasó a precioso.
Hacía por su parte consonancia
ROSA, en aquel jirón del cielo hermoso,
pues en éxtasis uno parecía,
de los sagrados bultos, que allí había.

A su patrona su cercana muerte
revela, y que será su despedida;
el día de aquel gran apóstol fuerte,
que de su piel desenfundó la vida:
que no la prive en la ocasión, la advierte,
por la sed que tendrá de la bebida;
pero en sus ojos ella antes que pene
el agua de su llanto la previene.

Como tuvo su fin siempre a la vista,
no le hace novedad, verle presente:
que el fin del justo es medio a su conquista,
ganando de su ocaso un nuevo Oriente:
Mas ya sin que haya fuerza que resista
fiero la embiste el último accidente,
que arterias alterando y contextura
se atreve a destemplarle la hermosura.

Misteriosos los médicos no entienden
el complicado achaque en las señales,
sobre la curación varios contienden,
que este es siempre el mayor mal de los males,
tal vez que el pulso mas templado atienden
dan esperanzas al deseo iguales,
y suele esta engañosa mejoría
correr en voz hasta el postrero día.

Oh si pudiera sin llorar decirse,
lo que no puede sin dolor contarse,
y dejará el motivo de sentirse
entera la razón de celebrarse:
la rosa muere en flor antes de abrirse,
pero se marchitó sin agostarse;
ROSA murió y con ella el sol, el día,
la religión, la patria, la alegría.


Con más de cien milagros portentosos
probó sus excelencias singulares;
no siendo a todos menos prodigiosos
los de sus penitencias ejemplares:
con pasos caminó tan presurosos
su canonización, que los altares
dudan, al ver junto a su vida el bulto,
si viene a recibir o a darles culto.

 

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Tesoros de la Fe N°236 agosto 2021


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