Santoral
Tercer Domingo de CuaresmaNuestro Señor le dijo al buen ladrón que aquel mismo día estaría con él en el Paraíso. No obstante, si Nuestro Señor, primero pasó tres días incompletos en el sepulcro, luego resucitó y permaneció aún cuarenta días más en la tierra, para acto seguido subir al cielo —y si Jesucristo fue el primero en subir al cielo en cuerpo— ¿cómo podría el buen ladrón estar aquel mismo día en el Paraíso? |
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Fecha Santoral Marzo 3 | Nombre |
PREGUNTA Nuestro Señor le dijo al buen ladrón que aquel mismo día estaría con él en el Paraíso. No obstante, si Nuestro Señor, primero pasó tres días incompletos en el sepulcro, luego resucitó y permaneció aún cuarenta días más en la tierra, para acto seguido subir al cielo —y si Jesucristo fue el primero en subir al cielo en cuerpo— ¿cómo podría el buen ladrón estar aquel mismo día en el Paraíso? Además, ¿dónde permanecieron las almas santas que fueron libertadas del limbo durante los cuarenta días en que Nuestro Señor permaneció en la tierra? RESPUESTA La inteligente pregunta que usted me formula, fue luminosamente respondida por Santo Tomás de Aquino, en cinco artículos de la cuestión 52 de la Parte III de la Suma Teológica. Intentaremos resumir la respuesta del Doctor Angélico, rica de preciosas enseñanzas, para provecho de todos los lectores de Tesoros de la Fe. Jesucristo descendió al limbo con su alma y divinidad En la profesión de fe conocida como Símbolo de los Apóstoles, que rezamos habitualmente al comienzo del Rosario, decimos que Jesucristo “descendió a los infiernos, al tercer día resucitó de entre los muertos”. La palabra infiernos significa lugares inferiores y abarca cuatro categorías de almas en estados muy diferentes: 1) el infierno de los condenados, las almas de los réprobos que, totalmente y para siempre separadas de Dios, sufren por su irreductible obstinación en el pecado mortal; 2) el limbo de los niños que murieron sin bautismo, separados de Dios sólo por el pecado original (sobre la situación final de estas almas aún discuten los teólogos); 3) el purgatorio, para las almas que murieron en estado de gracia y se salvaron, pero aún tienen que saldar el débito de sus pecados personales; 4) el limbo de los justos del Antiguo Testamento, es decir, las almas ya purificadas de sus pecados personales, pero que continuaban separadas de Dios por el débito del pecado original. Fue sólo a este limbo que descendió Jesús, para anunciar a estos justos que su deuda estaba finalmente pagada por su muerte en la Cruz. ¿Cómo descendió Jesús al limbo de los justos? Estando su Cuerpo sacratísimo en el sepulcro, descendió apenas con su alma y divinidad. A este respecto, escribe Santo Tomás: “En la muerte de Cristo, aunque el alma se separó del cuerpo, ni uno ni otra estuvieron separados de la persona del Hijo de Dios. Y por eso, es preciso decir que, durante los tres días de la muerte de Cristo, todo Él estuvo en el sepulcro, porque toda su persona permaneció allí por medio del cuerpo que le estaba unido; y del mismo modo estuvo todo Él en el infierno [limbo], porque allí estuvo toda la persona de Cristo por razón del alma que le estaba unida; también Cristo todo él estaba en todas partes por razón de su naturaleza divina” (Suma Teológica, q. 52, a. III, solución).
En seguida, Santo Tomás responde a las diversas objeciones, en particular a ésta: “Pero algo que era de Cristo estaba fuera del infierno [limbo], puesto que el cuerpo estaba en el sepulcro, y la divinidad en todas partes. Luego Cristo no estuvo todo él en el infierno [limbo]”. Replica Santo Tomás: “La persona de Cristo se halla toda ella en cualquier lugar, pero no totalmente, porque no está circunscrita por ningún lugar. Pero ni todos los lugares, tomados en conjunto, pueden contener su inmensidad. Antes bien, Él los abarca a todos con su inmensidad. […] Por esto dice Agustín, en el Sermón De Symbolo: «No decimos que Cristo esté todo Él en todas partes en tiempos y en lugares diversos, como si ahora estuviera todo allí, y en otro tiempo estuviera todo en otra parte; sino como estando siempre todo Él en todas partes»” (ibidem, respuesta a la tercera objeción). Por eso, estaba todo en el sepulcro (con su cuerpo y divinidad) y todo en el limbo (con su alma y divinidad), conforme ha sido explicado. Sobre el tiempo que Jesús permaneció en el limbo Dice Santo Tomás: “Así como Cristo, para asumir en sí mismo nuestras penas, quiso que su cuerpo fuera puesto en el sepulcro, así también quiso que su alma descendiese al infierno [limbo]. Pero su cuerpo permaneció en el sepulcro un día entero y dos noches para que se comprobase la verdad de su muerte. Por lo que es de creer que también su alma estuviese otro tanto en el infierno [limbo], a fin de que salieran a la vez su alma del infierno [limbo] y su cuerpo del sepulcro” (Suma Teológica, q. 52, a. IV, solución). Al introducir esta cuestión, Santo Tomás presenta tres objeciones, de las cuales cabe destacar la tercera, que tiene relación con la pregunta de la consultante: “En el Evangelio (Lc 23, 43) se narra que Cristo, pendiente de la cruz, dijo al ladrón: Hoy estarás conmigo en el paraíso; por lo que resulta evidente que Cristo estuvo en el paraíso el mismo día. Pero no con el cuerpo, que fue colocado en el sepulcro. Luego estuvo con el alma, que había descendido al infierno [limbo]. Y, de este modo, parece que no se detuvo espacio alguno de tiempo en el infierno [limbo]”. Santo Tomás responde a esa objeción: “Esas palabras del Señor deben entenderse, no del paraíso terrenal corpóreo, sino del paraíso espiritual, en el que se dice que viven los que gozan de la vida divina. Por lo cual, el ladrón descendió localmente con Cristo al infierno [limbo], para estar con Él, puesto que le dijo: estarás conmigo en el paraíso; pero, por razón del premio, estuvo en el paraíso porque allí gozaba de la divinidad, como los demás santos” (Suma Teológica, q. 52, a. IV, ad 3). ¡Nuestro cielo será, como el de todas las almas que se salven, gozar de la presencia eterna de Dios! Y los justos del limbo, ¿cuándo entraron en el Paraíso? “Por la pasión de Cristo fue liberado el género humano no sólo del pecado, sino también del reato de la pena [es decir, la condición de reo (reato) implica una pena debida al pecado, de la cual la pasión de Cristo nos liberó]. Pero los hombres estaban sujetos por el reato de la pena de dos modos: Uno, por el pecado actual, que cada uno había cometido en su propia persona. Otro, por el pecado de toda la naturaleza humana, que pasó originalmente del primer Padre a todos, como se dice en Rom 5, 12 ss. Pena de este pecado es la muerte corporal y la exclusión de la vida gloriosa […]. Y por eso, Cristo, bajando a los infiernos [limbo], por su pasión libró a los santos de ese reato, por el que estaban excluidos de la vida gloriosa, de modo que no podían ver a Dios por esencia, en lo que consiste la perfecta bienaventuranza del hombre” (Suma Teológica, q. 52, a. V, solución). ¿En qué momento eso se dio? En la respuesta a la tercera objeción, Santo Tomás explica: “Al instante de haber padecido Cristo la muerte, su alma descendió al infierno [limbo], y manifestó el fruto de su pasión a los santos que allí estaban retenidos, aunque no salieran de tal lugar mientras Cristo moró en los infiernos, porque la misma presencia de Cristo pertenecía al culmen de la gloria” (Suma Teológica, q. 52, a. V, ad 3). Pero queda una pregunta: ¿y después de la resurrección de Cristo, dónde permanecieron los justos del limbo y el “buen ladrón”? ¡No se sabe! Comenta fray Alberto Colunga O.P., que hizo la versión y las introducciones de la edición española de esta parte de la Suma Teológica, de la cual estamos reproduciendo algunos trechos: “Jesucristo, la Virgen María y los otros santos, después de la resurrección, llevan el cielo consigo mismos y es muy accidental para ellos este o el otro lugar. Pero, en fin, parece que éstos deben ocupar alguno. Cuál sea éste, la teología confiesa hoy ignorarlo”. Y un poco más adelante añade: “En virtud de la misma muerte del Redentor, las almas de los muertos que estaban unidas a Él por la esperanza y la caridad y purificadas de sus imperfecciones, recibieron el fruto pleno de la Redención, es decir, la gloria divina, el paraíso prometido al ladrón. Donde quiera que estuvieran, vivían ya en Dios que era su cielo” (Suma Teológica de Santo Tomás de Aquino, Tratado de la Vida de Cristo, BAC, Madrid, 1960, t. XII, p. 545). Y el mismo Cristo, ¿dónde estuvo? Fray Alberto Colunga concluye: “Después de la resurrección, el Señor continuó comunicándose con los discípulos hasta el día de su Ascensión. ¿Dónde se hallaba el tiempo en que estaba ausente de los discípulos? Siempre en Dios, que lo beatificaba en la alma y en el cuerpo. ¿En qué otro lugar? También lo ignoramos. Y las almas de los justos, plenamente bienaventuradas, ¿vivían en algún otro lugar, además del que tenían en Dios? No podemos concebirlas separadas de Jesucristo, su Redentor; pero, fuera de esto, nada podemos decir” (op. cit. p. 546).
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