PREGUNTA Nuestro Señor se refiere a María, en varios pasajes de la Sagrada Escritura, llamándola “mujer”. ¿Podría Ud. explicar el porqué de ese trato? RESPUESTA En el trato habitual de nuestros días, el término “mujer” puede parecer poco respetuoso en una relación familiar. No sucede lo mismo en Portugal, por ejemplo, donde el pueblo es extremamente afectuoso, aunque mucho más vigoroso en sus expresiones. Allá, que el marido llame a su esposa de “mujer” nada tiene de irrespetuoso, sino, por el contrario, indica una intimidad cariñosa. Esto era así por lo menos hasta algún tiempo atrás. Desde entonces, los vientos de la modernidad comenzaron a barrer también a Portugal, destruyendo principios y modos de ser tradicionales, con lo que la situación se va modificando bastante. De otro lado, en algunos países latinoamericanos, hasta hoy, que un amigo se dirija a otro amigo usando la palabra hombre constituye un trato afectuoso y varonil. Por lo tanto, para la correcta apreciación del significado de las expresiones, es necesario tomar en cuenta, cómo se acostumbra decir, no sólo en la cultura local, sino en la época en que fueron usadas. Este procedimiento es muy valorizado hoy en día —hasta la exageración— en las ciencias sociales, incluso en las adaptaciones que de la liturgia católica se hacen a las diferentes culturas, denominado en el lenguaje eclesiástico y sociológico actual de inculturación.
Hecha la necesaria reserva en cuanto a los abusos frecuentes a que este procedimiento ha dado lugar, se trata en el caso de la presente consulta de analizar lo que significaba en el tiempo de Nuestro Señor el trato de “mujer”, que en más de una ocasión Jesús dispensó a su Santísima Madre (en las bodas de Caná y en lo alto de la Cruz). Retomemos la narración de San Juan Evangelista sobre la escena de la Crucifixión en que Jesús encomienda a su Madre al discípulo amado: “Jesús, viendo a su Madre y al discípulo a quien amaba, que estaba allí, dijo a la Madre: Mujer, he ahí a tu hijo. Luego dijo al discípulo: He ahí a tu Madre. Y desde aquella hora el discípulo la recibió en su casa” (Jn. 19, 26-27). Es necesario tener un corazón de piedra para no emocionarse delante de esta escena al mismo tiempo solemne y tocante. Y es justamente la solemnidad de la ocasión la que comunica al trato “Mujer” una grandeza que la propia palabra “Madre”, en ese contexto, no tendría. Dejemos al cuidado del lector repasar el episodio de la Cena de Caná (Jn. 2, 1-11), en que Nuestro Señor también llamó a su Madre “Mujer”, para constatar que ahí no hay nada de poco respetuoso. Antes bien, por el contrario, era sumamente adecuado al momento. Tal ejercicio valdrá como provechosa meditación sobre la inmensa ternura e intimidad de la relación entre Nuestro Señor y su Madre Santísima.
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