PREGUNTA Agradecería que me aclare el versículo 3 del capítulo 13 de la primera Epístola a los Corintios, del gran San Pablo: “Aunque repartiera todos mis bienes para alimentar a los pobres y entregara mi cuerpo a las llamas, si no tengo caridad, no me sirve para nada”. ¿Cómo se puede entender que al repartir todos mis bienes para el sustento de los pobres… no exista caridad? RESPUESTA Los comentaristas de la Sagrada Escritura realmente observan que esa frase suena un poco extraña, a primera vista, tanto más cuanto el amor de Dios y el amor del prójimo son dos manifestaciones de la misma caridad. San Mateo narra que un doctor de la ley, mandado por los fariseos para tentar a Jesús, le preguntó: “Maestro, ¿cuál es el mandamiento más importante de la Ley? Jesús le dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Éste es el gran mandamiento, el primero. Pero hay otro muy parecido: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Toda la Ley y los Profetas se fundamentan en estos dos mandamientos” (Mt. 22, 36-40). ¿Cómo, pues, San Pablo parece separar una forma de caridad (amor de Dios) de la otra (amor al prójimo)? La exaltación de la caridad, que se encuentra en el referido capítulo 13 de la primera Epístola a los Corintios, es considerada una de las más bellas páginas de la Sagrada Escritura, no sólo por su contenido, como también por su forma literaria. Al hablar de la caridad, San Pablo por así decir se apasiona con el tema y da rienda suelta a su elocuencia, multiplicando los contrastes para llevar a sus oyentes a los más altos páramos posibles del amor de Dios, en esta tierra.
Algunos interpretan que él evoca una situación irreal —que sería la hipotética separación entre el amor al prójimo y el amor de Dios— para mostrar cuanto este último es superior al otro. Es decir, si fuese posible practicar los más insignes actos de desprendimiento de sí mismo y de amor al próximo, sin poseer amor de Dios, ¡esto de nada valdría! La hipótesis que el Apóstol levanta —separación entre el amor al prójimo y el amor de Dios— sería irreal, según esa interpretación, pues no pasaría de un recurso oratorio para mostrar a los destinatarios de su carta cuánto deben crecer en el amor de Dios para que crezca al mismo tiempo su amor al prójimo. Así lo dicen algunos comentaristas. Este caso nos muestra cómo es una utopía pretender que cada fiel llegará por sí sólo a interpretar adecuadamente la Sagrada Escritura sin la ayuda de los estudiosos, que se dedican a estudiarla y analizarla para explicar los incontables pasajes que están encima de la capacidad de comprensión de los simples fieles. De ahí la fenomenal equivocación de Lutero, al declarar que cada fiel está en condiciones de interpretar por sí mismo la palabra de Dios que consta en las Escrituras. Eso nos lleva a entender también cuán sabia es la Iglesia en formar ampliamente a los predicadores, antes de autorizarlos a explicarlas al pueblo común. Una interpretación actual No obstante, necesitaríamos haber llegado a los siglos XX y XXI para ver con claridad otra hipótesis: ¿No estaría San Pablo hablando precisamente de personas que renuncian a su fortuna y hasta a su vida para socorrer a los pobres, y sin embargo están destituidas de caridad, es decir, del amor y de la gracia de Dios? La mera filantropía, que ayuda a los pobres sin hacerlo por amor de Dios, puede constituir un acto humanamente loable, pero no es caridad. Es posible que muchos, al ver la terrible situación de tantos miserables que deambulan por nuestras ciudades, sin condiciones mínimas de subsistencia, se hayan condolido de esa situación y decidido hacer algo para resolverla. Algunos pueden ser llevados a abandonarlo todo y dedicar su vida para socorrerlos. Muchos se inscriben en las incontables instituciones caritativas de la Iglesia, para hacerlo. Otros, no obstante, en vez de seguir las sabias y oportunas directrices de la Iglesia —que en ningún momento rechazaron el principio de la propiedad privada y la existencia de una legítima y proporcionada desigualdad entre las clases sociales— se dejaron seducir por los principios marxistas, que llevan al odio social y a la lucha de clases, cuyo desenlace es el desmoronamiento de toda la sociedad. El colapso del comunismo en 1989 es una comprobación histórica de ese macabro desenlace. ¿Qué fue el comunismo sino eso? ¿Qué es el miserabilismo cubano sino eso? ¿El miserabilismo que el presidente Hugo Chávez va instalando en Venezuela? Y tantos otros que, aquí mismo en América Latina, dan indicaciones inequívocas de querer seguir el mismo camino?
Mirando hacia dentro de la Iglesia, uno se puede preguntar: ¿Qué es lo que mueve a los partidarios de la Teología de la Liberación de inequívoca inspiración marxista, sino un amor mal entendido hacia los pobres, que pretende instalar un régimen socio-económico igualitario, contrario a la existencia de élites (campo social) y a la propiedad privada (campo económico), que lleva la miseria al campo y a las ciudades? Y así vemos hoy a cierto número de personas, hasta con diploma universitario, que abandonan todo y van al interior de los países reclutando a auténticos o falsos desvalidos, a fin de lanzarlos a tomar por la fuerza lo que pertenece a otros, invadiendo propiedades rurales, practicando en ellas toda especie de tropelías, inclusive contra trabajadores pacíficos que allí ganan el sustento de sus familias. Dato significativo: ¡nunca se oye decir que éstos se asocien a los invasores! ¿Cómo pensar que los que se dejaron tomar por ese espíritu de rebeldía y de agresión tengan en sus corazones la caridad de Cristo? Ellos no siguen la enseñanza de San Pablo, que, a continuación del texto citado por el consultante, entona su célebre himno a la caridad: “La caridad es paciente, es servicial; la caridad no es envidiosa, no hace alarde, no se envanece, no procede con bajeza, no busca su propio interés, no se irrita, no tiene en cuenta el mal recibido, no se alegra de la injusticia, sino que se regocija con la verdad. La caridad todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. La caridad no pasará jamás [ni siquiera en el Cielo]. Las profecías acabarán, el don de lenguas terminará, la ciencia desaparecerá… En una palabra, ahora existen tres cosas: la fe, la esperanza y la caridad, pero la más grande de todas es la caridad” (1 Cor. 13, 4-8 y 13). Frente a hechos históricos innegables, aquí está una aplicación muy actual, que podemos hacer hoy de la primera Epístola de San Pablo a los Corintios.
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