PREGUNTA Algunos santos dejaron como herencia métodos eficaces para la oración. ¿Cuál es el método más efectivo para adoptarlo como paradigma de una vida santa? RESPUESTA Las almas creadas por Dios son de una inmensa variedad. Un alma difiere de otra como una estrella difiere de otra en luminosidad: “Stella enim a stella differt inclaritate”, como dice el Apóstol San Pablo (1 Cor. 15, 41). El mejor método para alcanzar la santidad es el que más se adapta a cada alma en concreto, con sus apetencias e idiosincrasias, sus cualidades y sus lagunas. Además, es necesario tomar en cuenta las dificultades individuales que debe enfrentar, así como las diferencias de época en que cada persona tuvo o tiene que vivir. No obstante esta diversidad, así como los miembros de una misma familia se parecen, hay un “parentesco” de almas que explica la existencia de “escuelas espirituales”, suscitadas por la Providencia de acuerdo con las apetencias de los diversos tipos de mentalidades, así como adaptadas a la variedad de los tiempos y lugares.
Pensemos en la época de las catacumbas, en que los primeros cristianos tenían que probar su fidelidad a Cristo por la exposición al martirio, al mismo tiempo que debían cumplir el precepto del Señor de “predicar el Evangelio a toda criatura” (Mc. 16, 15), y así implantar el cristianismo en la sociedad pagana de su tiempo. Fue lo que consiguieron finalmente el año 313, con el famoso edicto de Constantino que dio libertad a la Iglesia y prácticamente desterró el paganismo, reduciéndolo a un remanente. Libre de las persecuciones, la Iglesia pudo dedicarse más ampliamente a la explicitación de la doctrina de Jesucristo, lo que, en contrapartida, dio motivo a que el demonio suscitase perniciosas herejías, combatidas enérgicamente por los grandes Doctores y Padres de la Iglesia y condenadas por numerosos concilios. Claro está que no podemos narrar aquí, ni siquiera muy sumariamente, las diferentes etapas de la Historia de la Iglesia. Mencionamos estos primeros lances apenas para mostrar como la espiritualidad de los cristianos está condicionada, entre otros hechos, por el contexto histórico, tanto de la sociedad espiritual, que es la Iglesia, como de la sociedad temporal, constituida por las diversas naciones en que los hombres se agrupan. Así, al lector que nos pide que indiquemos métodos eficaces de oración y un paradigma para llevar una vida santa, respondemos desde ya que cualquiera de las escuelas espirituales que surgieron a lo largo de los tiempos, siendo acogidas en la Iglesia como ortodoxas (es decir, conformes a la doctrina del Evangelio) y consideradas aptas para conducir a las almas a la santidad, sirven también para los fieles de nuestros días y pueden ser adaptadas para enfrentar las condiciones particularmente adversas de la sociedad descristianizada en que vivimos. Neopaganismo: nueva era de persecuciones ¡Son las vueltas de la Historia! Después de alcanzar un máximo de esplendor y de influencia en la Edad Media —no el máximo posible, pero aún así un auge grandioso—, la Santa Iglesia fue perdiendo influencia a lo largo de los tiempos, atacada de fuera por enemigos cada vez más audaces y corroída por dentro por herejías sutiles. No faltaron santos que opusieron una tenaz y gloriosa resistencia al avance del enemigo. No obstante, el análisis histórico parece mostrar que aún no estaba en los designios de la Providencia conceder a la Iglesia gracias de triunfo pleno, sino apenas “gracias de ocaso” —cuán valiosas— que retardaban el proceso revolucionario sin derrotarlo completamente. Se podría decir que la Providencia permitía a los hombres —por no querer convertirse seriamente— resbalar hasta ver ante sí el cariz completo de los horrores en que la humanidad puede caer cuando se levanta contra Dios. No obstante, se tiene la impresión de que esa abominación está llegando a su auge en nuestros días. Un auge, a su vez, prefigurativo de la abominación de las abominaciones que se dará al fin del mundo, conforme está descrito en el libro del Apocalipsis. Que estemos llegando al auge de abominación, se ve en el hecho de que los principios del Evangelio son pisoteados en todas partes: los partidarios del aborto y de la eutanasia se vuelven cada vez más insistentes y audaces, a pesar del rechazo de la mayoría de la opinión pública y la valiente actuación de los movimientos contrarios a la práctica abortiva; la noción tradicional de familia va siendo corroída en las mentalidades, en las costumbres y en la legislación; hasta existen proyectos de ley contra lo que se ha convenido calificar peyorativamente de “homofobia”, etc. Se crea así una situación en que va siendo prohibido ser católico o, al menos, manifestarlo públicamente. Es una nueva era de persecuciones a los cristianos que se delinea en el horizonte en gran parte del Occidente, además de ser ya una realidad en varios países del Oriente, donde la cacería a los cristianos recuerda la era de las catacumbas… Para esta etapa crucial en que estamos entrando, nos cabe recomendar una espiritualidad apropiada, y es así que interpretamos el pedido del consultante. Sacralización de una sociedad desacralizada Como es de conocimiento general, y el Sumo Pontífice actual no ha dejado de señalar en importantes pronunciamientos, vivimos hoy en una sociedad secularizada. Éste es un término técnico (derivado del latín saeculo = siglo) que significa que todo cuanto se refiere a Dios y a una vida futura, en la eternidad, va siendo sistemáticamente proscrito de la sociedad en que vivimos, donde la única cosa que importa es la vida del presente siglo, y no la de los siglos futuros, la vida más allá de la muerte. Sociedad secularizada es, por lo tanto, una expresión técnica, aséptica, para designar un hecho monstruoso, como lo es el rechazo de cualquier impregnación de la idea de Dios en la vida social, familiar y particular. Ella se opone frontalmente a la idea católica de una sociedad sacralizada, en que todo, absolutamente todo es referido a Dios, que creó el universo a su imagen y semejanza. De ahí también que un embate entre estas dos concepciones sea absolutamente inevitable.
No tiene, por lo tanto, ningún sentido sugerir a un católico de nuestros días un manual de espiritualidad que ignore esta profunda realidad. Felizmente, estamos en condiciones de recomendar al lector una obra, lanzada hace aproximadamente un año, que atiende precisamente esta necesidad. Se trata del libro La inocencia primeva y la contemplación sacral del universo, en el pensamiento de Plinio Corrêa de Oliveira (Edición del Instituto Plinio Corrêa de Oliveira, Artpress, São Paulo, 2008, 320 pp.). Como el libro define, la inocencia primeva —a pesar del pecado original— es el estado de armonía con que el alma salió de las manos de Dios. Lamentablemente, en la inmensa mayoría de los casos, ese estado de armonía se pierde a lo largo de la vida por los pecados cometidos, pero es posible recuperar la gracia divina por el sacramento de la Penitencia o Confesión, como también reabrir el alma a Dios mediante la contemplación sacral del universo. ¿En qué consiste esto? Al crear el universo, Dios no podía dejar de imprimir en él alguna imagen y semejanza de sí mismo (cf. Sab. 2, 23). Así, hasta en un grano de arena podemos ver algún vestigio, aunque mínimo, del Creador. Máxime en el hombre, del cual dice expresamente la Sagrada Escritura que fue hecho a semejanza de Dios (Gen. 1, 26). Según el libro que estamos recomendando, la vida del hombre en esta Tierra consiste precisamente en buscar esos vestigios, imágenes y semejanzas de Dios presentes en todos los seres por Él creados, y dilatar su alma en esa contemplación. En esto consiste la contemplación sacral del universo, que tiene dos efectos inmediatos: constituye un “método de oración eficaz” y un “paradigma de una vida santa”, como el lector quería; y prepara un grupo de almas fervorosas, cuya mente acrisolada en Dios traspone la espesa capa de asfalto que el secularismo extendió sobre el universo entero, impidiendo a los hombres ver el carácter sacral de todas las obras de Dios. Le pido a la Santísima Virgen, Reina sacral del Universo, que conceda esta insigne gracia al distinguido consultante.
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El Apóstol Santiago |
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