Vicio es una mala disposición del ánimo a huir del bien y hacer el mal, causada por la frecuente repetición de los actos malos. Entre pecado y vicio hay esta diferencia: que el pecado es un acto que pasa, mientras el vicio es una mala costumbre de caer en algún pecado.
Los vicios que se llaman capitales son siete 1. La soberbia es un deseo desordenado de nuestra propia elevación y una vana complacencia de nosotros mismos. Casi todos los vicios nacen de la soberbia como de su primer origen. Los principales son: la vanagloria, la jactancia, el lujo, el fausto, la ambición, la hipocresía, la presunción, la altanería, la terquedad, la desobediencia y la ilusión sobre nuestros propios defectos. 2. La avaricia es un amor desordenado al dinero y a los bienes de la tierra. Buscar la fortuna para un buen fin, subordinada a los deberes y a la salvación, es cosa honesta; buscarla de otro modo, es avaricia. Produce negligencia en las cosas del espíritu, nos hace duros con los pobres, injustos, querellosos y engañadores. 3. La lujuria o el vicio contrario a la castidad, prohibido por el sexto y noveno mandamientos. Produce disgustos de la piedad, ceguedad de espíritu, endurecimiento de corazón, entibiamiento y aun extinción de la fe. Destruye también la salud del cuerpo y las más bellas cualidades del alma, perturba las familias y las arruina, y conduce muchas veces por último a la impenitencia final. 4. La ira es una emoción, un transporte desordenado del alma, que nos impulsa con violencia hacia lo que nos place y nos induce a vengarnos de todo lo que nos contraría. Son efecto de la ira: el odio, la venganza, las imprecaciones, las blasfemias y los ultrajes. 5. Se llama gula al amor desordenado de la bebida y de la comida, o la mala inclinación que induce al hombre al uso inmoderado de los alimentos. Este vicio abyecto hace al que lo tiene, esclavo de su vientre, según la expresión del Apóstol (Fil. 3, 19). La gula produce la embriaguez, la impureza, los arrebatos, las blasfemias, el disgusto de las cosas espirituales, el entorpecimiento del espíritu y el desprecio de las leyes de la Iglesia, como son el ayuno y la abstinencia. 6. Se entiende por envidia, la tristeza que se experimenta por el bien espiritual o temporal del prójimo, mirándolo como una disminución de nuestro bienestar o de nuestro mérito. Este vicio produce los juicios temerarios, la maledicencia, el gozo maligno ante las faltas o desgracias del prójimo, el odio y las vejaciones de todo género. 7. Se define la pereza como un amor desordenado al descanso, una languidez del alma, y una repugnancia al trabajo exigido por nuestros deberes. Produce la ociosidad, la pérdida del tiempo, la negligencia, la ignorancia, la inconstancia en las buenas resoluciones, el tedio, las tentaciones de toda especie y la constante languidez que nos predispone a las caídas (F. X. Schouppe S.J., Curso abreviado de religión, París-México, 1906, pp. 436-438). * * * Los vicios capitales se vencen con el ejercicio de las virtudes opuestas. Así, la soberbia se vence con la humildad; la avaricia, con la generosidad; la lujuria, con la castidad; la ira, con la paciencia; la gula, con la templanza; la envidia, con la caridad fraterna; la pereza, con la diligencia y fervor en el servicio de Dios. Estos vicios se llaman capitales porque son la fuente y causa de muchos otros vicios y pecados. Los pecados contra el Espíritu Santo son seis: 1) la desesperación de salvarse; 2) la presunción de salvarse sin merecimientos; 3) la impugnación de la verdad conocida; 4) la envidia o pesar de la gracia ajena; 5) la obstinación en los pecados; 6) la impenitencia final. Estos pecados se dice que son en particular contra el Espíritu Santo porque se cometen por pura malicia la cual es contraria a la bondad que se atribuye al Espíritu Santo. Los pecados que se dicen clamar al cielo son cuatro: 1) el homicidio voluntario; 2) el pecado impuro contra el orden de la naturaleza; 3) la opresión del pobre; 4) la defraudación o retención injusta del jornal, del trabajador. Se dice que estos pecados claman al cielo porque lo dice el Espíritu Santo, y porque su iniquidad es tan grave y manifiesta que provoca a Dios a castigarlos con los más severos castigos (Catecismo Mayor de San Pío X, Ed. Magisterio Español, Vitoria, 1973, pp. 127-128).
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