Para el ateo moderno, acostumbrado a dar valor sólo a lo que considera probado por la ciencia, el milagro de Guadalupe, en México, lo deja por lo menos en aprietos. ¡Pues la ciencia prueba que hubo un milagro! Valdis Grinsteins Una persona no totalmente atea, pero profundamente contaminada por el pensamiento moderno, me decía que aquello que no está probado científicamente no existe. Pero —típica contradicción del alma humana— no quería hablar del Santo Sudario de Turín, pues los descubrimientos científicos sobre el mismo la confundían; y si fuese obligada a mirar el asunto de frente, tendría que negar el valor de la ciencia o... convertirse. Veamos el problema del punto de vista de estos amantes indiscriminados de la ciencia. Para ellos, todo aquello que no se demuestra en un laboratorio entra en el dominio de la fantasía. Ciencias, con C mayúscula, son para ellos la Física, la Química, la Biología, etc. Ya la Historia les parece dudosa, pues es irrepetible y muy subjetiva, al depender de testigos. Mucho más aún si fuese historia eclesiástica, y el auge de lo dudoso les parecen las historias de milagros. Son como el Apóstol Santo Tomás, que necesitó ver para creer. Para este tipo de almas incrédulas, que había hasta entre los Apóstoles, Nuestro Señor realiza cierto tipo de milagros, de manera que no puedan alegar la falta de pruebas. Y una de esas pruebas es la imagen de Nuestra Señora de Guadalupe, en México.1 Breve resumen de la historia El día 9 de diciembre de 1531, en la ciudad de México, Nuestra Señora se apareció al noble indio Cuauhtlatoatzin —que había sido bautizado con el nombre de Juan Diego— y le pidió que dijese al obispo de la ciudad que construya una Iglesia en su honor. Juan Diego transmitió el pedido, y el obispo exigió una prueba de que efectivamente la Virgen había aparecido. Recibiendo de Juan Diego el pedido, Nuestra Señora hizo crecer flores en una colina semidesértica en pleno invierno, las cuales Juan Diego debía llevar al obispo. Éste lo hizo el día 12 de diciembre, acondicionándolas en su manto. Al abrirlo delante del obispo y de varias otras personas, verificaron admirados que la imagen de Nuestra Señora estaba estampada en el manto. Muy resumidamente, ésta es la historia, que fue registrada en un documento escrito. Si hubiese quedado sólo en esto, fácilmente podrían los escépticos decir que es sólo una historia, nada hay de científico.
Los problemas para ellos comienzan con el hecho de haberse conservado el manto de Juan Diego, en el cual está impresa hasta hoy la imagen. Este tipo de manto, conocido en México como tilma, es hecho de un tejido tosco, y debería haberse deshecho hace mucho tiempo. En el siglo XVII, personas piadosas decidieron hacer una copia de la imagen, la más fidedigna posible. Tejieron una tilma idéntica, con las mismas fibras de maguey de la original. A pesar de todo el cuidado, la tilma se deshizo en quince años. El manto de Guadalupe tiene hoy 475 años, por tanto nada debería quedar de él. Una vez que el manto (o tilma) existe, es posible estudiarlo a fin de definir, por ejemplo, el método usado para imprimir en él la imagen. Comencemos por la pintura. En 1936, el obispo de la ciudad de México pidió al Dr. Richard Kuhn que analizase tres fibras del manto, para descubrir cual es el material utilizado en la pintura. Para sorpresa de todos, el científico constató que las tintas no tienen origen vegetal, ni mineral, ni animal, ni de alguno de los 111 elementos conocidos. “Error del científico” podría objetar algún escéptico. Difícil, respondemos nosotros, pues el Dr. Kuhn fue premio Nóbel de Química en 1938.2 Además, él no era católico, sino de origen judío, lo que excluye cualquier predisposición religiosa. El día 7 de mayo de 1979 el Prof. Phillip Serna Callahan, biofísico de la Universidad de Florida, junto con especialistas de la NASA, analizó la imagen. Deseaban verificar si la imagen es una fotografía. Resultó que no es fotografía, pues no hay impresión en el tejido: Ellos tomaron más de 40 fotografías con infrarrojos para verificar cómo es la pintura. Y constataron que la imagen no está pegada al manto, sino que está 3 décimos de milímetro separado de la tilma. Para los escépticos, otra complicación: verificaron que, al aproximar los ojos a menos de 10 cm. de la tilma, no se ve la imagen o colores de ella, sino sólo las fibras del manto. Conviene tener en cuenta que a lo largo de los tiempos fueron pintadas en el manto otras figuras. Éstas se van transformando en manchas o desaparecen. En el caso de ellas, el material y las técnicas utilizadas son fáciles de determinar, lo que no ocurre con la imagen de Nuestra Señora.
Los ojos de la imagen Tal vez lo que más intriga a los científicos sobre el manto de Nuestra Señora de Guadalupe son los ojos de la imagen. En efecto, desde que en 1929 el fotógrafo Alfonso Marcué González descubrió una figura minúscula en el ojo derecho, no cesan de aparecer las sorpresas. Debemos primero tener en vista que los ojos de la imagen son muy pequeños, y los iris de ellos, naturalmente son aún menores. En esta superficie de apenas 8 milímetros de diámetro aparecen nada menos que ¡13 figuras! El científico peruano José Aste Tönsmann, ingeniero de sistemas de la Universidad de Cornell y especialista de la IBM en el procesamiento digital de imágenes, enumera tres motivos por los cuales esas imágenes no pueden ser obra humana: • Primero, porque ellas no son visibles para el ojo humano, salvo la figura mayor, de un español. Nadie podría pintar siluetas tan pequeñas; • En segundo lugar, no se consigue averiguar qué materiales fueron utilizados para formar las figuras. La imagen entera de la Virgen no está pintada, y nadie sabe cómo fue estampada en el manto de Juan Diego; • En tercer lugar, las trece figuras se repiten en los dos ojos. Y el tamaño de cada una de ellas depende de la distancia del personaje en relación al ojo izquierdo o derecho de la Virgen. Este ingeniero quedó seriamente conmovido al descubrir que, así como los ojos de la Virgen reflejan las personas delante de ella, los ojos de una de las figuras reflejadas, la del obispo Zumárraga, reflejan a su vez la figura del indio Juan Diego abriendo su tilma y mostrando la imagen de la Virgen. ¿Cuál es el tamaño de esta imagen? Un cuarto de micrón, o sea, un milímetro dividido cuatro mil veces. ¿Quién podría pintar una figura de tamaño tan microscópico? Y además, en el siglo XVI...
Intento de borrar el milagro Así como mi conocido no deseaba hablar del Santo Sudario, otros no quieren oír hablar de esta imagen, que presenta para ellos problemas insolubles. El anarquista español Luciano Pérez era uno de éstos, y el día 14 de noviembre de 1921 colocó al lado de la imagen un arreglo de flores, dentro del cual había disimulado una potente bomba. Al explotar, todo lo que estaba cerca quedó seriamente damnificado. Una cruz metálica, que quedó doblada, hoy se conserva en el templo como testimonio del poder de la bomba. Pero... la imagen de la Virgen no sufrió daño alguno. Y aún hoy ella está allí, en el templo construido en su honor, así como una vez estuvo Nuestro Señor delante del Apóstol Santo Tomás y le ordenó colocar su mano en el costado abierto por la lanza. Santo Tomás colocó la mano y, verificada la realidad, honestamente creyó en la Resurrección. ¿Tendrán esa misma honestidad intelectual los incrédulos de hoy? No lo sé, porque así como no hay peor ciego que aquel que no quiere ver, no hay peor ateo que aquel que no desea creer. Pero, como católicos, debemos rezar también por este tipo de personas, pidiendo a Nuestra Señora de Guadalupe que les dé la gracia de ser honestas consigo mismas. Notas.- 1. Para la elaboración de este artículo, utilizamos el material publicado en el site: www.reinadel cielo.org, al cual remitimos a los lectores interesados en más datos.
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