Vidas de Santos San Pedro Tomás

Erudito, diplomático y cruzad

Procurador general de la orden carmelita, obispo, legado papal ante emperadores y reyes, patriarca latino de Constantino

Plinio María Solimeo

San Pedro Tomás, Francisco de Zurbarán, c. 1635 – Óleo sobre lienzo, Museo de Bellas Artes de Boston

Prácticamente desconocido en América, este santo carmelita nació el año 1305 en Salimaso de Thomas, una aldea del Périgord (Francia), en el seno de una familia muy pobre (su padre era siervo de la gleba), cuya única riqueza era su fe católica.

Realizó los primeros estudios en su misma parroquia. A los 12 de edad, para paliar la gran penuria de su familia, se marchó a Monpazier, donde durante tres años vivió de limosnas e instruyendo a niños más pequeños que él. Muy inteligente y aplicado, estudió hasta la edad de 20 años en Agen, en el colegio de los carmelitas.1

En 1326, recibió el hábito carmelita en el convento de Bergerac, pronunciando sus votos definitivos al año siguiente. Se dedicó a la docencia durante dos años. Mientras enseñaba lógica, estudió filosofía y así fue ordenado sacerdote.

En 1335, Pedro Tomás asistió a la Universidad de París, donde obtuvo el grado de lector. A continuación, enseñó en el recientemente creado Studium generale de Cahors, dedicándose también a la actividad pastoral. Una terrible sequía azotó toda la región. Para implorar a Dios la tan necesaria lluvia, organizó procesiones penitenciales durante las cuales predicaba al pueblo. Su biógrafo afirma que una “lluvia milagrosa” puso fin a la sequía.

De regreso a la Universidad de París cursó estudios por otros cuatro años y obtuvo la licenciatura en teología.

En la corte pontificia de Inocencio VI

Sus superiores lo enviaron en 1353 al convento carmelita de Aviñón, donde residía en aquel entonces la corte papal durante el Cisma de Occidente. En esa ciudad el santo se dedicó al ministerio de la palabra, distinguiéndose en poco tiempo como un eminente predicador y admirable confesor, que conmovía los corazones más endurecidos. El Papa Inocencio VI pronto se fijó en él y le encomendó importantes misiones.

Según su biógrafo, era muy versado en las Sagradas Escrituras y en los libros canónicos, lo cual le convertía en un león en el púlpito. Porque no dudó en “decir la verdad sin disfrazarla nunca, incluso en presencia de los cardenales o del soberano pontífice”. Y agrega que “inclinó el corazón y se ganó el afecto de sus oyentes, a veces arrancando lágrimas de los ojos, otras llevándoles a la alegría, y a menudo dejándoles con extraordinarios sentimientos de compunción por sus pecados”. Afirmaba que su conocimiento de los libros sagrados no se debía al estudio, sino a la luz que Dios le comunicaba durante la celebración de la Santa Misa y el rezo del Oficio Divino.2

Sacerdote brillante, religioso lleno de virtud

Inocente VI, Henri Serrur, c, 1850 – Óleo sobre lienzo, Palacio Pontificio de Aviñón

Para sus contemporáneos, Pedro Tomás no fue apenas un sacerdote brillante, sino sobre todo un religioso lleno de virtud. Así lo señala el padre François Giry en su obra Vies des Saints: “Que fue considerado no solo como un tesoro de la ciencia, sino también como un espejo de modestia, pureza y caridad. Sobre todo, tenía una gran devoción a la Santísima Virgen, cuyo amor estaba tan fuertemente grabado en su corazón, que el bendito nombre de MARÍA se llevó todas sus palabras”. El venerable Jean de Hildesheim, discípulo suyo en este período, “testificó en su obra Speculum Carmeli que Pedro Tomás le había revelado haber tenido una visión de la Virgen María (probablemente en 1351), asegurándole que la Orden del Carmelo no desaparecería (y estaría siempre presente al final de los tiempos). La Virgen le habría indicado que esta promesa había sido hecha por el mismo Cristo, a petición expresa de Elías, ‘el primer Patrono de la Orden’, durante la Transfiguración”.3

En 1345 Pedro Tomás fue nombrado predicador apostólico de la Orden del Carmen, y años después obispo de Patti y Lipari. Como verdadero carmelita, nunca dejó de vestir el hábito religioso y de portar el escapulario de día y de noche, no obstante su condición de obispo.

Pacificador y predicador de una cruzada

A partir de 1353, bajo los pontificados de Inocencio VI y Urbano V, Pedro Tomás consagra su vida a las delicadas misiones diplomáticas que le confía la Santa Sede como legado pontificio: “la pacificación de todos los cristianos, la defensa de los derechos de la Iglesia ante los monarcas más poderosos de la época, la unificación de las iglesias ortodoxa, eslava y bizantina con la Iglesia verdadera, la cruzada contra los musulmanes y la liberación de Tierra Santa”.

En mayo de 1359 fue nombrado Legado Universal de la Santa Sede e Inquisidor de la Fe para todo el Mediterráneo europeo. Entre sus misiones destacan “castigar a los infieles, traer de vuelta a los disidentes y apoyar a los auténticos cristianos”. Inocencio VI le otorgó para ello “el derecho de supervisar las fuerzas armadas” y organizar una cruzada.

Como legado de la Iglesia Católica en Oriente, san Pedro Tomás recibió la misión de encabezar una expedición militar para detener a los turcos que amenazaban no solo a Constantinopla, sino a toda la Cristiandad. Constantinopla caería un siglo después, poniendo fin al Imperio Romano de Oriente.

Defensor de la Inmaculada Concepción

San Pedro Tomás, Juan del Santísimo Sacramento, c. 1666 – Óleo sobre lienzo, Museo de Bellas Artes de Córdoba

Los carmelitas señalan a san Pedro Tomás, ya en su época (por tanto, casi cuatro siglos antes de la proclamación del dogma), como ardiente defensor de la Inmaculada Concepción. Así, fue llamado a pronunciarse en un debate teológico en el que defendió la tesis de que la Santísima Virgen María fue concebida, desde el primer instante de su concepción, sin la mancha del pecado original al que está sometida toda la humanidad, a excepción de Nuestro Señor Jesucristo.

En efecto, su ardiente devoción a la Santísima Virgen fue siempre el faro que iluminó todas sus acciones. Se preciaba de ser carmelita. Siempre que podía, incluso como obispo y luego como patriarca, se alojaba en los conventos de su Orden, cumpliendo con exactitud todos los puntos de la Regla, especialmente el que manda a los religiosos “meditar día y noche en la ley del Señor”.

Los cismáticos recalcitrantes y la peste

En 1359, Pedro Tomás fue enviado a Creta para luchar contra los cismáticos que estaban cometiendo numerosas perversiones entre los católicos latinos. Intentó convencerlos de que volvieran al seno de la Iglesia, pero al no conseguir nada, excomulgó a los que se negaban a convertirse. Hizo desenterrar los huesos del iniciador del cisma y los quemó públicamente.

Regresó a Chipre en 1361, en un momento en que una mortal epidemia de peste causaba estragos allí. Organizó oraciones rogativas y procesiones en Nicosia y Famagusta para poner fin a la epidemia. Su biógrafo cuenta que hasta los “sarracenos, turcos y judíos, atemorizados por el peligro, seguían al Legado con piedad. El milagro no tardó en acudir a sus oraciones: de doscientos enfermos encontrados agonizantes a su llegada (a Famagusta), solo uno sucumbió”.

Nueva cruzada en defensa de los Santos Lugares

Palacio de los Papas en Aviñón (Francia)

En 1362, san Pedro Tomás concibió la idea de una nueva cruzada para liberar los Santos Lugares y restablecer el reino de Jerusalén. Se unieron a él Pedro I de Chipre y su discípulo Felipe de Mézières. Después de buscar apoyo financiero, logístico y humano durante tres años, y de obtener el apoyo del Papa, en setiembre de 1365 los cruzados, acompañados por el santo, partieron con destino a su objetivo: Alejandría, en Egipto. La conquista de esta ciudad fue rápida. Felipe de Mézières describe así a Pedro Tomás en el transcurso del combate: “Con el rostro transfigurado, el Legado pone todo su ardor en descender a tierra bajo las flechas enemigas, sin contar siquiera con la protección de un escudo. Los sarracenos lanzaron ‘una avalancha de flechas’, que no hirieron a ningún cristiano”.

De acuerdo con la censurable costumbre de la época, los vencedores desgraciadamente saquearon e incendiaron parcialmente la ciudad, cometiendo todo tipo de abusos contra la población. Este procedimiento, que no podía contar con la aprobación del santo, supuso una victoria efímera como castigo de Dios. Temiendo que un poderoso refuerzo acudiera en auxilio del enemigo, los cruzados regresaron a Chipre, a pesar de la opinión contraria de Pedro Tomás, para disfrutar allí de su botín. El santo volvió entonces a Aviñón para informar al Papa y pedirle nuevos medios para reanudar la fallida cruzada.

El santo se enfrenta a su última batalla

Alrededor de la Navidad de 1365, el santo tuvo que enfrentarse a su última batalla, esta vez contra la muerte. Gravemente enfermo, afirmó: “La vida y la muerte son iguales a mis ojos: si voy a ser indispensable para la Cruzada, quiero vivir bien; si no soy indispensable, la muerte me conviene; se reduce a lo mismo: hágase la voluntad de Jesucristo mi Dios”. Puesto a prueba sin éxito por el enemigo del género humano, recibió piadosamente los últimos sacramentos en la noche del 5 al 6 de enero de 1366.

La Iglesia Militante, Andrea Bonaiuti, 1365 – Pintura al fresco, Capilla Española del convento de Santa María Novella, Florencia (Italia). El cuadro representa a los principales personajes de la cruzada dirigida por san Pedro Tomás y el rey de Chipre, Pedro I; en el centro, el Papa Inocencio VI.

A la mañana siguiente, puesta su confianza en Dios y en la Virgen a quien tanto amó, así se expresó: “Puedo prescindir de los médicos del cuerpo; tengo conmigo a Jesucristo, mi médico espiritual; él ya me ha curado; me aferro a él y con él me mantengo firme”.

Existen dos versiones sobre su muerte: según la primera, habría enfrentado con gran austeridad el riguroso invierno, sin más protección que el hábito religioso, y el intenso frío durante las celebraciones de Navidad le provocó la fiebre que lo llevó a la tumba. La segunda versión, más probable, es que resultó herido durante la toma de Alejandría y habría muerto a consecuencia de sus heridas. Así lo afirman las crónicas carmelitas, que lo presentan como un mártir, pues habría sucumbido, “reducido a piel y huesos”, a raíz de las lesiones recibidas en la batalla.

Según el biógrafo Felipe de Mézières, el 8 de mayo de 1366, es decir, más de tres meses después de su muerte, se encontró su cuerpo en la tumba “perfecto y completo, los miembros flexibles como antes… solo estaba algo ennegrecido y un olor a humedad emanaba de su cuerpo, como el que se escapa del subsuelo”. Su biógrafo relata que su organismo “exhaló después de su muerte un excelente perfume, y su rostro se volvió sonrosado y hermoso como el de un ángel. Se vieron rayos de luz en su cuerpo, que estaba tan caliente, que un cierto sudor fluyó por todas sus partes, por lo que hubo que limpiarlos con algodón: que desde entonces ha servido para varias curaciones milagrosas. Conservamos este depósito sagrado (el cuerpo de Pedro Tomás) durante seis días completos expuesto en el coro del convento carmelita de Famagusta, donde falleció, sin que en todo este tiempo se viera ningún signo de corrupción”.

Mézières agrega que entonces se abrió una investigación canónica para juzgar la santidad de Pedro Tomás, y que su cuerpo fue enterrado definitivamente en el coro de la iglesia de los carmelitas.

Ruinas del convento carmelita de Famagusta (Chipre), donde falleció san Pedro Tomás

Tan pronto como murió san Pedro Tomás, los milagros operados por su intercesión proclamaron su santidad, sin embargo, no ha sido canonizado formalmente. En 1609 la Santa Sede autorizó su fiesta (que se celebra el día 8 de enero) entre los carmelitas, lo que fue después confirmado por Urbano VIII en 1628.

 

Notas.-

1. Las citas que aparecen entre comillas son del biógrafo y discípulo del santo, Philippe de Mézières (1327-1405), extraídas del excelente artículo de Wikipedia en francés a su respecto, del que hemos tomado todas las demás citas que no llevan mención de la fuente:
https://fr.wikipedia.org/wiki/Pierre_Thomas_(patriarche).
2. P. François Giry, Vies des Saints, citado por fr.wikipedia.
3. Id. ib.

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Tesoros de la Fe N°253 enero 2023


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Enero de 2023 – Año XXII El patrimonio más valioso es la herencia espiritual Un protagonista de la vida de la Iglesia Paseo en burro por la playa El matrimonio después de Cristo El galeón sumergido:símbolo de la esperanza La Santísima Virgen glorificada en Shimabara San Pedro Tomás Bienes del alma en la vida popular



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