Monje, misionero y prelado Discípulo de san Gregorio Magno, ayudó a san Agustín de Canterbury en la evangelización de Inglaterra y fue consagrado arzobispo de York Plinio María Solimeo Deseoso de llevar una vida más perfecta, el futuro Papa san Gregorio Magno vendió sus propiedades en Sicilia el año 574 tras la muerte de su padre y fundó allí seis monasterios. Además, transformó su mansión natal en el monte Celio, en Roma, en un monasterio al que ingresó y fue elegido abad poco después. En la Historia Eclesiástica, terminada en el 731, san Beda el Venerable relata que san Gregorio se encontró con un grupo de jóvenes esclavos ingleses y exclamó: Non sunt angli, sed angeli (“no son ingleses, sino ángeles”). Entonces habría añadido: “El nombre es apropiado para ellos, porque tienen rostros angelicales y van a ser coherederos con los ángeles en el cielo”. A partir de entonces, mostró su deseo de marchar a esas tierras para evangelizar a sus habitantes. Alrededor del 596, unos seis años después de que san Gregorio asumiera la Sede de Pedro, circuló en Roma la noticia de que los habitantes paganos de Gran Bretaña estaban dispuestos a abrazar la fe católica en gran número, siempre que se encontraran predicadores capaces de instruirlos. Dando crédito a la noticia, el Papa comenzó a buscar los medios para realizar este sueño de su juventud. Dirigiéndose naturalmente a la comunidad que había gobernado en el monasterio del monte Celio, seleccionó a unos 40 monjes y designó a Agustín, entonces prior, como su representante y portavoz. Agustín se haría famoso como san Agustín de Canterbury, apóstol de Inglaterra. El Martirologio Romano se expresa de este modo: “San Agustín, obispo de Canterbury, en Inglaterra, el cual, habiendo sido enviado junto con otros monjes por el papa san Gregorio I Magno para predicar la palabra de Dios a los anglos, fue acogido de buen grado por el rey Etelberto de Kent, e imitando la vida apostólica de la primitiva Iglesia, convirtió al mismo rey y a muchos otros a la fe cristiana y estableció algunas sedes episcopales en esta tierra”. Una gran conversión de anglosajones
Lo que realmente ocurrió en Inglaterra fue que, al convertirse Etelberto en rey de Kent, en menos de veinte años logró establecer su dominio desde las costas del país de los sajones occidentales hacia el este hasta el mar, y hacia el norte hasta el río Humber y el Trent. Con ello su prestigio se extendió al otro lado del Canal de la Mancha. Una de las pruebas de este prestigio la dio Cariberto, rey de París, al ofrecerle a su hija Berta en matrimonio. En el contrato nupcial, estipuló que ella podía ejercer libremente la religión católica. San Beda cuenta que esta condición fue aceptada, y el obispo francés Luidhard acompañó a la princesa en calidad de capellán. Dos años después de la llegada de san Agustín de Canterbury, el propio Etelberto se convirtió a la fe católica, llevando a muchos de sus súbditos a seguir su ejemplo. El día de Navidad de 597, miles de ellos recibieron el bautismo. Aquí entra en escena san Paulino, muy probablemente romano de nacimiento, que también era monje en el monte Celio. San Gregorio lo envió el año 601 a Inglaterra, junto con san Melito (jefe de la misión), san Justo y otros, para ayudar a san Agustín en su ministerio. Llevaron el palio, las reliquias, los libros, los vasos sagrados y otros regalos del Papa, necesarios para el esplendor del culto. San Melito, de familia noble, fue obispo de Londres y tercer arzobispo de Canterbury, y falleció el 24 de abril de 624. El Martirologio Romano lo presenta así: “En Canterbury, en Inglaterra, san Melito, obispo, que, siendo abad, fue enviado por el papa san Gregorio I Magno a Inglaterra, donde fue ordenado obispo de los sajones orientales por san Agustín, y, después de sufrir muchas tribulaciones, accedió a la sede de Canterbury”. Consolidación del catolicismo en Gran Bretaña San Paulino llegó a Inglaterra el año 604. Trabajó inicialmente en Estanglia, y del 625 al 626 en Kent, donde recibió la consagración episcopal de manos de san Justo de Canterbury, que había sido su compañero de viaje. Justo había sido consagrado en el 604 como cuarto arzobispo de Rochester, y en esa ocasión el rey Etelberto concedió a la nueva sede el territorio llamado Priestfield y otras tierras. El Martirologio Romano del 10 de noviembre dice así: “En Canterbury, en Inglaterra, san Justo, obispo, enviado a esta isla por el papa san Gregorio I Magno juntamente con otros monjes, para ayudar a san Agustín en la evangelización de Inglaterra, aceptando más tarde el episcopado de esta sede”. San Paulino fue consagrado obispo el 21 de julio de 625, y como tal acompañó a Etelburga, hermana del rey católico Eadbald de Kent, cuando se casó en la corte de Northumbria con el rey Edwin. Los nobles de Northumbria estaban a favor de la conversión del rey al cristianismo, y él mismo había recibido cartas del Papa Bonifacio V instándole a dar este paso. Edwin manifestó que abrazaría el cristianismo si después de examinarlo lo juzgaba superior a su religión pagana. Tras su conversión, fue bautizado en 627 por san Paulino en York. A partir de entonces mostró un gran empeño por la conversión de sus súbditos. Con la ayuda de san Edwin (que también fue canonizado), san Paulino estableció su sede en York, donde comenzó a edificar una iglesia de piedra que se convertiría en su catedral. Su labor apostólica de instruir y bautizar al pueblo fue incesante, y la tradición perpetúa su ministerio en Yeavering, Catterick Bridge, Dewsbury, Easingwold, Southwell y otros lugares, siempre acompañado de la fama de los milagros. Su nombre se conserva también en el pueblo de Pallingsburn, en Northumbria. Subyugados por las sencillas palabras de los sacerdotes
San Beda cuenta que el rey y la reina hospedaron a Paulino durante cinco semanas en la villa real de Yeavering, en Northumbria, mientras él se ocupaba diariamente de instruir y bautizar a las multitudes que lo pedían. Gracias a la persuasión de Edwin, el rey Eorpwald de Estanglia también se convirtió al cristianismo. San Edwin murió el 12 de octubre de 633 al repeler un ataque de Penda, el rey pagano de Mercia, que junto con el príncipe galés Cawallon habían invadido sus dominios. Penda había hecho imposible la labor misionera en Northumbria. Tras la muerte de san Edwin, san Paulino llevó a la reina y a sus hijos por seguridad a Kent, pasando a establecerse en la diócesis de Rochester. Posteriormente, uno de los sucesores de Edwin retornaría al paganismo. La conversión de Northumbria al cristianismo se produjo finalmente gracias a la expedición formada por misioneros irlandeses de la abadía de Iona, llevados a la región por Oswaldo, un sucesor de Edwin. Al año siguiente de su salida de York, cuando murió san Edwin, san Paulino recibió del Papa Honorio I el palio, símbolo que el Pontífice entrega a los arzobispos. Aunque muchos le critican por el hecho de abandonar la diócesis de York, la mayoría de los historiadores católicos coinciden con san Beda en que no tenía otra elección; y que, dadas las circunstancias, él era quien mejor podía juzgar lo que convenía hacer. San Beda describe a San Paulino como alto y delgado, con un perfil ligeramente inclinado, el cabello negro, la nariz aguileña y un aspecto venerable e inspirador. Falleció el 10 de octubre de 644 y fue sepultado en su iglesia de Rochester. Al reconstruirse esa catedral, sus reliquias fueron trasladadas por el arzobispo Lanfranco a un relicario de plata, donde se conservaron hasta la pseudo reforma de la Iglesia en Inglaterra. No sabemos qué sucedió con ellos después que el protestantismo devastara el país, destruyendo todo vestigio de catolicismo. En su libro Morales, el Papa san Gregorio Magno escribe lo siguiente a respecto de la conversión de los ingleses: “Los ingleses, que antes no conocían sino una lengua bárbara, comenzaron a alabar a Dios en lengua hebraica; y el océano, que estaba antes dilatado y furioso, está ahora sujeto y vasallo de los servidores de Dios. Los pueblos orgullosos, que los príncipes de la tierra no podían domar por las armas, fueron subyugados por simples palabras de los sacerdotes: y la nación infiel, que no temía a los escuadrones armados, después de haberse hecho fiel, tiembla ante una palabra de hombres pobres y humildes”. Al cabo de 60 años, los anglosajones no solo se habían convertido en cristianos, sino que eran capaces de proporcionar a la Iglesia misioneros dignos de quienes los habían convertido, como es el caso de san Bonifacio, que a principios del siglo VIII emprendería la evangelización de la Germania pagana al este del Rin. Fuentes de referencia.- * Edelvives, El santo de cada día, Ed. Luis Vives, Zaragoza, 1955, t. V, p. 412; y, The Catholic Encyclopedia, CD Rom edition.
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