Plinio Corrêa de Oliveira
Hace muchos años, el Prof. Hans Ludwig Lippmann, que era profesor de psicología en la Universidad Católica de Petrópolis, me dijo algo que me dejó muy pensativo: “En la época en que usted era joven, la gran novedad que se estaba descubriendo y que atraía todas las atenciones, era la sociología. Anteriormente, había sido la política. A lo largo del siglo XIX y gran parte del siglo XX, la política ha interesado a todos los espíritus. Estos son dos campos del pensamiento humano con relación a los demás. El hombre pone lo mejor de su interés en saber cómo funciona el espíritu de los demás, no como individuos, sino como colectivo. “El siglo XIX fue el siglo de las reformas políticas. En el siglo XX, la curiosidad pública se dirigió hacia el campo social y emergió la sociología, que salió a la superficie cuando se volvió una curiosidad pública, y tuvimos las reformas sociales. “Ahora debemos tener [en la década de 1960] un campo embriagadoramente más importante, que está atrayendo la atención de todos los jóvenes: la psicología. El hombre se despolitiza, la sociología pierde interés y el gran problema para él se convierte en la psicología misma: su psicología, la psicología del género humano como capaz de explicar el caso personal; la preocupación por sí mismo se convierte en la nota dominante”.
El profesor no me lo dijo, pero el curso de los acontecimientos llevaría a complementar su pensamiento de la siguiente manera: tendríamos que pasar por una inmensa reforma, no solo del Estado o una reforma social, sino que se convertiría en la reforma del hombre. Esta reforma, cada uno la siente en el ámbito individual. Y en medio del naufragio general —dentro de toda la complejidad de la vida contemporánea— el hombre se volvería al problema de su propio naufragio, más que a cualquier otra cosa. La comparación clásica es la del naufragio de una carabela, cuyas partes de madera se desprenden, flotando en el mar, y un hombre se aferra a una de las piezas de madera para no ahogarse. Luego, respira un poco y piensa: “Estoy protegido en este momento, pero yo y esta tabla, ¿hacia dónde vamos? Tendré sed, hambre, cansancio, el sol me tostará, la noche me congelará. Conseguí sobrevivir un poco más, pero ¿adónde voy a parar?”. Si alguien en una lancha se acercara al náufrago, podría decir: “Hablemos de un tema que lo involucra por todos lados: la oceanografía. Usted esta en tal altitud, en tal longitud, y la composición química de las aguas en esta zona es tal, tal y tal…”. El náufrago argumentaría: “¿No se da cuenta de que tengo hambre, sed y cansancio? ¡La composición química de las aguas, me saca de quicio! Lo que quiero es subir a su lancha, ¡quiero comer! ¿Tiene comida, tiene agua?”.
Esta sería la reacción natural y muy explicable. Así también podría reaccionar el hombre contemporáneo frente a la crisis de nuestro siglo; y las nuevas generaciones, con sus crisis cada vez más agudas. El hombre está hipnotizado por los problemas personales y, en realidad, está muy volcado hacia la psicología. La apetencia por los problemas psicológicos, debido al naufragio del hombre contemporáneo, viene de una época anterior, que fue la era de la sociología; y también de la era de la política. Esta apetencia desemboca en un momento en el que las fuerzas que promueven el mal tienen ya toda una diversidad de errores y descubrimientos que ofrecer a los hombres (cibernética, novedades de la biología, transpsicología, etc.) y hacer que se habitúen a tales innovaciones. Tales fuerzas conducen a una apetencia por disciplinas engañosas. Cuando la apetencia subconsciente estalla, las fuerzas del mal actúan para que el público termine aceptando aquello a que lo indujeron. Y de repente, con una gran transformación del hombre, nos encontramos dentro del campo indicado por el Prof. Lippmann sobre la psicología. Así tenemos dos maneras de considerar los acontecimientos. Una es eminentemente sociopolítica, como en el pasado, y consiste en querer saber cómo anda el mundo. La otra manera es conocer los efectos psicológicos de los hechos. Una forma no excluye a la otra, no hay contradicción entre ellas. Ambas deben tratar de ver en los acontecimientos el enfrentamiento, la manifestación de mentalidades y espíritus, en la lucha entre la Revolución y la Contra-Revolución.* Para esto, es necesario tener un alma lo suficientemente grande como para abarcar en un mismo horizonte lo que preocupaba a los hombres en el pasado —tanto en la era de la política como en la era de la sociología—, con lo que preocupa a los hombres de hoy. Significa abarcar las interrelaciones entre las cosas en su conjunto, porque todos deben reflejar a Nuestro Señor Jesucristo y dar gloria a Dios.
* Extracto de la grabación de una reunión del 17 de abril de 1982, sin revisión del autor. Las palabras “Revolución” y “Contra-Revolución” son empleadas aquí en el mismo sentido que les da el libro Revolución y Contra-Revolución.
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