Fue precisamente en la aparición del 13 de julio de 1917, cuando la Virgen se dignó revelar a los tres pastorcitos el Secreto de Fátima… Luis Sergio Solimeo Después del efecto espiritual tonificante que les proporcionó el haber visto a la Santísima Virgen por segunda vez, los tres pastorcitos pasaron por una gran prueba: El párroco, al interrogar a los tres niños en presencia de la madre de Lucía, planteó la hipótesis de que las apariciones podrían ser un truco del diablo. Esto no era una suposición descabellada, porque san Pablo nos advierte: “el mismo Satanás se disfraza de ángel de luz” para engañar a los hombres (2 Cor 11, 14). La Iglesia recomienda extrema prudencia con respecto a las manifestaciones sobrenaturales. Deben evitarse dos posiciones extremas: de un lado, un rechazo a priori de lo sobrenatural, como si Dios no pudiera manifestarse; de otro lado, una credulidad excesiva que acepta cualquier declaración sobre visiones y revelaciones sin un examen prudente y preciso. Sobre todo en esta materia, el fiel debe dar su aceptación definitiva solo después de que la Iglesia se haya pronunciado al respecto. El buen párroco de Fátima no podía dejar de considerar la hipótesis de una intervención del Maligno, pero la prudencia requeriría que no manifieste esa hipótesis a menos que tuviera indicios concretos. Sin embargo, ya sea por inseguridad, por la enorme responsabilidad que enfrentaba o por la tensión causada por acontecimientos tan fuera de lo común, terminó haciéndolo ante los mismos ojos de los videntes y de la madre de Lucía. Ante esa aterradora posibilidad, la madre de Lucía reforzó sus convicciones respecto a la falsedad de las apariciones y su angustia creció aún más. Además, en vista de las palabras del párroco, la propia Lucía quedó sacudida y comenzó a dudar de sus propios sentimientos acerca de la Señora que se les apareció. ¿Y si fuera el Diablo disfrazado? ¡Qué sufrimiento atroz! De un lado, Lucía sintió una atracción irresistible por la bondad, belleza, seriedad y candor de la Señora; sus palabras tan llenas de sabiduría, sus peticiones profundamente conmovedoras. Del otro, un pensamiento cruel: ¿No estaría siendo engañada por el ángel malo? Así que Lucía dijo a Jacinta y Francisco que no volvería más a Cova da Iria, y que el próximo 13 de julio ellos irían por su cuenta. Sus primos estaban tristes y desconcertados. ¿No sería un pecado desobedecer a la Señora que les había mandado ir allí? Además, Lucía era quien conversaba con Ella, ¿cómo podrían acudir solos? En cuanto a ellos, no tenían la menor duda de que era la Santísima Virgen quien aparecía. El fervor que los dominaba, los efectos saludables de la aparición en sus almas, les eran pruebas suficientes del origen divino del fenómeno. Además, Jacinta argumentó con su tierna lógica, ¿no había dicho la Señora que era del cielo? Pero Lucía estaba profundamente perturbada y los argumentos y los ruegos de sus primos no pudieron conmoverla. Ella dijo enfáticamente: “No vuelvo más a Cova da Iria”. Todo pareció haber terminado. Jacinta y Francisco entraron en una profunda aflicción y comenzaron a rezar intensamente. En la víspera de la fecha establecida, Lucía se fue a dormir totalmente decidida a cumplir su palabra para cerrar el capítulo de las apariciones. Sin embargo, al amanecer del 13 de julio, sintió una fuerza desconocida que la hizo vestirse con prisa y correr a la casa de sus primos. Jacinta y Francisco se arrodillaban al lado de una cama, rezando. “Vámonos rápido”, les dijo simplemente, y los dos primos, exultantes de alegría, partieron con ella para cumplir la cita con la Señora. Una pequeña multitud de unas cinco mil personas ya estaba reunida en el lugar de las apariciones. La mayoría esperaba un milagro o alguna manifestación sobrenatural; otros querían verificar la falsedad de los rumores de que la Virgen se había estado apareciendo: “¡No me vengan con que semejantes excentricidades medievales suceden en estos tiempos de progreso y ciencia!”. Las madres de los tres pastorcitos, temerosas de que algo les sucediera a sus hijos, se dirigieron a Cova da Iria pero miraban de lejos, ocultando sus rostros con sus delantales para no ser reconocidas.
El señor Marto, por el contrario, se hizo muy visible junto a Jacinta. Él no acudió allí solo para protegerla, sino también para aclarar sus propias dudas. Lucía describe lo sucedido: Día 13 de julio de 1917 — Momentos después de haber llegado a Cova da Iria, estando junto a la encina, entre una numerosa multitud del pueblo, rezando el rosario, vimos el resplandor de la luz acostumbrada y, en seguida, a la Santísima Virgen sobre la encina. —“¿Vuestra Merced qué desea de mí?”, pregunté. —“Quiero que volváis aquí el trece del mes que viene y que continuéis rezando el rosario todos los días en honra de Nuestra Señora del Rosario, para obtener la paz del mundo y el fin de la guerra, porque solo Ella os puede ayudar”. —“Quería que nos dijese quién es y que hiciera un milagro para que todos crean que Vuestra Merced se nos aparece”. —“Continuad viniendo aquí todos los meses. En octubre diré quién soy y lo que quiero, y haré un milagro para que todos lo vean y crean”. Aquí hice algunos pedidos que ahora no recuerdo bien. Lo que sí recuerdo es que la Santísima Virgen dijo que para alcanzar durante el año las gracias que pedían era necesario que rezasen el rosario. Y continuó: —“Sacrificaos por los pecadores y decid muchas veces, sobre todo cuando hagáis algún sacrificio: Oh Jesús, es por vuestro amor, por la conversión de los pecadores y en reparación por los pecados cometidos contra el Inmaculado Corazón de María”. Al decir estas últimas palabras, de nuevo abrió las manos como en los meses anteriores. El reflejo pareció penetrar la tierra y vimos como un mar de fuego y, sumergidos en ese fuego, a los demonios y las almas, como si fuesen brasas transparentes y negras o bronceadas, con forma humana, que flotaban en el incendio llevados por las llamas que de ellas mismas salían, juntamente con nubes de humo, cayendo hacia todos los lados —semejante al caer de las chispas en los grandes incendios— sin peso ni equilibrio, entre gritos y gemidos de dolor y desesperación que horrorizaban y hacían estremecer de pavor (debió ser ante esta visión cuando dije aquel ¡ay! que dicen haberme oído). Los demonios se distinguían por formas horribles y asquerosas de animales espantosos y desconocidos, pero transparentes como negros carbones en brasa. Asustados y como para pedir socorro, levantamos la vista hacia la Santísima Virgen que nos dijo con bondad y tristeza: —“Visteis el infierno, a donde van las almas de los pobres pecadores. Para salvarlas, Dios quiere establecer en el mundo la devoción a mi Inmaculado Corazón. Si hacen lo que Yo os diga, se salvarán muchas almas y tendrán paz. La guerra va a acabar, pero si no dejan de ofender a Dios, en el reinado de Pío XI comenzará otra peor. Cuando veáis una noche iluminada por una luz desconocida, sabed que es la gran señal que Dios os da de que va a castigar al mundo por sus crímenes, por medio de la guerra, del hambre y de persecuciones a la Iglesia y al Santo Padre.
“Para impedirlo, vendré a pedir la consagración de Rusia a mi Inmaculado Corazón y la Comunión Reparadora de los primeros sábados. Si atienden mis pedidos, Rusia se convertirá y tendrán paz; si no, esparcirá sus errores por el mundo, promoviendo guerras y persecuciones a la Iglesia; los buenos serán martirizados, el Santo Padre tendrá mucho que sufrir, varias naciones serán aniquiladas. “Por fin, mi Inmaculado Corazón triunfará. El Santo Padre me consagrará Rusia, que se convertirá, y será concedido al mundo algún tiempo de paz. En Portugal se conservará siempre el Dogma de la Fe, etc. Esto no se lo digáis a nadie. A Francisco, sí podéis decírselo. “Cuando recéis el rosario, decid después de cada misterio: Oh Jesús mío, perdónanos, líbranos del fuego del infierno, lleva al cielo a todas las almas y especialmente a las que más lo necesiten”.* Transcurrido un instante de silencio, pregunté: —“¿Vuestra Merced no quiere nada más de mí?” —“No, hoy no quiero nada más de ti”. Y, como de costumbre, comenzó a elevarse en dirección al este, desapareciendo en la inmensa lejanía del firmamento. El Sr. Marto relató el momento cuando Lucía anunció que la Santísima Virgen venía: “Yo no veía nada al principio. Pero entonces empecé a ver algo que parecía una nubecita gris posada sobre la encina. El calor del sol se hizo repentinamente menos severo. Soplaba una agradable brisa veraniega, y no parecíamos estar en lo más duro del verano. La gente estaba silenciosa, terriblemente silenciosa, y entonces empecé a oír un sonido, era un zumbido suave, como una mosca en un cántaro. No pude escuchar ninguna palabra, tan solo ese zumbido”. Muchos testimonios de personas que estuvieron presentes coinciden en el zumbido o en formas grises o blancas indefinidas, que a veces parecían palomas. Lo cierto es que se creó un ambiente de piedad y recogimiento, y que mucha gente sintió una presencia sobrenatural. Por ejemplo, en el testimonio publicado por la Documentação Crítica de Fátima (Santuario de Fátima, 1999, v. II, p. 149-154), el Sr. Inácio Antonio Marques, hablando de la aparición de julio, dice: Como no creyente, yo quiero negar incluso lo que veo, pero contemplando la atmósfera veo que todo está trastornado. Parece como si dos corrientes de aire opuestas se encontrasen en el lugar, levantando una nube de polvo. El día se oscurece y me parece escuchar un trueno subterráneo. Siento que el ambiente es casi sobrenatural y tengo miedo de estar allí.
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