SAN JUAN BOSCO
Había en Cafarnaúm un endemoniado que daba gritos contra Jesús; Este le dijo:
—“Calla y sal de este hombre” . El demonio echó inmediatamente a aquel hombre al suelo, dejándolo como muerto, pero después salió de su cuerpo y quedó aquél perfectamente sano. En la misma ciudad estaba la suegra de Pedro, postrada en cama, con fiebre muy fuerte. Le mandó Jesús que se levantase y al instante quedó sana.
De todas partes le llevaban enfermos de toda clase y endemoniados, que siempre curaba. En Cafarnaúm algunos le quisieron presentar un paralítico; pero como se lo impedía la muchedumbre que lo rodeaba, le subieron al tejado de la casa donde estaba, y desde allí lo bajaron en su camilla a los pies del Salvador. Al ver la fe de estos hombres, Jesús dijo al paralítico:
“Hijo, tus pecados te son perdonados” . Al oír estas palabras dijeron los fariseos interiormente:
Este blasfema. ¿Quién puede perdonar los pecados sino solo Dios? Jesús que, como Dios, adivinaba todos sus pensamientos, añadió:
“¿Es más fácil decir: Te son perdonados tus pecados, o levántate y anda? Ahora bien; para que sepáis que tengo poder de perdonar los pecados: Levántate —dijo al paralítico— toma tu lecho y vete a tu casa” .
A este mandato divino se levantó el paralítico, y en presencia de todo el pueblo tomó su lecho y se fue a su casa glorificando a Dios por el gran favor recibido.
En todas las curaciones obradas por el Divino Salvador debemos admirar la singular bondad con que primero curaba los males del alma y después los del cuerpo, dándonos de esta suerte la importante lección de que debemos limpiar nuestra conciencia antes de acudir a Dios en nuestras necesidades corporales.
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La curación del ciego, El Greco, 1567. Óleo sobre temple, The Metropolitan Museum of Art, Nueva York |
Jesús da la vista a un ciego de nacimiento
Había un hombre ciego de nacimiento, a quien Jesús tocó los ojos con un poco de lodo y dijo:
“Ve y lávate en la piscina de Siloé” . Fue, y, habiéndose lavado, recibió la vista. Los obstinados fariseos le llamaron y le dijeron:
—“¿Quién te ha curado?” Él les contestó:
—“Ese hombre, que se llama Jesús, me ha curado” .
“Da gloria a Dios —le replicaron—, nosotros sabemos que el que te ha curado es un pecador” .
Él les dijo:
—“Yo no sé si es pecador, pero lo cierto es que yo estaba ciego y ahora veo la luz” . Y le volvieron a preguntar:
—“¿Qué te ha hecho? ¿Cómo te abrió los ojos?” “Ya os he dicho —les contestó— que aquel que se llama Jesús hizo lodo y me cubrió los ojos con él diciéndome que fuera a lavarme a la piscina de Siloé, y así recuperé la vista. ¿Por qué me preguntáis esto otra vez? ¿Queréis, tal vez, ser también vosotros sus discípulos?”.
Al oír estas palabras le maldijeron y contestaron:
—“Sé tú su discípulo, si quieres. Nosotros seguimos las doctrinas de Moisés. Este no sabemos de dónde es” .
A lo que dijo aquél:
—“Es extraño que no sepáis su origen, habiéndome dado la vista. Si éste no fuese de Dios, no podría obrar tales cosas” .
Irritados y confundidos los fariseos contestaron:
—“Estás lleno de pecados desde tu nacimiento, ¿y quieres ser nuestro maestro?” Y lo echaron fuera. Pero él, habiendo hallado a Jesús y conocido que era el Mesías esperado, se postró a sus pies, le adoró y se hizo discípulo suyo.
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