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El 14 de mayo pasado, en la ciudad de Terni, 100 km al norte de Roma, un niño musulmán de doce años de edad golpeó una y otra vez a una compañera de clase en el pecho, por llevar un crucifijo al cuello. La chica tuvo que ser hospitalizada por hematomas en el tórax y guardar veinte días de descanso médico; pero no quiere regresar a la escuela por miedo a su agresor, informó el diario digital Infocatólica. El agresor, que había llegado de África apenas un mes antes, parecía estar ejecutando la intifada (agitación, levantamiento) o su yihad (guerra santa). Debido a su corta edad, el menor no tiene responsabilidad penal, pero su conducta refleja el ambiente que reina en los centros de acogida instalados imprudentemente por organizaciones católicas en toda Italia. Pocas semanas atrás, quince musulmanes procedentes de Senegal, Mali y Costa de Marfil fueron arrestados en Palermo por el asesinato de doce cristianos junto a los cuales emigraban rumbo a Europa en un bote inflable que partió de Libia. Las víctimas fueron muertas por rezar oraciones cristianas durante una tempestad en alta mar. Los detenidos han sido acusados del delito de homicidio múltiple agravado por el odio religioso. Algunos días antes, una procesión de niños que se preparaban para la primera comunión en la región de Emilia Romagna fue interrumpida por inmigrantes musulmanes que argüían de mala fe, según las autoridades, que el acto católico ofendía sus creencias islámicas. La presidente de la organización Hermanos de Italia, Giorgia Meloni, expresó su preocupación. “En nuestra casa nuestros hijos no están seguros ante la intolerancia de quien piensa venir a Italia a imponernos su propia ideología”, declaró. Frente a la osadía islamita, el periodista Andrea Zambrano escribió en Il Giornale de Milán que los católicos “nos debemos contentar con una simple reprimenda con la esperanza de que les sirva de lección”. El obispo de Terni, Mons. Giuseppe Piemontese, quedó frente a una difícil alternativa, pues él promueve la venida de esos agresivos inmigrantes alegando vagos ideales de misericordia, de ecumenismo y de lucha por los pobres del Islam. Pero, de otro lado, sus fieles están asustados por las graves consecuencias de unas afirmaciones tan desconectadas de la realidad. El prelado buscó un medio término diciendo que se trataba de “un gesto ciertamente grave que podría ser estigmatizado pero que no debe ser sobredimensionado ni minimizado”. Los fieles hasta el momento desean ver qué va a resultar de concreto de su pronunciamiento. Italia tiene 60 millones de habitantes. Pero los inmigrantes islamitas elevaron a dos millones el número de los que profesan el Islam y ponen en práctica el Corán, que predica la guerra santa contra los católicos. Cientos de islámicos desembarcan casi todos los días en las playas del sur del país en botes o pateras procedentes de diversos países de África. Sin embargo, siguiendo instrucciones superiores, las parroquias católicas del país se han transformado en centros de acogida de estos miles de refugiados. Muchos de estos centros se convirtieron en focos de agresión contra los feligreses y habitantes de las ciudades que no hace mucho vivían tranquilamente. ♦
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