No me cansaré de decir que no acuso al rico, sino al ladrón. Rico no es sinónimo de ladrón, ni opulento lo es de avaro. Distinguid bien y no confundáis cosas tan diferentes. ¿Sois ricos? No hay ningún mal en ello. ¿Sois ladrones? Os acuso. ¿Tenéis lo que os pertenece? Gozadlo enhorabuena. ¿Os apoderáis del bien de otro? Levanto mi voz para delataros. ¿Que me quieres apedrear? Pronto estoy a derramar mi sangre con tal de que impida tu pecado. A mí no se me da nada del odio, no se me da de la guerra; lo que me importa es el aprovechamiento de mis oyentes. Los ricos son mis hijos; los pobres también lo son; el mismo vientre los llevó a unos y a otros; los mismos dolores de parto los echaron a unos y a otros al mundo. Si, pues, tú atacas al pobre, yo te acuso; pues no es tanto el daño que se inflige al pobre cuanto el que sufre el rico. No es muy grande el agravio que se hace al pobre. Se le daña en sus cosas o dinero, pero tú te dañas tu alma. Que me hiera, pues, el que quiera; las insidias son para mí reservas de coronas, las heridas multiplican mis galardones. ♦ San Juan Crisóstomo, Homilía De capto Eutropio, cap. 3, apud Enciclopedia Universal Espasa-Calpe, vol XLVII, p. 913.
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