Santoral
San Eulogio de CórdovaPrelado erudito, Doctor de la Iglesia y principal ornamento de la católica España en el siglo IX. Habiendo combatido firmemente los errores de la época mozárabe, su vida fue coronada por la palma del martirio. |
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Fecha Santoral Marzo 11 | Nombre Eulogio |
Lugar + Córdoba - España |
Doctor, obispo y mártir Prelado erudito, Doctor de la Iglesia y principal ornamento de la católica España en el siglo IX. Habiendo combatido firmemente los errores de la época mozárabe, su vida fue coronada por la palma del martirio. Plinio María Solimeo Para que comprendamos bien el contexto en el cual San Eulogio vivió, será útil tener presente algunos datos históricos. Como vimos en el último mes, en la vida de San Leandro, los visigodos —pueblo germánico originario de Escandinavia— a comienzos del siglo V invadieron la península ibérica, la cual, a su vez, había sido invadida anteriormente por los vándalos, suevos y alanos, cuya población hispano-romana dominaron. Los nuevos invasores eran herejes arrianos, y católicos los hispano-romanos. Fue sólo en el año 587 que el rey visigodo Recaredo abjuró de la herejía arriana haciéndose católico con parte de sus súbditos. A pesar de dominar política y administrativamente el territorio peninsular, los visigodos nunca fueron capaces de realizar una colonización efectiva, por ser numéricamente inferiores al resto de la población. A comienzos del siglo VIII ellos ya estaban tan decadentes, que en 711 fue posible a los árabes (sirios, egipcios, persas y bereberes musulmanes) comandados por Tarik, oriundo de Tánger, atravesar el estrecho de Gibraltar y penetrar en la península ibérica, instaurando así lo que denominaron el Al-Ándaluz. Sin embargo, los seguidores de Mahoma pretendían mucho más: conquistar la entonces Galia como cabeza de puente para controlar todo el Mediterráneo. Así, invadieron en 721 el sur del país, donde fueron detenidos por la bravura de Odón el Grande, duque de Aquitania, en la batalla de Tolosa. En un nuevo intento, en 732, Carlos Martel, mayordomo de palacio del reino de Austrasia, derrotó a Abderramán, del califato de Córdoba, en la batalla de Poitiers, liquidando con aquel sueño de conquista. Los moros se resignaron entonces a consolidar su expansión en la península ibérica. Ya en 722, un aguerrido grupo de españoles, teniendo al frente al valiente Don Pelayo, comenzó la heroica reconquista española venciéndolos en la famosa batalla de Covadonga. A partir de ahí, transcurrieron casi 700 años para que todo el país fuese reconquistado a los moros, lo que se produjo a raíz de la caída de Granada en 1492. A comienzos del siglo IX, época enfocada en el presente artículo, los islamitas estaban obligados a tolerar la práctica pública de la religión católica en sus iglesias y monasterios, cobrando, sin embargo, un tributo por cada cristiano. Así, la Iglesia vivía una falsa paz bajo los ocupantes mahometanos, lo que inducía a muchos católicos a una práctica acomodaticia y somnolienta de la religión. Firmeza en la oposición a los musulmanes Fue en ese contexto histórico que a comienzos del siglo IX nació San Eulogio. Sus padres eran nobles y ricos, pertenecían a la antigua nobleza hispano-romana y se conformaban en todo con la ley de Dios y las leyes de la Iglesia. Por eso, dieron a sus hijos una educación eximiamente católica para enfrentar las influencias indeseables: arriana, de parte de los visigodos, y musulmana, proveniente de los árabes. Para que se tenga una idea de la relativa paz religiosa que los árabes se veían entonces obligados a mantener, considérese el hecho de que uno de los hermanos de Eulogio era funcionario de la administración mora, mientras que otros dos ejercían libremente el comercio; y una hermana, Anulona, había profesado en un convento. Según narra su biógrafo, Eulogio recibió su primera instrucción de un abuelo. Éste le inculcó, junto con la fe católica, un firme rechazo a los musulmanes, a quienes calificaba de “enemigos del Dios verdadero”. El niño continuó sus estudios en el colegio sacerdotal de la basílica de San Zoilo. Entró después en la escuela del sabio y virtuoso abad Esperaindeo, “que en aquel tiempo endulzaba de prudencia a todos los límites de la Bética”, como observa el primer biógrafo del santo.1 En aquella escuela el santo obtuvo considerables progresos en la ciencia y en la virtud. Eulogio inició entonces una entrañable amistad con Álvaro Paulo, un rico burgués cristiano de ascendencia judía conocido después como Álvaro de Córdoba, apasionado como él por las obras de San Isidoro de Sevilla, el santo y erudito español del siglo VII. Álvaro escribió el año 860 la vida de su amigo en el libro titulado: Vita vel passio Divi Eulogii. A los 25 años Eulogio fue ordenado sacerdote y se integró al clero de la iglesia de San Zoilo. Pasó entonces a dividir su tiempo entre la contemplación y la cura de almas. “Escritor elegante y sapientísimo” Álvaro de Córdoba describe así a su gran amigo: “Era un varón que sobresalía en todo linaje de obras y merecimientos; que a todos socorría en proporción de sus necesidades, y que aventajando a todos en ciencia, se tenía por el menor entre los menores. Su rostro era claro y venerable; su palabra, elocuente; sus obras, luminosas y ejemplares. Escritor elegante y sapientísimo, él alentaba a los mártires y componía sus elogios”.2
Sus notas autobiográficas muestran a un hombre profundamente religioso, con auténtico espíritu del catolicismo. El sentimiento de su indignidad ante Dios lo llevaba a prorrumpir en lamentaciones. Al considerar su elevación al sacerdocio, decía: “Señor, yo tenía miedo de mis obras; mis crímenes me atormentaban. Veía su monstruosidad, meditaba el juicio futuro y sentía de antemano el merecido castigo. Apenas me atrevía a mirar al cielo, abrumado por el peso de mi conciencia”.3 ¿De qué crímenes en su humildad se acusaba? En sentido contrario, Álvaro Paulo afirma: “Todas sus obras estaban llenas de luz. De su bondad, de su humildad y de su caridad podía dar testimonio el amor que todos le tenían. Su afán de cada día era acercarse más y más al cielo, y gemía sin cesar por el peso de la carga de su cuerpo”.4 Recafredo, el indigno arzobispo de Sevilla San Eulogio deseaba ardientemente realizar una peregrinación a la tumba de los Apóstoles, en Roma. Sin embargo, como debía hacerlo a pie, atravesando los Pirineos y los Alpes, sus amigos y parientes lo disuadieron del proyecto. Viajó entonces por España y visitó, entre otros lugares, Cataluña, Zaragoza y Pamplona, animando a los cristianos a cada paso y adquiriendo libros latinos para su biblioteca. Al regreso se detuvo por algún tiempo en Toledo, procurando enfervorizar en la fe a los católicos de aquella ciudad. El año 850 el emir Abderramán II inició una persecución contra los cristianos, logrando que muchos de ellos despertaran de su somnolencia. En un auge de fervor, innumerables católicos defendieron su fe con ufanía, rechazando a Mahoma y a sus secuaces, y obteniendo así la corona del martirio. En tal circunstancia entró en escena Recafredo, arzobispo de Sevilla, que por temor o lisonja entró en composición con el emir. A pedido de éste, el indigno prelado comenzó a anatematizar a los mártires, calificándolos de “fanáticos” y “perturbadores de la Iglesia y de la sociedad”. Él mismo fue el causante de la prisión del obispo de Córdoba y de varios de sus sacerdotes, entre ellos San Eulogio, a quien acusaba de animar y fortalecer a los mártires voluntarios.5 ¡Cuántos seguidores tiene hoy Recafredo! Temiendo una rebelión, Abderramán tomó severas medidas contra los cristianos, mandando decapitar en el acto a quien se atreviera a hablar con desprecio de Mahoma. El resultado, según narra el propio San Eulogio, fue que “aterrados por la cólera del tirano, todos cambiaron de parecer con una volubilidad inaudita y empezaron a maldecir a los mártires”.6
San Eulogio escribió en la prisión parte del Memorial de los Santos, una larga carta al obispo de Pamplona describiendo los martirios, así como el Documento Martirial, exhortación al martirio dedicada a las vírgenes Flora y María, también encarceladas por odio a la fe. Fortalecidas por Eulogio, ellas se presentaron sin temor frente al juez, dejándose inmolar por Jesucristo el 24 de noviembre de 851, día en que son celebradas en el calendario litúrgico. El día 29 de noviembre de ese mismo año San Eulogio fue liberado de la cárcel. El “combate hermosísimo” de San Eulogio Al año siguiente, con la ascensión al trono de Muhammad I, se reiniciaron las persecuciones a los cristianos, las cuales continuaron con intermitencia mayor o menor en los años posteriores. En 857, San Eulogio escribió la Apologética de los Santos Mártires, contra aquellos que negaban la palma del martirio a los héroes de Jesucristo que se ofrecían libremente a sus verdugos. Al año siguiente, vacando la sede episcopal de Toledo, San Eulogio fue elegido arzobispo metropolitano por la admiración que ya despertaba en toda España. Mientras tanto, su incansable actividad y proselitismo, causaba gran indignación entre los visires. Fue entonces que Leocricia, joven musulmana convertida al catolicismo, procuró su asistencia. El santo la confió a los cuidados de su hermana, que llevaba vida consagrada. Habiendo descubierto los padres de la joven el paradero de su hija, Eulogio y Leocricia fueron apresados. El prestigio personal de Eulogio y su dignidad de arzobispo electo de Toledo condujeron al propio emir a juzgar su caso. El santo hizo entonces una larga y ardiente defensa del cristianismo, llegando a invitar a sus jueces a adorar al “único y verdadero Dios”. Esta valiente actitud hizo que los jueces lo condenaran a muerte por decapitación. Álvaro de Córdoba comenta así el martirio del santo: “Éste fue el combate hermosísimo del doctor Eulogio, éste su glorioso fin, éste su tránsito admirable. Eran las tres de la tarde de un sábado, 11 de marzo de 859”.7 San Eulogio “dejó una valiosa información sobre la doctrina íntegra que defendió, de la cultura intelectual que propagó, del encarcelamiento y padecimientos que sufrió; en una palabra, sus escritos muestran que siguió al pie de la letra la exhortación de San Pablo: «Sed imitadores míos como yo lo soy de Cristo» (1 Cor 11, 1)”.8 Notas.-
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