Atilio Faoro LA CIUDAD ALEMANA de Tréveris (Trier en alemán), próxima de Luxemburgo y de la frontera con Francia, es considerada la capital de la antigüedad romana en Alemania. Edificada por el emperador Augusto el año 15 a.C. y bautizada como Augusta Treverorum, Tréveris fue elevada por Diocleciano (284-305) a capital del Imperio de Occidente, que abarcaba las regiones de las Galias, Iberia, Bretaña y parte de África. Constantino (306-337) construyó allí magníficos edificios, de los cuales quedó apenas la famosa Porta Nigra, el más importante monumento romano edificado en suelo alemán. El 314, un año después del Edito de Milán, que puso fin a la persecución de los cristianos, fue creado el arzobispado de Tréveris, el más antiguo de Alemania. Fue en esta ciudad donde nació el gran San Ambrosio, consagrado el año 374 obispo de Milán y a quien se debe la conversión de San Agustín. Sin embargo, el hecho más importante ocurrido en Tréveris se dio cuando Santa Helena, madre de Constantino y que allí vivía, trajo de Tierra Santa la Sagrada Túnica de Nuestro Señor. La Sagrada Túnica es mencionada en el Evangelio cuando los soldados romanos, que flagelaron al Divino Redentor, echaron las suertes para saber quién se quedaría con ella, pues constataron que no tenía costuras. Por eso ella es llamada “inconsútil”. Esta preciosa reliquia se encuentra en una especie de capilla colocada sobre el altar mayor de la catedral de Tréveris, cuya nave central data del siglo IV, habiendo sido tres veces en el siglo XX expuesta a la veneración pública. La última exposición tuvo lugar en abril de 2012, atrayendo a cientos de miles de peregrinos. Un profundo respeto —hasta se diría, un santo temor— tomaba cuenta de la multitud que, silenciosa y recogida, pasaba frente a la urna de cristal que la protegía. El ambiente de solemne gravedad era resaltado por las músicas religiosas tocadas por el órgano y por la recitación del rosario que, de tiempo en tiempo, era dirigido por un sacerdote o una religiosa y piadosamente acompañado por los fieles.
|
La Cuaresma |
Amar la Cruz Por todos los siglos de los siglos, representaréis el dolor en el horizonte de nuestras almas. El dolor, con todo cuanto tiene de noble, de fuerte, de grave, de dulce y de sublime. El dolor elevado del simple ámbito de las consideraciones filosóficas al firmamento infinito de la Fe... | |
La tristeza santa del Divino Crucificado Lo que más impresiona en esta obra de arte es el dolor y la tristeza del divino Crucificado. Contribuyeron para causar ese dolor los malos tratos infligidos por los verdugos que, sin torpe ayuda de carácter preternatural, no habrían sido capaces de llevar la crueldad a tal punto... | |
Voz que atemoriza y consuela Cuando el Divino Redentor le restituyó a Malco la oreja cortada por la fogosidad de San Pedro, Nuestro Señor ciertamente le quería hacer un bien temporal. Pero al curarle el oído, Él quiso sobre todo abrirle el oído del alma... | |
El encuentro de Jesús con su Santa Madre ¿Quién, Señora, viéndoos así en llanto, osaría preguntar por qué lloráis? Ni la tierra, ni el mar, ni todo el firmamento, podrían servir de término de comparación a vuestro dolor... | |
La Pasión de Nuestro Señor Jesucristo Poco o nada nos aprovecha para nuestra santificación pensar en la muerte de Cristo como un hecho meramente histórico, perdido en el tiempo, sin ninguna relación con nuestras vidas. Menos aún si no consideramos que la Pasión de Cristo se renueva en nuestros días... |
Promovido por la Asociación Santo Tomás de Aquino