Mártir de la caridad
Gran devoto de María Inmaculada y su ardoroso apóstol, fray Maximiliano fue encarcelado por los nazis en un campo de concentración, donde dio la vida para asistir a otros en su muerte Plinio María Solimeo San Maximiliano Kolbe nació el día 8 de enero de 1894 en Zdunska Wola, Polonia. Sus padres, Julio Kolbe y Mariana Dabrowska, eran pobres artesanos pero auténticos cristianos, devotísimos de la Virgen María. En el bautismo recibió el nombre de Raimundo. Tuvo cuatro hermanos; dos de ellos fallecieron siendo niños. El pequeño Raimundo era muy vivo y sagaz. Un día en que su madre lo reprendió más vehementemente por alguna falta, resolvió cambiar de vida. Contará años después: “Esa noche le pregunté a la Madre de Dios qué sería de mí. Entonces Ella se me apareció teniendo en las manos dos coronas, una blanca y otra roja. Me preguntó cuál de las dos escogería. La blanca significaba que perseveraría en la pureza y la roja que sería mártir. Escogí las dos. A partir de entonces, un profundo cambio se operó en mi vida”. En 1907, él y su hermano mayor, Francisco, ingresaron al seminario menor de los franciscanos en Lodz, donde recibió el nombre de Maximiliano. Más tarde, fue enviado al Colegio Seráfico Internacional, en Roma, cursando filosofía en la Universidad Gregoriana. Al emitir sus votos perpetuos en 1914, Maximiliano añadió a su nombre el de María. Milicia de la Inmaculada: convertir a los pecadores En el año 1917, la masonería mundial celebraba el segundo centenario de su fundación, mediante conmemoraciones principalmente en Roma. Grupos de exaltados carbonarios desfilaban por las calles de la Ciudad Eterna, empuñando banderas negras con la figura de Satanás en actitud de aplastar a San Miguel Arcángel. Eso provocó la más profunda indignación en fray Maximiliano que, en contrapartida, fundó con seis de sus condiscípulos una asociación, la Milicia de la Inmaculada, con el fin de “convertir pecadores, herejes y cismáticos, particularmente franc-masones, y traer a todos los hombres al amor de María Inmaculada”. En abril de 1918 fue ordenado sacerdote y al año siguiente, con una bendición de Benedicto XV para la Milicia de la Inmaculada, regresó a Polonia. En Cracovia cursó Historia Eclesiástica en el seminario mayor de los franciscanos. En enero de 1922, comenzó a publicar la revista mensual «Rycerz Niepokalanej» (Caballero de la Inmaculada). Su objetivo era “iluminar la verdad y mostrar el verdadero camino para la felicidad”. En ese mismo año se transfirió para Grodno, donde recibió candidatos, en calidad de hermanos legos, para dedicarse a la buena prensa. La grandiosa obra Ciudad de María En 1927 el príncipe Juan Drucko Lubecki le cedió un terreno a 40 kms. de Varsovia, donde los frailes comenzaron a construir lo que sería la Ciudad de la Inmaculada. Esta obra gigantesca, fray Maximiliano la llevó adelante sin dinero, confiando solamente en Nuestra Señora: “¿Dinero? Vendrá de un modo o de otro. María proveerá. Éste es un negocio de Ella y de su Hijo”. Y no fue decepcionado. En las nuevas instalaciones, el tiraje del «Caballero de la Inmaculada» pasaría de cinco mil ejemplares mensuales a la impresionante cifra de 750 mil. En 1935, inició también la publicación de un diario católico, «El Pequeño Diario», con un tiraje de 137 mil ejemplares, ampliada a 225 mil los domingos y feriados. El día 8 de diciembre de 1938, instaló en la Ciudad de María una estación de radio.
Pero no se detuvo ahí. En 1939, la referida “ciudad” tenía 762 habitantes: 13 sacerdotes, 18 novicios, 527 hermanos legos, 122 adolescentes en el seminario menor y 82 candidatos al sacerdocio. Figuraban entre ellos médicos, dentistas, agricultores, mecánicos, sastres, albañiles, impresores, jardineros, cocineros, y hasta un cuerpo de bomberos. Era completamente autosuficiente. El bien que hizo toda esa organización fue enorme. Párrocos de todas partes del país constataron la intensa reanimación de la piedad en Polonia antes de la Segunda Guerra Mundial, atribuida a la literatura producida por el padre Kolbe. Una campaña contra el aborto, en 1938, pareció despertar la conciencia de la nación. Más de un millón de personas se alinearon entonces bajo los estandartes de María Inmaculada. Fray Maximiliano fundó también una Ciudad de la Inmaculada en el Japón y publicó la revista «Seibo no Kishi» (Caballero de la Inmaculada) en la lengua del país. Intentó igualmente fundar otra en la India, pero sus superiores lo llamaron de regreso a Polonia antes de poder concretar su plan. De vuelta a su país, continuó sus actividades. Después de la Segunda Guerra Mundial, los obispos de Polonia enviaron una carta oficial a la Santa Sede, afirmando que la revista de fray Maximiliano Kolbe había preparado a la nación polaca para soportar aquel conflicto internacional y sobrevivir a sus horrores. Bajo el terror de la ocupación nazi El día 13 de setiembre de 1939, la Ciudad de María fue ocupada por las tropas invasoras alemanas, y la mayor parte de sus habitantes, entre ellos fray Maximiliano, fueron deportados a Alemania, siendo liberados al final de aquel año. Comenzó entonces a organizar un albergue para tres mil refugiados de guerra. Los frailes compartían con ellos todo lo que poseían. En la única edición del «Caballero de la Inmaculada» que le fue permitido publicar durante la ocupación alemana, fray Maximiliano afirmó: “Nadie en el mundo puede cambiar la verdad. Lo que podemos y debemos hacer es buscarla y cuando la hayamos encontrado servirla. El conflicto real de hoy es un conflicto interno. Pero más allá de los ejércitos de ocupación y de las hecatombes de los campos de exterminio, hay dos enemigos irreconciliables en lo más profundo de cada alma: el bien y el mal, el pecado y el amor. ¿De qué nos sirven las victorias en los campos de batalla, si somos derrotados en lo más profundo de nuestras almas?” Ello provocó su prisión, en febrero de 1941, siendo enviado a la cárcel de Pawiak, en Varsovia, donde sufrió innumerables injurias. El gobernador interino de la prisión, Konrad Henlein, respondiendo a la pregunta de por qué los alemanes estaban exterminando al clero polaco, hizo ante los obispos del país esta afirmación: “Ustedes, los polacos, tienen esta mentalidad: la Iglesia y la nación forman una misma cosa. Nosotros tenemos que acabar con eso. Por esa razón es que golpeamos una vez a la Iglesia y otra vez al pueblo, para exterminarlos”. En mayo de ese año, fray Maximiliano fue deportado al campo de concentración de Oswiecim (Auschwitz), cuyo comandante Karl Fritzsch, saludó sarcásticamente a los recién llegados, diciendo: “Os aviso que vinisteis no a un sanatorio, sino a un campo de concentración alemán, del cual la única salida es el horno crematorio”. Fray Maximiliano aprovechaba todas las oportunidades para dar asistencia religiosa a sus compatriotas. Les decía: “Tened confianza en la Inmaculada. Ella os ha de ayudar a perseverar”. El verdadero amor: dar la vida por su amigo A fines de julio de 1941, un prisionero del grupo en que estaba fray Maximiliano huyó. En castigo, el comandante Fritzsch condenó a muerte a diez prisioneros. Uno de los diez, Franciszek Gajowniczek, comenzó a llorar desesperado: “¡Oh, mi pobre mujer, mis pobres hijos, no los veré más!” Fray Maximiliano salió de la formación y se dirigió al comandante del campo. Se produjo el siguiente diálogo: — ¿Qué quiere usted? – preguntó el oficial. — Quiero morir en el lugar de uno de los condenados. — ¿Por qué? — Porque soy soltero, y este hombre tiene esposa e hijos. — ¿Cuál es su profesión? — Soy sacerdote católico. — Aprobado.
Pero la razón dada por el padre Kolbe no era la única, o tal vez ni la principal que lo llevó a ese acto heroico de caridad. Quería asistir en la terrible muerte a los otros nueve prisioneros. Y fue lo que hizo. Él caminó hacia el “búnker del hambre” entonando su plegaria preferida: “Permitid que yo os alabe, oh Virgen Sagrada. [...] Permitid que para Vos y sólo para Vos yo viva, trabaje, sufra, me sacrifique y muera. Permitid que yo contribuya, cada vez más y aún mucho más, para vuestra exaltación”. En la prisión subterránea, donde faltaba aire, alimento y agua, se oían oraciones, cánticos religiosos, el rosario recitado, lo cual contagiaba a los prisioneros de las celdas vecinas. Bruno Borgowiec, prisionero que servía de intérprete y auxiliar a los alemanes, y que fue testigo ocular de esta terrible agonía, declaró: “Yo tenía la impresión de estar en una Iglesia”. A medida que los prisioneros se volvían más débiles, la oración pasaba a ser casi murmurada. Entanto, uno después de otro iba muriendo, hasta que quedó sólo el padre Kolbe. Él tenía una mirada viva y penetrante, que sus verdugos no podían soportar, de manera que vociferaban: “Mire al suelo, no hacia nosotros”. Quince días después de su internamiento en aquel búnkerdel horror, el padre Kolbe aún continuaba vivo. Le fue entonces aplicada una inyección de ácido carbólico en la vena, que lo mató. Era el 14 de agosto de 1941: una nueva luz se encendía en la gloriosa constelación de mártires de la Iglesia. Después de la guerra, periódicos de todo el mundo estamparon artículos sobre el “santo de nuestros tiempos”, el “gigante en la santidad”. Fueron escritas innumerables biografías suyas, y por todas partes se multiplicaron los testimonios de curas milagrosas obtenidas por su intercesión. A su beatificación, en 1971, asistió el arzobispo de Cracovia, Cardenal Wojtyla, a quien, ya como Papa Juan Pablo II, le cupo en 1982 el honor de canonizarlo. Obras consultadas.- 1. Fray Juventino Mlodozeniec, Conocí al bienaventurado Maximiliano María Kolbe — ejemplar mimeografiado en el Jardín de la Inmaculada, Misión Católica de San Maximiliano Kolbe, Ciudad Occidental, Goiás, 1980.
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