Dos grandes fiestas marianas se conmemoran al comenzar el mes de setiembre: el día 8, el Nacimiento de la Virgen; y el día 12, el Santo Nombre de María R. P. Thomas de Saint Laurent El día en que nació la Reina del Cielo fue uno de los más bellos en la historia de la humanidad: anunciaba a la tierra proscrita la inminencia de la liberación hacía tanto tiempo esperada. Tenemos dificultades para comprender el inmenso alivio que el nacimiento de María trajo al mundo. Hoy lamentamos la infelicidad de nuestra época. Sin embargo, nosotros que a pesar de todo vivimos en una atmósfera impregnada de cristianismo, somos —aun los más infelices— los privilegiados de la Providencia. Parece que ignorásemos bajo qué horrible miseria gemía el mundo antiguo. ¡Pobres hombres de los tiempos antiguos! La sociedad antigua estaba fundada sobre la dominación del débil y sobre el desprecio de la dignidad humana. La mayor parte de la humanidad soportaba las torturas de la esclavitud. Hasta la misma Roma, que se creía tan orgullosa de su civilización, consideraba a la multitud de sus esclavos como un inmenso rebaño destinado a la carnicería. Dios no había secado completamente la fuente de sus gracias, no negaba el perdón al pecador arrepentido, pero solo lo concedía cuando la contrición era perfecta. Las almas, tan débiles en medio de las tentaciones de la carne, privadas de los socorros espirituales que ahora poseemos en abundancia, caían a torrentes en el abismo infernal. Se aproxima la hora bendita de la Redención El nacimiento de María dio inicio a la obra de la Redención. En su cunita la Madre del Salvador ilumina, por la gracia de sus primeras sonrisas, la tierra desolada. Jesús aparecerá luego y con su preciosa Sangre borrará la sentencia de nuestra condenación.
El mundo, que tanto sufrió, conocerá por fin las alegrías de la libertad y de la paz; la esclavitud será abolida en todas partes y la dignidad humana será en adelante respetada. Los Sacramentos harán manar en abundancia los caudales de la gracia, y tendremos apenas que inclinarnos para obtener en ellos el perdón, el ánimo y la vida que no muere; el Dios que se escondía en su Paraíso va a descender sobre la tierra. Después de la Ascensión, Jesús permanecerá entre nosotros bajo los velos eucarísticos; y, cuando en el último día la Presencia real abandone los tabernáculos destruidos, Él reinará visiblemente sobre el pueblo glorioso de los electos resucitados. Saludables enseñanzas La Natividad de María, que arrebataba los cielos y aterrorizaba a los ángeles caídos, ¿cómo fue acogida en la tierra? En la pequeña villa de Nazareth, donde según ciertas tradiciones vivían San Joaquín y Santa Ana, no se da mayor atención a la recién nacida. Ella trae en sus venas la sangre de David, pero su familia fue despojada del antiguo esplendor. ¿Quién se ocupa de esa gente pobre? Hay más. Ana y Joaquín habían quedado mucho tiempo sin hijos. Hasta que finalmente Dios se dejó tocar por sus oraciones. Ellos veían en María una señal de la bondad celestial. Pero no sospechaban para nada los tesoros con los que el Altísimo había colmado el alma de su hija: no conocían las maravillas de la Inmaculada Concepción; no sabían que arrullaban en los brazos a la futura Madre del Salvador. No dar importancia a las grandezas humanas Que la oscuridad en la cual nació la Santísima Virgen nos enseñe a dar poca importancia a las grandezas humanas. Sepamos considerar con una mirada cristianamente indiferente esas vanidades perecibles, que Cristo despreció para su Madre: si tuviesen algún valor, Él no se las habría negado. Aprendamos también, en este gran misterio, a no desanimar nunca. La Inmaculada viene al mundo cuando los judíos desesperan y creen todo perdido. Aprovechemos la lección. Cuando invocamos al cielo en nuestro socorro y no somos atendidos de inmediato, caemos en la tristeza. A veces Dios espera que nos sintamos al borde del abismo para extendernos la mano. Por lo tanto, no abandonemos tan fácilmente la oración; el Altísimo intervendrá en el momento en que nos juzguemos definitivamente abandonados. ¡Tengamos confianza, una confianza sin límites! Entonces seremos ampliamente recompensados. El santo nombre de María Dios, que no señaló por prodigios exteriores la llegada al mundo de la Santísima Virgen, sin embargo, había escogido desde toda la eternidad el augusto nombre que debía llevar la Madre del Salvador. Mientras que Joaquín y Ana aguardaban con jubilosa impaciencia la realización de sus esperanzas, el gran mensajero de las misericordias divinas, el ángel Gabriel, vino a visitarlos para revelarles el nombre bendito que el Altísimo había reservado para su hija. Alrededor de la cuna donde sonreía la Reina del Cielo, la familia no prolongó sus deliberaciones. Los padres de la Santísima Virgen fueron los primeros en hablar, y manifestaron su voluntad de la manera más clara: llamarían a su hija “María”. El significado del nombre María Los comentaristas más autorizados nos enseñan que María quiere decir, en primer lugar, soberana. Su Divino Hijo quiso que la creación entera se sometiera a su cetro de amor. No procures para esta Soberana un palacio magnífico, donde incontables servidores se mantienen atentos para anticiparse a sus menores deseos. Ella vive en Nazareth, en una casita blanca suspendida en el flanco de una colina, una casita tan poco confortable que los más pobres de nuestros días no la querrían. Ese apretado pesebre, que se divide en dos piezas de dimensión desigual, mal cubre el área de cincuenta metros cuadrados. Es allí que reside con José y Jesús, el Hijo eterno de Dios que es también su hijo, el fruto bendito de sus entrañas. Otro significado de su nombre
María significa también amargura. El Profeta Isaías, al anunciar al mundo el futuro Mesías, lo había llamado “varón de dolores”. Nuestra Señora, que fue la más perfecta imitadora de Nuestro Señor, fue la Virgen dolorosa. El sufrimiento es el gran redentor. Fue por él que María se asoció al pie de la Cruz a la obra de nuestra liberación. Por la probación cristianamente aceptada es que nos salvamos. Es por el sufrimiento, en fin, que podemos obtener la gracia de la salvación para las almas que más queremos. Esta verdad parece dura; sin embargo, es menos terrible que lo que a primera vista nos parece. El sufrimiento es en nuestras vidas el mensajero misterioso de la verdadera alegría. Este principio brilla de manera impresionante en la Santísima Virgen. Mater Dolorosa Durante la infancia de Jesús, María Santísima sintió en el corazón angustias inenarrables. Ella lo vio nacer en un pobre establo; oyó la terrible profecía del anciano Simeón; tuvo que huir a Egipto a fin de sustraer a su precioso tesoro del furor asesino de Herodes; perdió a su Hijo en Jerusalén y sólo lo encontró luego de tres días de lágrimas y agonía; tenía constantemente presente en el espíritu el terrible cuadro en el cual Isaías describió con anticipación las torturas del Mesías. María sufrió aún más en el curso de la vida pública del Salvador. Nuestro Señor dejó la pequeña casa donde habían pasado juntos tantos y tantos años. Sobre el Calvario, María sufrió un horrible martirio. Ella vio a su Hijo, —a quien había cuidado con tanta dedicación— coronado de espinas, vertiendo sangre y clavado en la Cruz. Ella lo vio agonizar y morir. Invoquemos siempre el bendito nombre de María Habituémonos a invocar con frecuencia el nombre de María. Dios comunicó tal poder a ese nombre bendito que él basta para operar maravillas: pone en fuga a los demonios, que no pueden oírlo sin ser tomados de pavor; disipa las más violentas tentaciones y restablece en las almas la confianza y la serenidad.
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La Niña MaríaEl augusto nombre de la Madre del Salvador |
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