Dos amores fundaron dos ciudades; es, a saber: la terrena, el amor propio hasta llegar a menospreciar a Dios, y la celestial, el amor a Dios hasta llegar al desprecio de sí propio. La primera puso su gloria en sí misma, y la segunda, en el Señor; porque la una busca el honor y gloria de los hombres, y la otra estima por suma gloria a Dios, testigo de su conciencia; aquélla, estribando en su vanagloria, ensalza su cabeza, y ésta dice a su Dios: “Vos sois mi gloria y el que ensalzáis mi cabeza”, aquélla reina en sus príncipes o en las naciones a quienes sujetó la ambición de reinar; en ésta unos a otros se sirven con caridad: los directores, aconsejando, y los súbditos, obedeciendo; aquélla en sus poderosos ama su propio poder; ésta dice a su Dios: “a vos, Señor, tengo que amar, que sois mi virtud y fortaleza”; y por eso en aquélla sus sabios, viviendo según el hombre, siguieron los bienes, o de su cuerpo, o de su alma, o los de ambos; y los que pudieron conocer a Dios: “no le dieron la gloria como a Dios, ni le fueron agradecidos, sino que dieron en vanidad con sus imaginaciones y discursos, y quedó en tinieblas su necio corazón; porque, teniéndose por sabios, quedaron tan ignorantes que trocaron y transfirieron la gloria que se debía a Dios eterno e incorruptible por la semejanza de alguna imagen, no sólo de hombre corruptible, sino también de aves, de bestias y de serpientes”; porque la adoración de tales imágenes y simulacros, o ellos fueron los que la enseñaron a las gentes, o ellos mismos siguieron e imitaron a otros, “y adoraron y sirvieron antes a la criatura que al Creador, que es bendito por los siglos de los siglos” (Rom 1, 21-25). Pero en esta ciudad no hay otra sabiduría humana sino la verdadera piedad y religión con que rectamente se adora al verdadero Dios, esperando por medio de la amable compañía de los santos, no sólo de los hombres, sino también de los ángeles: “que sea Dios todo en todos” (1 Cor 15, 28).
San Agustín de Hipona, La Ciudad de Dios, Club de Lectores, Buenos Aires, 2007, t. II, pp. 62-63.
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La Niña MaríaEl augusto nombre de la Madre del Salvador |
La deformación moral es muchas veces causa del error ¿Por qué la verdad genera odio? ¿Por qué el hombre que proclama la verdad en tu nombre viene a ser para ellos un enemigo, amando como aman la felicidad que no es más que el gozo de la verdad?... | |
¡Oh tú Iglesia Católica! TÚ ADIESTRAS Y AMAESTRAS puerilmente a los niños, enérgicamente a los jóvenes, suavemente a los ancianos, según la edad, no sólo del cuerpo, sino del alma de cada uno... | |
Conversión de personas insignes ¿No es cierto que son muchos los que retornan a Ti desde un abismo de ceguera mucho más profundo que el de Victorino? ¿No es cierto que se acercan a Ti y son iluminados (Sal 34, 6) al dar acogida a tu luz, y que cuantos le brindan esta acogida reciben de Ti el poder de hacerse hijos tuyos?... | |
Oración al Espíritu Santo Oh divino amor, oh lazo sagrado que unes al Padre y al Hijo, Espíritu Todopoderoso, consolador de los afligidos, penetra en los profundos abismos de mi corazón. Derrama tu refulgente luz sobre estos lugares incultos y tenebrosos, y envía tu dulce rocío a esta tierra desierta para reparar su larga aridez... |
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