Página Mariana Pellevoisin, la Lourdes de la región de Berry


Nuestra Señora de Pellevoisin manifiesta su inconmensurable misericordia y su poderosa intercesión junto a Dios, pidiendo la propagación de un escapulario del Sagrado Corazón de Jesús


Nelson Ribeiro Fragelli




La Santísima Virgen se apareció 15 veces, en 1876, en la pequeña ciudad de Pellevoisin, diócesis de Bourges, en la región de Berry, en el corazón de Francia. La vidente, Estelle Faguette, fue milagrosamente curada durante las apariciones. Gravemente enferma, desahuciada por los médicos, su restablecimiento causó sorpresa y admiración en todo el país.

Estelle nació en 1843, de padres muy pobres. Siempre enfermiza, llevaba una vida simple, de empleada doméstica. Aconsejada por su confesor, que era párroco de la Madeleine, en París, pasó algún tiempo entre las monjas agustinas, sirviendo como enfermera en el Hôtel-Dieu, gran hospital de la capital. Así, simultáneamente, podía cuidar de los enfermos y ser atendida. Sin embargo, su salud cada vez más débil la llevó a interrumpir el noviciado en 1863.

Siempre muy piadosa, una religiosa la presentó a la familia de La Rochefoucauld, que la empleó en el castillo de Poiriers-Montbel, a tres kilómetros de Pellevoisin. Para alivio de sus padres, ella empezó a recibir un salario, vital para el sustento de la familia. Estelle conservó una gran admiración por sus patrones. Durante su enfermedad, ellos cuidaron de ella “con gran dedicación”, según sus palabras. La bondad de la condesa de La Rochefoucauld la consoló siempre.

Delicada hacía más de diez años, la enfermedad se agravó en junio de 1875. De acuerdo con las declaraciones de sus médicos —el Dr. Benard y el Dr. Hubert, ambos de Buzançais— Estelle sufría de tuberculosis, peritonitis aguda y de un tumor abdominal. El 10 de febrero de 1876, su muerte estaba próxima: apenas le quedaban algunas horas más de vida, conforme afirmó el Dr. Benard.

Estelle Faguette


Primera aparición

Ocurrió entonces la primera de las quince apariciones de Nuestra Señora, en la fría noche del 14 al 15 de febrero. Desahuciada por el médico, Estelle esperaba resignadamente la muerte. Entre oraciones y recuerdos de su vida pasada, renovaba a cada instante el ofrecimiento a Dios de su último sacrificio.

De repente, del lado derecho de su cama vio una forma humana horrible, amenazadora, que agarró su lecho y lo sacudió violentamente. Estelle no dudó de que se trataba del propio demonio. Pero, ¿el demonio ahí presente, en el momento de su muerte? La visión aterrorizante le parecía una promesa del infierno. Fue tomada de pánico, mientras la bestia humana rugía.

No obstante, en ese instante de confusión y terror, María Santísima apareció, con una belleza indescriptible, toda de blanco, con un largo velo que le caía hasta los pies. Su mirada se dirigió a la enferma con bondad indecible. En seguida,­ miró al demonio y le dijo: “¿Qué haces tú allí? ¿No ves que ella lleva mi librea y la de mi Hijo?” Al mencionar la librea, la Virgen se refería­ a su medalla, que Estelle siempre usaba. El demonio huyó, porque no soportaba la mirada de María.

Nuestra Señora le dijo entonces a su hija: “No temas, sabes que eres hija mía. Ánimo y paciencia. Mi Hijo va a tener piedad de ti. Vas a sufrir cinco días en honor a las cinco llagas de mi Hijo. El sábado, estarás muerta o curada”.

Para que sanara, pues, la Virgen le había puesto una condición: “Si mi Hijo te devuelve la vida, quiero que proclames mi gloria”.

Pensando qué podría significar anunciar la gloria de María, Estelle vio junto a la Madre de Dios una placa de mármol blanco, en la cual estaba grabado el Inmaculado Corazón de María. Le vino al espíritu la pregunta si debería colocar aquella placa en la iglesia de Notre Dame des Victoires o en Pellevoisin, la Virgen le dijo: “En Notre Dame des Victoires ya existen muchos signos de mi poder; en Pellevoisin, en cambio, no. Los fieles necesitan ser estimulados”. Estelle prometió entonces hacer todo por la gloria de María. En ese instante cesó la visión.

Evidentemente, al día siguiente ella narró lo sucedido a su párroco. Este oyó pacientemente, pero dado el estado agónico de su penitente, juzgó que se trataba de una alucinación.

Segunda aparición

La noche siguiente, del 15 al 16 de febrero, el demonio volvió a aparecer. Esta vez guardó cierta distancia, temeroso de aproximarse a la cama, como si un impedimento lo retuviera. No obstante, la visión era pavorosa. Pronto Nuestra Señora apareció, y se estableció un diálogo con la vidente:

– “No temas, estoy aquí. Mi Hijo tuvo piedad de ti. El sábado estarás curada”.

– Pero, mi buena Madre, ya que estoy bien preparada, ¿no es mejor que yo muera?

– “Ingrata, si mi Hijo te devuelve la vida, es porque la necesitas. ¿Qué más precioso que la vida le ha sido dado al hombre en esta tierra? Pero al devolverte Dios la vida, no creas que estarás exenta de sufrimientos. No, sufrirás y no estarás exenta de penas. Esto es lo que le da mérito a la vida. Si mi Hijo ha tenido­ piedad contigo, es por tu gran resignación y paciencia. No pierdas el fruto por tu elección”.

En ese instante Estelle vio, una a una, sus faltas pasadas. Faltas que, sin embargo, ella consideraba sin importancia. La Santísima Virgen desapareció dejándola sumida en una profunda contrición, pues comprendió que hasta los pecados veniales son severamente detestados por la Madre de Dios.

Tercera aparición

En la tercera aparición el demonio precedió de nuevo a Nuestra Señora, pero estaba aún más distante de Estelle, que lo vio vagamente, discerniendo particularmente sus gestos de odio.

Gruta donde Estelle dejó la carta para la Virgen


Con el recuerdo muy vivo de los pecados vistos la noche anterior, Es­telle fue tomada de temor en presencia de la Inmaculada, que sin embargo la tranquilizó: “Ánimo, hija mía, todo eso pasó, por tu resignación has pagado esas faltas”.­ María le mostró sus actos de virtud y le habló de los grandes deseos que le venían al corazón: la santificación de los buenos; la conversión de los pecadores; la práctica de la bondad y de la amenidad de unos con los otros. Y añadió: “Yo soy toda misericordiosa, todo lo obtengo de mi Hijo. Tus buenas acciones y fervorosas oraciones tocaron mi Corazón maternal. En la pequeña carta que me escribiste en setiembre, lo que más me ha tocado es esta frase: «Ved el dolor de mis padres, si yo viniera a faltarles; ellos están casi mendigando el pan. Acordaos pues de lo que vos habéis sufrido, cuando Jesús, vuestro Hijo, fue extendido sobre la cruz». Le mostré esa carta a mi Hijo. Tus padres necesitan de ti. De ahora en adelante, trata de ser fiel. No pierdas las gracias que te han sido dadas y proclama mi gloria”.

Cuarta aparición

Una cuarta vez le apareció María, entre el 17 y 18 de febrero, repitiendo lo que anteriormente le dijera. La Santísima Virgen quería dejar bien en claro la recomendación de anunciar su gloria, y para eso vuelve a decirle: “Haz todo tu esfuerzo”.

Quinta aparición

El viernes 18 de febrero, el estado de salud de Estelle se había agravado mucho. El padre Salmon, su confesor, juzgándola en el extremo de la vida, se dispone a oír su confesión. La enferma se rehúsa, diciendo que sólo se confesará después de su curación, que ella espera el día siguiente. El sacerdote se retiró, seguro de que sería llamado durante la madrugada para asistir a la moribunda. Pero eso no sucedió.

A las seis de la mañana el padre Salmon fue a ver a Estelle. La encontró aún en cama y, para sorpresa suya, viva. Celebró la misa en su cuarto, en presencia de otras personas. Terminada la misa, preguntó a Estelle cómo se sentía. Ella hizo la señal de la cruz, con el brazo derecho completamente cicatrizado, se levantó y se vistió sola, radiante de salud. Toda la ciudad de Pellevoisin fue a verla. Los médicos que la juzgaron condenada certificaron su total y completa curación. El certificado del Dr. Bucquoy, de la Academia de Medicina de París, fue decisivo para la comisión que en 1877 examinó el caso. Y la curación no fue pasajera, Estelle vivió con buena salud hasta la edad de 86 años.

Pero, ¿qué pasó esa noche? La Santísima Virgen se apareció una vez más, ubicándose más cerca del lecho de Estelle. La placa de mármol también hizo parte de esta visión, pero ahora con una inscripción: Invoqué a María en el auge de mi miseria, y Ella obtuvo de su Hijo mi curación completa. Seguía la firma: Estelle F. Un corazón traspasado por una espada y rodeado de rosas aparecía en la parte superior. Estelle prometió a María luchar siempre por su gloria. Nuestra Señora le recomendó: “Si quieres servirme, sé sencilla y que tus acciones respondan a tus palabras”.

Estelle le preguntó si debía hacerse religiosa y la Virgen respondió: “Uno se puede salvar en todos los estados. Donde estás puedes hacer mucho bien y proclamar mi gloria. Lo que más me aflige es la falta de respeto por mi Hijo en la Sagrada Comunión y la actitud que se tiene durante la oración, cuando la mente está ocupada en otras cosas. Digo esto por las personas que pretenden ser piadosas”. Estelle preguntó si debía transmitir a los demás lo que acababa de oír, y María respondió: “Sí, sí, proclama mi gloria, pero antes de hablar, espera el consejo de tu confesor y director espiritual. Sufrirás celadas, te tratarán de visionaria, de exaltada, de loca. Yo te ayudaré”.

Pedido de conversión

Una vez curada, Estelle se lanzó al trabajo por la gloria de María, tal como Ella lo había pedido. Afligiéndose con sus imperfecciones en la ejecución de ese santo trabajo, la Virgen se le apareció una sexta vez, durante el rezo del rosario: “Calma, hija mía, paciencia. Tendrás sufrimientos, pero yo estaré siempre aquí”.

En la fiesta de la Visitación de la Santísima Virgen, 2 de julio, Nuestra Señora apareció por sétima vez, a las 11:30 de la noche. La Madre de Dios estaba rodeada de rosas de todos los colores, parti­cularmente blancas, rojas y amarillas. Fueron tres cortas apariciones, pareciendo­ simbolizar los tres misterios del rosario. “Has proclamado mi gloria.­ Continúa. Mi Hijo tiene también otras almas predilectas. Su Corazón tiene tanto amor por el mío que nada me rehúsa. Por mi intermedio, Él tocará los corazones más endurecidos”.­

Estelle quería también pedirle a la Virgen una señal de su poder, pero no conseguía expresarse adecuadamente. La Madre de Dios, leyéndole el pensamiento, dijo: “¿Acaso tu curación no es una de las mayores pruebas de mi poder? Y añadió: “Vine especialmente para la conversión de los pecadores”.

Escapulario recomendado por Nuestra Señora


La necesaria
paz de alma

Al día siguiente Nuestra Señora apareció una vez más, rodeada de rosas. Estelle la esperaba con cierta agitación, y la Santísima Virgen la reprendió dulcemente: “Quisiera que mantuvieras aún más calma. Yo no fijé el día ni la hora en que volvería. Necesitas descansar. Me quedaré apenas unos minutos”.

La novena aparición ocurrió el 9 de setiembre. La Virgen María insistió aún sobre la calma y la tranquilidad de alma. “Te privaste de mi visita el 15 de agosto, porque no mantenías la calma. Tú tienes el carácter del francés: él quiere saberlo todo antes de aprender y comprenderlo todo antes de saber. Ayer quise venir, pero tú misma lo impediste. Esperaba de ti ese acto de sumisión y de obediencia. Hace mucho tiempo que los tesoros de mi Hijo están abiertos”.

En ese instante la Madre de Dios le dio el escapulario del Sagrado Corazón de Jesús, sacándolo de su pecho: “Tengo predilección por esta devoción. Aquí seré honrada”. Nuestra Señora, como apóstol de la devoción al Sagrado Corazón de Jesús, traía consigo ese escapulario, y nos recomendó al corazón que tanto amó a los hombres.

La Virgen Santísima portaba también este escapulario cuando se apareció por décima vez y no lo dejará más. Eran las tres de la tarde, sonaron las Vísperas, y antes de desaparecer dijo: “Que recen”.

La décima primera aparición sucedió en presencia de quince personas. Era un viernes, 15 de setiembre. Nuestra Señora apareció con las manos juntas, en oración. “Sé que hiciste un gran esfuerzo­ para mantenerte calma. No es solamente para ti que lo pido, sino también para la Iglesia y para Francia. La Iglesia no goza de esa paz que yo deseo”.­­­ Después de un profundo suspiro, añadió:­ “Que todos recen y tengan confianza en mí. ¡Francia, qué no hice por ella! ¡Cuántas advertencias! Y aún así, ella se rehúsa a escuchar. No puedo contener más a mi Hijo”. Y terminó acentuando especialmente estas palabras: “Francia sufrirá”.

Futuros sufrimientos

Pasaron entonces delante de los ojos de Estelle varios cuadros nunca antes vistos: soldados en uniforme azul, desconocidos de ella, usando cascos “en forma de caldero”, según su expresión. Estaban atrincherados. Más adelante, en 1914, durante la Gran Guerra, ella reconoció a aquellos soldados.

En un segundo cuadro, ella veía combates en las ­calles entre civiles y soldados. María le dijo entonces: “Ánimo y confianza. Tanto peor para aquellos que no crean. Ellos reconocerán más tarde la veracidad de mis palabras”.

La habitación de Estelle, donde tuvieron lugar las apariciones


En la aparición del 1º de noviembre de 1876 (décima segunda), no hubo palabras. María manifestó apenas una tierna bondad con relación a la vidente. La siguiente aparición (décima tercera) se dio en presencia de una religiosa, mientras Estelle rezaba el rosario: “Yo te escogí. Elijo a los pequeños y a los débiles para mi gloria. Ánimo: el tiempo de tus pruebas va a comenzar”. Dicho esto, la Virgen cruzó los brazos sobre el pecho y desapareció.

En la décimo cuarta aparición, Nuestra Señora le habló el sábado 11 de noviembre de 1876, alrededor de las 4 de la tarde, en presencia de cinco personas, cuando ella rezaba su rosario. La Madre de Dios le dijo: “No perdiste tu tiempo hoy; trabajaste para mí”. De hecho, Estelle había bordado un escapulario, y la Virgen añadió: “Hay que hacer muchos más”.

Difusión del escapulario

La fiesta de la Inmaculada Concepción fue escogida para su décima quinta y última aparición. Fue la más importante de todas, habiéndose dado ante quince personas. Poco después del mediodía Es­telle fue a su cuarto, ahora transformado en oratorio, con permiso del obispo. La Santísima Virgen apareció más bella que antes, rodeada de rosas: “Hija mía, acuérdate de mis palabras”. De todas ellas, las que más marcaron a Estelle en aquel momento eran: “Sabes que eres hija mía. Yo soy toda misericordia y señora de mi Hijo. Lo que más me aflige es la falta de respeto por mi Hijo en la Sagrada Comunión y la actitud que se tiene durante la oración, cuando la mente está ocupada en otras cosas. Su Corazón tiene tanto amor por el mío que nada me rehúsa. Por mi intermedio, Él tocará los corazones más endurecidos. Vine especialmente para la conversión de los pecadores. Hace mucho tiempo que los tesoros de mi Hijo están abiertos. Que recen. Tengo predilección por esta devoción. Aquí seré honrada. No es solamente para ti que pido la calma, sino también para la Iglesia y para Francia. Yo te escogí. Elijo a los pequeños y a los débiles para mi gloria”. Y recomendó: “Repítelas seguido. Que ellas [las palabras] te fortifiquen y te consuelen en tus pruebas. No me verás más”.

La vidente se mostró perturbada por estas últimas palabras. La Santísima Virgen añadió entonces de modo profundamente maternal: “Estaré invisiblemente a tu lado”. Estelle vio entonces a lo lejos, a la izquierda de la visión, a personas con gestos amenazadores. Pero también, en otro plano, personas que parecían buenas. María, refiriéndose al grupo de la izquierda, dijo: “Nada tienes que temer de estos. Yo te escogí para proclamar mi gloria y propagar esta devoción”. Estelle, viendo a Nuestra Señora con el escapulario, se lo pidió de regalo, y la Virgen le ordenó: “Levántate y bésalo”. Habiendo hecho lo que la Virgen le dijo, exclamó: Besé verdaderamente un corazón de carne, sentí el calor y las pulsaciones.

María Santísima le dijo entonces que presentara al obispo aquel modelo de escapulario, y expresó el deseo de que todos lo lleven, a fin de reparar los ultrajes sufridos por el Santísimo Sacramento. En señal de las gracias dadas a los que lo llevan, la Virgen María hizo caer de sus manos una lluvia abundante: “Esas gracias son de mi Hijo. Yo las tomo de su Corazón. Él no me lo puede rechazar”.

Estelle preguntó qué convendría representar al otro lado del escapulario, y escuchó esta respuesta: “Lo he reservado para mí; tú someterás mi idea y la Iglesia decidirá”. Y alejándose, añadió: “Ánimo. Si no concede lo que pides (se refería al obispo) y pone dificultades, irás más lejos. No temas, yo te ayudaré”.

Con estas palabras, terminaron las apariciones.

Santuario de Pellevoisin


Reconocimiento
de la Iglesia

Aún en 1876, con licencia eclesiástica, el cuarto de las apariciones fue transformado en oratorio, y poco después en capilla. Al año siguiente fue erigida la cofradía de la Madre de Todas las Misericordias, elevada a la dignidad de archicofradía en 1894, por León XIII. El mismo Papa ofreció un cirio para esa capilla, concediendo indulgencias a los peregrinos.

En 1904, el cardenal Merry del Val ofreció a San Pío X un libro recientemente publicado sobre las apariciones. El Pontífice envió su bendición en testimonio de su favorable acogida, y también recibió a Estelle en marzo de 1912. En 1922, Pío XI concedió a los párrocos de Pellevoisin el poder de imponer el escapulario del Sagrado Corazón de Jesús (novena aparición), así como el de conceder indulgencias.

En 1979, el cardenal Ciappi O.P., maestro del Palacio Apostólico, entregó a Juan Pablo II el libro sobre el centenario de las apariciones. En 1983, la comisión teológica que analizó los informes médicos de la curación de Estelle concluyó sus trabajos. El arzobispo de Bourges, Mons. Paul Vi­gnancour, basado en aquellas conclusiones, reconoció oficialmente el milagro, un gran milagro.  

Nota.-

Los textos de los diálogos entre la Santísima Virgen y Estelle Faguette han sido traducidos libremente a partir de los textos en francés que reproduce la página oficial del Santuario­ de Nuestra Señora de la Misericordia de Pellevoisin, a la que remitimos al lector para mayor ahondamiento en la materia: www. pellevoisin.net.

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