Patrona del Señorío de Vizcaya Una maternal devoción que congrega desde hace más de ochocientos años al noble pueblo vasco y a sus descendientes esparcidos por el mundo entero Pablo Luis Fandiño
Según la más antigua y venerable tradición —transmitida reverentemente de padres a hijos— la imagen de Santa María de Begoña, que se venera en la colina de Artagan, colindante con la villa de Bilbao, en el señorío de Vizcaya, fue hallada en época inmemorial sobre una encina en aquel preciso lugar. Quienes la hallaron pretendieron constituir una iglesia en lo alto del encinal de la Virgen. Subieron la imagen junto con los materiales para edificar el templo, pero a la mañana siguiente la encontraron abajo donde ahora es la iglesia, al igual que los materiales. Esto sucedió varias veces hasta que la santa imagen reveló a alguno de sus descubridores, que era su voluntad que se edificase el templo donde fue hallada y dijo enfáticamente: “¡Begoña!”, que en idioma vascuence quiere decir estese el pie quieto. De donde el lugar tomó su nombre. Una imagen medieval
La imagen de Begoña representa a la Madre de Dios sentada sobre un taburete sin respaldo, teniendo a su Hijo en el regazo. La mano izquierda de la Virgen descansa sobre el hombro del Niño; su mano derecha ostenta el cetro de Reina. El divino Infante bendice con la diestra y sostiene el Evangelio con la mano izquierda. Es peculiar su rostro ovalado, atrayente y sereno; los grandes ojos abiertos y la fina expresión de sus labios que el padre Manuel de Lecuona así describe: “Es de notar que su sonrisa es de tipo esencialmente maternal, pero con la particularidad de que la dirige, no al Hijo de sus entrañas, sino a nosotros los pecadores que también somos hijos suyos… Al decir que la sonrisa de aquellos labios es esencialmente maternal, está dicho que es de la máxima pureza. Sin resabios de sensualismo. Depuradísima”. El magnífico templo A lo largo de los siglos XV y XVI se constata en Vizcaya un vigoroso florecimiento religioso que contagia a Begoña. “El templo existente, viejo de siglos, se hacía pequeño para los nuevos tiempos —el Bilbao del siglo XVI no es ya el Bilbao incipiente de fines del siglo XIII— y, sobre todo, se hacía pequeño para la devoción de begoñeses y bilbaínos a su querida Andra Mari”. La iglesia actual data de la primera década del siglo XVI, pero su construcción demoró muchos años. Es de estilo gótico tardío, tiene tres naves de desigual altura y unas hermosas bóvedas de crucería estrellada. El arquitecto Sancho Martínez de Anego trazó su plano y el maestro cantero fue Juan de Uriona. Refiere la tradición que dos canteros, Martín de Gorostiaga y Pedro de Urista, mientras se derribaba la vieja torre, cayeron entre los escombros, “de modo que tenían encima más de cincuenta quintales de piedra y mucho maderaje”. Al socorrerlos, fueron hallados “sanos y buenos”. Otro en cambio, cuyo nombre desconocemos, era ladrón e intentó robar las joyas de la Virgen, pero fue aprehendido y ahorcado, pidiendo ser sepultado en el santuario. “Pocas torres habrán tenido historia tan accidentada como la de Begoña. Bástenos insinuar que, desde la torre derribada en el siglo XVI hasta la actual, se han sucedido ocho torres o chapiteles diversos”. De su soberbio interior, dice el testimonio de Juan de Laglancé: “muchas son las ofrendas que a esta Señora le hacen y regalos que le tributan… los negociantes que aguardan embarcaciones que les interesa y temen algún trabajo, o navegantes que se han visto en algún peligro”. Pero también contribuyeron las limosnas de humildes vecinos y gente de campo. “Y no eran sólo bienes materiales que ya implican una súplica. Era la visita y la oración continua, la ascensión de las calzadas por gentes de toda clase y condición, que iban a confiar sus cuitas, a ofrendar su homenaje, a testimoniar su agradecimiento”.
Incontables milagros Bernabé Gómez tenía 14 años cuando llegó a Bilbao en 1576. Había quedado mudo, dos años atrás, a raíz de un robo; los ladrones le cortaron la lengua para que no los denunciara. Un anciano le llevó a Begoña para que se encomendara a la Virgen. De día bajaba a Bilbao a mendigar; de noche, burlando al sacristán, se refugiaba en el santuario. “Pasada la tercera noche, al salir del templo, le habló un joven en idioma desconocido y Bernabé respondió espontáneamente: «¿Qué decís?»” Estupefacto, el muchacho se dio media vuelta y corrió a agradecer a la Señora. “El hecho fue público, pues muchos conocían la mudez de Bernabé y algunos por curiosidad de comprobar el corte de su lengua le habían examinado la boca”. En acción de gracias, el cabildo de Bilbao organizó una procesión a Begoña. De orden espiritual fue la curación de un artista flamenco protestante contratado para pintar un retrato de la imagen. “Varias veces le cegó la Virgen al ir a medirla”. A instancias del cura, resolvió pues instruirse en la verdadera religión. “Confesó y comulgó; pero nuevamente al acercarse a la Virgen, se vio privado de la luz. Confundió la nueva ceguera al párroco que no sabía a qué atribuirla, hasta que el pintor le confesó arrepentido que antes de comulgar había decidido volver a la herejía”. Una mañana de 1605, la población de Begoña contempló un espectáculo singular. Juan de Zarauz, descalzo y con la ropa hecha harapos, subía acompañado por la gente de su navío las empinadas calzadas que llevan al templo, para ofrecer a la Virgen de Begoña un barril de grasa de ballena y unos huevos de aves de Terranova, agradecidos por haberlos salvado del peligro de los icebergs que amenazaron su nave. Don Pedro de Ugaz, resalta en su célebre “Relación” sobre el santuario “un continuo milagro y una perpetua misericordia que Nuestro Señor usa en esta nuestra villa de Bilbao por intercesión de su gloriosa Madre… Pues viéndose en alguna aflicción y trabajo y cuando con nuestros pecados irritamos la justicia divina para que nos castigue por ellos, siempre que el pueblo se ve en necesidad de agua, o de serenidad, o de otra cualquier calamidad promete hacer una procesión a Begoña… y antes de que la novena se acabe… ya la Virgen Santísima nos ha socorrido”. Bilbao y las inundaciones El 31 de octubre de 1737 llovió copiosamente hasta la tarde en que el tiempo se serenó. Sin embargo, a las tres de la madrugada comenzó a diluviar nuevamente. A la mañana las aguas inundaban las calles y horas después entraban furiosamente en casas e iglesias. A duras penas se podía andar en cabalgadura. Para retirar el Santísimo de la iglesia de San Nicolás, hubo que recurrir a una barca. Nada aplacaba el temporal. Como último recurso, a las cuatro de la tarde, una fervorosa procesión bajó del santuario llevando en una improvisada anda a la Virgen de Begoña. En el trayecto empezó a escampar, pero luego volvió a llover y a granizar. “¡Ya se acaba Bilbao! ¡Ya se lo tragó el agua!”, clamaban sus habitantes acongojados. Testigo presencial, el escribano José Antonio de Larrea, “vivió aquellas horas angustiosas encerrado en su propia casa, viendo cómo las aguas iban subiendo por la escalera mientras con su familia rezaba rosarios y se encomendaba a la Virgen”. La romería llegó hasta las inmediaciones de la villa en donde se encuentra el convento de la Cruz. Al terminar las letanías, las religiosas iniciaron el canto. En ese momento, algunos salieron de la iglesia y comprobaron que a pesar de la lluvia el agua estaba bajando; se formó un bullicio y se oyó el grito de: “¡Milagro!” A las once de la noche de aquel memorable 1º de noviembre el diluvio había cesado. Para corroborar la intervención de la Madre de Begoña, un testigo hizo notar “que el agua bajó a pesar de la pleamar”, a la que tanto se le temía en tales percances. Guerras, muerte y destrucción Hacia fines del siglo XVIII, la inaudita persecución religiosa que desató la Revolución Francesa, llevó a más de mil eclesiásticos y regulares de aquel país a refugiarse en Bilbao. A raíz de la odiosa ejecución de Luis XVI, las tensiones entre los dos gobiernos llegaron a su clímax y el 7 de marzo de 1793, la Convención declaraba la guerra a España. La repentina caída de Robespierre y su régimen del terror, evitó que la invasión francesa a Vizcaya se llevara a término con la consiguiente profanación de templos, sacrilegios, ejecuciones sumarias y crueldades sin fin, como eran previsibles. Sin embargo, ante el apremio, los defensores habían recurrido ya a la plata de las iglesias, desapareciendo “de sus altares aquellas lámparas que el amor y la devoción de varios siglos habían ofrendado a nuestra Madre de Begoña”. La paz se firmó en Basilea el 22 de julio de 1795. Pero la paz fue efímera. Le sobrevino la penosa y sangrienta invasión napoleónica. El 16 de agosto de 1808, Bilbao fue ocupado por el general Merlin e inmediatamente entregado al saqueo. El santuario de Begoña perdió todas sus alhajas y fue asesinado su párroco mártir Domingo Lorenzo de Larrínaga. Durante cinco años se sucedieron los combates; una y otra vez se enfrentan las tropas por el dominio de Bilbao. Una verdadera guerra de guerrillas se extiende por toda España. Hasta que la catastrófica campaña de Bonaparte en Rusia cambió definitivamente el curso de la guerra. El Tratado de Valençay, del 11 de diciembre de 1813, restaura a Fernando VII en el trono español. A su muerte, ocurrida en 1833, estalla una guerra civil entre los partidarios de Isabel II y los del infante don Carlos, hija y hermano respectivamente del difunto monarca. Vizcaya se convierte en el meollo de la contienda. En junio de 1835 muere el legendario general carlista Tomás de Zumalacárregui, a consecuencia de una herida recibida en Begoña. Así, bajo mil pretextos las autoridades disponen la demolición de la torre del santuario.“La minaron y cayó parte de ella juntamente con la bóveda que cogió bajo de sí”. Veinte largos años tardaría en ser reconstruida. El cólera morbo En 1854 comenzó una mortífera epidemia de cólera, que se prolongó hasta julio de 1855 en que llegó a su apogeo. Las autoridades civiles y eclesiásticas acordaron entonces sacar en procesión a la Virgen de Begoña. “Aquel día —8 de setiembre— a pesar de los estragos que causaba la epidemia y el terror que se presentaba en toda la gente, desde antes de amanecer el día, todo era alegría y regocijo, esperando la protección de la Virgen Santísima”. Más de cuatro mil cirios ardieron en las manos de los romeros que pasaban de diez mil almas. “La noche que siguió inmediatamente a la rogativa fue una de las más terribles de aquel período tristísimo en los anales de Bilbao: tal vez fue la noche en que hubo mayor número de defunciones; pero en los días siguientes no hubo un solo caso nuevo, y la cruel enfermedad desapareció rápidamente sin llevar al sepulcro más que a varios de los atacados anteriormente”. Peregrinaciones y coronación canónica
Veinticinco años después surgió la idea de organizar una multitudinaria peregrinación al santuario. Un periódico liberal no dejó de combatir por todos los medios la proyectada romería, insinuándole un carácter político más que religioso. El Boletín de la Peregrinación del 22 de agosto de 1880 advertía: “Es imposible describir lo que el infierno trabaja por impedir la peregrinación a Begoña. La impiedad de ciertos individuos brama de coraje y se esfuerza en hacer circular los rumores más inverosímiles”. El día 28 el alcalde de Bilbao comunicó la prohibición de que los peregrinos marchasen procesionalmente por sus calles. Nada pudo impedir la gran manifestación católica, que se realizó entonces dentro de la jurisdicción de Begoña. Cerca de sesenta mil peregrinos acudieron a venerar a la Madre de Dios y el propio Bilbao aportó un numerosísimo y escogido contingente de fieles a las celebraciones. El año 1900, Bilbao celebraba el sexto centenario de haberse constituido en villa. Motivo que se juzgó oportuno para solicitar a la Santa Sede la gracia de la coronación canónica. León XIII la concedió de inmediato. Y se fijó el día 8 de setiembre para el solemne acto. Mons. Ramón Fernández de Piérola, obispo de Vitoria y delegado apostólico, ofició la misa pontifical en presencia de diez obispos y autoridades civiles. Posteriormente, sobre un tablado levantado frente a la puerta principal del templo, coronó a la sagrada imagen con estas significativas palabras: “Así como por estas manos eres coronada en la tierra, así podamos merecer que por las tuyas seamos coronados en el cielo”. La piadosa multitud estalló entonces en mil aclamaciones en homenaje a su Reina. El solemne acto culminó con una triunfal procesión. El patronato canónico y la España católica Atendiendo la súplica de la Diputación de Vizcaya la Sagrada Congregación de Ritos en sesión del 21 de abril de 1903, declaró a Nuestra Señora de Begoña Patrona de Vizcaya. Señalando su fiesta el 11 de octubre, en que se celebra la Maternidad de la Santísima Virgen. Al aproximarse los festejos, las fuerzas de la impiedad se dispusieron a la lucha. En vista de la aislada y pertinaz oposición del Ayuntamiento de Bilbao, se dispuso que las celebraciones tendrían lugar sólo en Begoña. Se iniciaron las mismas con un triduo que culminó el 8 de setiembre. “Al día siguiente y en corporación, la Diputación proclamaba el Patronato de la Virgen de Begoña, so el árbol de Guernica, depositando el acta en el archivo general del Señorío”. Comenzaron entonces las peregrinaciones de todos los pueblos de la provincia, que debía terminar el día 11 de octubre con la procedente de Bilbao. Los revolucionarios se complotaron para hacerla fracasar, colmando la ciudad de elementos anticatólicos traídos de otras regiones. La jornada fue sangrienta, pero los católicos vascos no se amilanaron. “El 13 de febrero de 1933, un triste episodio de la vida municipal de Bilbao, congregaba en Begoña en acto de reparación a los católicos de la villa en número de unos 25.000. Un ayuntamiento sectario, decretaba por exigua mayoría el derribo de un monumento levantado por suscripción popular en la vía pública al Sagrado Corazón de Jesús”. No obstante, el monumento sigue hoy en pie. Hechos así se multiplicaron durante la guerra civil (1936-39). Más recientemente, una grandiosa peregrinación llevó a más de 100.000 bilbaínos a Begoña el 30 de mayo de 1948. Y durante 85 días —del 21 de abril al 17 de julio de 1949— la imagen peregrina de la Virgen de Begoña, hizo un recorrido de más de dos mil kilómetros, la mayor parte en hombros de sus devotos. * * * La España católica se debate hoy ante el mayor conflicto de su historia. Entre ser y no ser. El descrédito de todas las fuerzas que en el pasado conspiraron contra ella, y el entusiasmo despertado en sus jóvenes durante la última visita del Papa Benedicto XVI nos pueden dar una señal del rumbo que tomará. Que la Santísima Virgen de Begoña la proteja y la guíe una vez más, y particularmente al pueblo vasco del que el mundo entero aún espera grandes y cristianos atrevimientos. * Para la elaboración del presente artículo, nos hemos basado principalmente en la monumental obra de Andrés E. de Mañaricúa, Santa María de Begoña en la Historia Espiritual de Vizcaya, Editorial Vizcaína, Bilbao, 1950.
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Nuestra Señora de Begoña, patrona del Señorío de Vizcaya |
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