Patrono de los Educadores Cristianos Fundador de los Hermanos de las Escuelas Cristianas, fue el instrumento de la Divina Providencia para la creación de las escuelas profesionales y normales Plinio María Solimeo
EL SIGLO XVII EN FRANCIA, también llamado "El gran siglo", fue una de las épocas más brillantes de la historia de aquella nación, habiendo servido de modelo para toda Europa. Sin embargo, no todo era color de rosa. Afectado por los males provenientes de los problemas religiosos suscitados por la rebelión de Lutero y Calvino, y por el Humanismo renacentista, el siglo XVII francés vio empañadas sus glorias por dos graves problemas: la miseria fomentada por las constantes guerras y la ignorancia de los hijos del pueblo. Para remediar estas dos necesidades, la Divina Providencia suscitó a dos grandes santos. En la primera mitad del siglo, San Vicente de Paul cuidó prácticamente de todas las formas de miseria corporal con sus dos Congregaciones Religiosas: la de los Sacerdotes de la Misión y la de las Hijas de la Caridad. En la segunda mitad de aquel mismo siglo, San Juan Bautista de La Salle fundó a los Hermanos de las Escuelas Cristianas para cuidar de la juventud. Esmerada educación a la manera antigua Juan Bautista nació en la histórica ciudad de Reims, el 30 de abril de 1651, en pleno reinado de Luis XIV, el Rey Sol. Fue el primogénito entre diez hijos de Luis de La Salle, magistrado y consejero del rey, y de Incola de Moet de Brouillet, de noble y acomodada familia. La infancia de Juan Bautista fue pura e inocente. Las primeras palabras que consiguió pronunciar claramente fueron los nombres de Jesús y María. Sus padres tuvieron un solícito empeño en la educación de los hijos, especialmente en todo lo referido a su progreso religioso, moral e intelectual. Educándolos a la manera católica, eran muy serios en la conducción del hogar y exigentes en materia de obediencia. Se esmeraron sobre todo en la formación de su primogénito. La abuela paterna, que vivía con ellos, leía al pequeño Juan Bautista la vida de los santos, mientras que el abuelo rezaba el Breviario con él. Con eso, se formaba poderosamente su carácter firme y religioso. Sus estudios fueron hechos en casa, en una escuela local y en el Colegio Des Bons Enfants, de la Universidad de Reims. Al terminar el curso de filosofía, Juan Bautista se graduó como Maestro de Artes. El día 11 de marzo de 1666, a los 17 años, el adolescente recibió la tonsura clerical; y, el día 7 de enero del año siguiente, de acuerdo con las costumbres de la época, fue solemnemente nombrado Canónigo de la Catedral de Reims, a pesar de ser todavía laico. Sustento de su familia a los 21 años Juan Bautista entró en el seminario de San Sulpicio, en París, con vistas a su ordenación sacerdotal. El 19 de julio de 1671, apenas nueve meses después de su llegada a la Ciudad Luz, fallece su madre. Menos de un año después, también su padre dejó este mundo, lo que obligó a Juan Bautista a abandonar sus estudios y regresar a su casa a fin de cuidar de sus hermanos menores. A los 21 años de edad era jefe de una numerosa familia.
Ordenando la casa paterna en los moldes de un convento o cuartel militar, estableció un horario para todo, desde la hora de levantar y las comidas, hasta la meditación diaria y las oraciones en común. El hecho de tener que ocuparse de negocios y con personas del mundo en nada disminuyó su piedad. Al contrario, cuidaba de todo con un espíritu sobrenatural, buscando siempre la mayor gloria de Dios. En el tiempo libre que le sobraba, después de cuidar de los negocios domésticos y de sus estudios teológicos, Juan Bautista se entregaba a las buenas obras visitando a pobres y enfermos, y distribuyendo muchas limosnas. Siempre obediente, cuando sus hermanos ya grandes no necesitaban más de su auxilio, tuvo que ceder a la orden de su director espiritual y recibir la ordenación sacerdotal el día 9 de abril de 1678, a la edad de 27 años. Encaminado a una gran y providencial obra ¿Cómo se inició la obra a la que San Juan Bautista de La Salle dedicaría toda su vida? Es curioso, pues, al contrario de lo que normalmente sucede con casi todos los fundadores, no fue llevado a aquello que sería su vocación movido por una especial inspiración interior, surgida tempranamente, que le señalara el rumbo a seguir. A medida que las cosas se sucedían, se fue involucrando cada vez más hasta que finalmente surgió una gran obra, en la cual él no había pensado originalmente. Cierto día su director espiritual, estando enfermo de muerte, solicitó que el entonces canónigo Juan Bautista tomase cuenta de un instituto religioso por él fundado hacía poco tiempo: la Congregación de las Hijas del Niño Jesús, destinada a la instrucción sobre todo de niñas huérfanas. Al confiar esa obra casi en sus comienzos a su dirigido, el moribundo afirmó: "Tu celo la hará prosperar. Completarás el trabajo que he iniciado". De esta manera Juan Bautista de La Salle se fue lentamente encaminando hacia el que, durante toda su vida, sería su campo de acción. En 1679, para atender al pedido de una benefactora, ayudó al profesor Adriano Niel a abrir una escuela gratuita para niños en Reims. Hecho esto, el canónigo La Salle se retiró, volviendo a su actividad en el cabildo. Poco después, sin embargo, fue nuevamente llamado para ayudar en la fundación de otra escuela en la parroquia de Santiago, también en Reims, después de lo cual se volvió a retirar. Aparentemente se sentía llamado tan solo a auxiliar con su prestigio y sus recursos la obra de las escuelas gratuitas. Dejando que a Adriano Niel le fuesen tributados todas las alabanzas por las fundaciones, él se contentaba con trabajar en la sombra para el progreso de las mismas.
Pero, poco a poco, se vio envuelto en la fundación de varias otras escuelas. Declara él mismo: "Nunca se me ocurrió esa idea (fundar una gran obra). Si alguna vez hubiera pensado que lo que hice por pura caridad con los maestros pobres iba a terminar haciendo que viviera con ellos, hubiera renunciado al instante". Y con mayor énfasis afirmó: "Si Dios me hubiera revelado lo bueno que podría ser logrado por este instituto, y de la misma manera me hubiera hecho saber las pruebas y los sufrimientos que lo acompañarían, mi valor habría fallado, y yo nunca lo habría emprendido". Desde un comienzo, el canónigo La Salle percibiendo que los profesores que reuniera quedaban después de las clases, desanimados con la incierta perspectiva del futuro y por la falta de una dirección firme, les enseñó a aprovechar mejor el tiempo libre a fin de evitar el desgaste y el tedio. De esta manera tomó cuenta de ellos tanto en la escuela cuanto en la residencia en que vivían. Allí estableció horarios para las distintas funciones, dándoles formación religiosa y pedagógica. Este fue el inicio de la Congregación de los Hermanos de las Escuelas Cristianas. El día 24 de junio de 1682, decidió ir a vivir con sus discípulos. Puede considerarse esta como la fecha del nacimiento de la comunidad de los Hermanos de las Escuelas Cristianas, si bien que el nombre vendría a ser adoptado posteriormente. Ser los "ángeles de la guarda" de los alumnos San Juan Bautista decía a sus religiosos que ellos debían ser los "ángeles de la guarda" de sus alumnos: "Si queréis cumplir vuestro ministerio, debe ser en cuanto ángeles custodios de los niños que instruís". Instaba a sus profesores a tener un "celo ardiente" para atender a los alumnos: "Ni habéis de daros por satisfechos con impedir que cometan el mal los niños confiados a vuestra solicitud. Es necesario, asimismo, que los instéis a obrar el bien y a ejecutar las acciones virtuosas de que son capaces".
Para orientar a los Hermanos de su Instituto escribió la obra: "Guía de las Escuelas Cristianas", donde especificaba los principios metodológicos con qué abordar varios temas, como horarios, premios y reprensiones. Esa "Guía" orientó a los Hermanos de las Escuelas Cristianas durante más de 200 años, renovándose frecuentemente a medida de los progresos que las escuelas iban realizando. San Juan Bautista fundó tres escuelas normales, siendo él pionero en ese campo. También reformó los métodos educativos entonces existentes. En aquella época se enseñaba a cada alumno por separado. Él, al contrario, los reunía en grupos para darles clases en conjunto, buscando enseñar más por el amor y por la convicción, alcanzando con ello resultados sorprendentes. Todos se admiraban viendo cómo la juventud mejoraba con los métodos del santo. Él no solo enseñaba a los alumnos cosas teóricas o abstractas, sino también conocimientos prácticos que más tarde les serían de suma utilidad en la vida diaria. Todo ello basado en los principios religiosos y en la amabilidad. "Estoy sumiso totalmente a su voluntad"La falta de espacio no nos permite tratar otros aspectos de la vida y de la obra de este incansable batallador.Por ejemplo, para mostrar su inviolable adhesión a la Iglesia y al Soberano Pontífice contra la creciente corriente galicana, después de firmar Juan Bautista agregaba siempre la frase "Sacerdote Romano".Cuando San Juan Bautista enfermó gravemente, el sacerdote que lo visitó al verlo sereno y feliz, aunque exhausto, le advirtió: "Sepa, señor, que va a morir y a comparecer ante el tribunal de Dios". A lo que el enfermo respondió: "Lo sé muy bien y estoy plenamente sumiso a su voluntad; mi suerte está en sus manos". Cuando aquellos que lo asistían en el lecho de muerte terminaron de rezar las oraciones de los agonizantes, San Juan Bautista recuperó el conocimiento aprovechando la oportunidad para, una vez más, hacer una recomendación a sus hermanos de hábito: "Si queréis perseverar y morir en vuestro estado, no tengáis trato con la gente del mundo; pues de lo contrario, poco a poco os iréis aficionando a su modo de obrar, y quedaréis tan comprometidos en sus conversaciones que, por política, no podréis menos que aplaudir sus discursos, aunque sean muy perniciosos: eso será causa de que caigáis en la infidelidad, y no siendo ya fieles en la observancia de vuestras Reglas, aborreceréis vuestro estado y al final lo abandonaréis". Estas fueron sus últimas palabras. A las cuatro horas de la madrugada del día 7 de abril de 1719, San Juan Bautista de La Salle entregó su bella alma a Dios a los 68 años de edad.
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