Santoral
Natividad de San Juan BautistaPor haber sido purificado aún en el vientre materno por las palabras de la Santísima Virgen, es el único santo, además de la Madre de Dios, cuyo nacimiento es conmemorado. |
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Fecha Santoral Junio 24 | Nombre Juan |
Lugar Galilea |
PREGUNTA Hablando de San Juan Bautista, Jesús dijo: “Entre los nacidos de mujer, no hay mayor profeta que Juan Bautista; pero, el que es menor en el Reino de Dios es mayor que él” (Lc. 7, 28). No entendí el sentido de esta frase. ¿Podría Ud. explicármelo? RESPUESTA La historia de San Juan Bautista es muy conocida, pero es conveniente recordarla en líneas generales, para una mejor comprensión de la respuesta.
Herodes el Grande (el infame responsable por la matanza de los Inocentes) tenía un hijo llamado Herodes Antipas, que repudió a su mujer legítima (hija del Rey de los Nabateos, Aretas IV) y pasó a vivir ilícitamente con Herodías, que era al mismo tiempo su cuñada (pues estaba casada con Filipo, hermano de Antipas) y su sobrina (nieta de Herodes el Grande). La unión adulterina se agravaba así por el hecho de ser doblemente incestuosa. San Juan Bautista tuvo el coraje de denunciar públicamente esa situación, objeto de escándalo popular, pagando el precio de su heroica virtud: fue preso y encarcelado en el palacio-fortaleza que los Herodes tenían en Maqueronte, en Transjordania, al norte del Mar Muerto. Herodes temía mandar a matar a San Juan Bautista, por el gran prestigio popular de que éste gozaba, pero llegó a este ignominioso acto para satisfacer la criminal promesa que había hecho a Salomé, hija de Herodías, después del célebre baile que tanto lo extasió, en su fiesta de cumpleaños. Cegado por la lujuria, y para mantener el juramento de conceder a la cruel joven lo que ella pidiese, ordenó decapitar a San Juan Bautista e hizo presentar su cabeza en una bandeja, que la joven entregó a su madre, instigadora del crimen (cf. Mt. 14, 3-12). Cumplimiento eximio de su misión San Juan Bautista, preso en Maqueronte, no se rehuía a la posibilidad de ese fin, y queriendo encaminar hacia Jesús a sus discípulos, envió a dos de ellos a preguntarle: “¿Eres tú el [Mesías] que ha de venir, o debemos esperar otro?” (Lc. 7, 19). San Lucas narra la escena: “Llegados a Él, le dijeron: Juan Bautista nos envió a ti, para preguntarte: ¿Eres tú el que ha de venir, o debemos esperar a otro? En aquella misma hora, [Jesús] curó a muchos de enfermedades, y de llagas, y de espíritus malignos, y dio la vista a muchos ciegos. Y respondiendo, les dijo: Id a referir a Juan lo que habéis oído y visto: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan, a los pobres se les anuncia el Evangelio; y bienaventurado aquel que no se escandaliza a mi respecto” (Lc. 7, 20-23).
San Lucas continúa: “Habiendo partido los mensajeros de Juan, comenzó Él a decir acerca de Juan a la muchedumbre: ¿Qué habéis salido a ver en el desierto? ¿Una caña agitada por el viento? [...] Pero, ¿qué salisteis a ver? ¿Un profeta? Sí, yo os digo, y más que profeta. Éste es aquel de quien está escrito: He aquí que yo envío a mi mensajero delante de ti, el cual preparará tu camino delante de ti. Yo os digo: entre los nacidos de mujer, no hay mayor profeta que Juan Bautista; pero, el que es menor en el Reino de Dios es mayor que él” (Lc. 7, 24-28). El elogio de Jesús a San Juan Bautista es por lo tanto retumbante y muy merecido. San Juan Bautista era más que un profeta, pues era el Precursor del Mesías, y su misión consistía en predicar al pueblo la oración y la penitencia en vista del Reino de Dios que se aproximaba, y, al llegar el Mesías, señalarlo al pueblo. San Juan Bautista cumplió eximiamente su misión. Habiendo, pues, Jesús ido a verle, Juan dijo: “He aquí el Cordero de Dios, he aquí el que quita el pecado del mundo. [...] Y Juan dio testimonio, diciendo: Vi al Espíritu bajar del cielo en forma de paloma, y reposar sobre él. Y no lo conocía, pero el que me mandó a bautizar en agua me dijo: Aquel sobre quien viereis bajar y reposar el Espíritu, ése es el que bautiza en el Espíritu Santo. Yo lo vi; y di testimonio de que él es el Hijo de Dios” (Jn. 1, 29-34). El menor en el Reino de Dios es mayor que él Sin embargo, después de decir que “entre los nacidos de mujer” nadie es mayor que Juan Bautista, Jesús paradójicamente añade: “el que es menor en el Reino de Dios es mayor que él”. Se trata de una afirmación de gran riqueza doctrinaria: la comparación se pone entre la misión de profetizar de San Juan Bautista, y el pertenecer al Reino de Dios. Pues la incorporación a éste es superior a la función profética que la precedió. En otras palabras, por mayor que fuese la dignidad del profeta Precursor del Mesías, era menor que el ingreso, por el Sacramento del Bautismo, en el Reino de Dios que Jesucristo vino a instituir con la Santa Iglesia Católica, y para lo cual contribuyó mucho la prédica de San Juan Bautista. Esto no significa que cualquier católico es más santo que San Juan Bautista. Significa, más bien, que la dignidad de pertenecer a la Iglesia Católica es mayor que la dignidad de los que vivían en el Antiguo Testamento. Me parece que así queda explicada la frase que causó dificultad al consultante. Perplejidad de los discípulos del Bautista El tratamiento de esta dificultad lleva directamente a una cuestión conexa, que inclusive confundió a algunos discípulos del Bautista. Ya vimos cómo el Precursor del Mesías temía que sus discípulos no comprendiesen enteramente la misión infinitamente mayor del Hijo de Dios. San Juan Bautista no tenía la menor duda a ese respecto, tanto así que decía: “Illum oportet crescere, me autem minui” (Es necesario que Él crezca y yo disminuya), como se verá en seguida.
En efecto, el Evangelio de San Juan narra esa perplejidad de los discípulos del Bautista: “Y acudieron a Juan [Bautista] y le dijeron: Maestro, el que estaba contigo en la otra parte del Jordán, aquel de quien diste testimonio [esto es, Jesús], he aquí que se ha puesto a bautizar y todos se van a él. Pero Juan les respondió: No puede el hombre atribuirse nada si no le es dado del cielo. Vosotros mismos sois testigos de que he dicho: Yo no soy el Cristo, sino que he sido enviado delante de él. El que tiene esposa es el esposo; pero el amigo del esposo, el que asiste y le oye, se alegra mucho con la voz del esposo. Ésta es, pues, mi alegría, que ha alcanzado su plenitud. Es preciso que él crezca y que yo disminuya”. (Jn. 3, 26-30) El desenlace de esta perplejidad es una de las más grandes lecciones de la Historia de la Iglesia. Sin duda, varios discípulos de Juan Bautista siguieron a Jesús, como San Andrés Apóstol (cf. Jn. 1, 40). Otros, sin embargo, quedaron enredados en su perplejidad y rehusaron incorporarse a Cristo, como se ve en el Evangelio de San Mateo (9, 14). A tal punto que, en los días de la Iglesia primitiva, aparecieron sectas o grupos que sólo habían recibido el bautismo de Juan (cf. Hech. 18, 25; 19, 3-4). Y ésta es la lección: algunos de aquellos mismos que habían correspondido a la gracia, siguiendo a Juan Bautista, se cerraron a la gracia mayor que les fue ofrecida, de ver en Jesucristo al Verbo de Dios Encarnado en María, el Mesías Salvador del mundo. A pretexto de permanecer fieles a Juan, ¡rechazaron seguir a Cristo! No nos ilusionemos: la Historia de la Iglesia está llena de casos análogos.
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