PREGUNTA Recientemente leí el libro La Catedral, del escritor español Vicente Blasco Ibáñez. La primera afirmación que hace sobre la Santa Iglesia y que me llamó la atención es la siguiente: “Gabriel, al llegar a este punto, soñaba leyendo los nombres oscuros de Cixila, Elipando y Wistremiro. A éste le llamaba San Eulogio «antorcha del Espíritu Santo y luz de España», pero la Historia no decía nada de sus actos. A San Eulogio lo martirizan y matan los moros en Córdoba por su excesivo entusiasmo religioso”. Me doy cuenta que él pone en duda la existencia de algunos santos, o por lo menos de San Eulogio. Mi pregunta es: ¿Existen santos sin ningún vestigio histórico? Y, si fuera posible, ¿quién fue realmente San Eulogio?
RESPUESTA Los datos históricos sobre San Eulogio son abundantes, de modo que no hay ninguna razón para que ese escritor afirme que “la Historia no decía nada de sus actos”, induciendo al lector a dudar de su existencia, como le sucedió a mi interlocutor. Pues el propio trecho citado termina, contradictoriamente, proporcionando un dato histórico concreto y que resume su vida: “A San Eulogio lo martirizan y matan los moros en Córdoba por su excesivo entusiasmo religioso”, lo cual efectivamente consta (con la salvedad del “excesivo”... ) en la biografía del Santo. Tal biografía fue escrita por su compañero de luchas contra los mahometanos y católicos tibios, Alvaro Paulo, ambos discípulos del Abad Esperaindeo en la escuela cristiana de Córdoba. No hay, por lo tanto, por qué dudar de la existencia de ese santo y de la exactitud del registro histórico de su vida. Vida, dicho sea de paso, muy oportuna para nuestros días, como enseguida veremos. La triste situación de la España mozárabe En la primavera del año 711 los árabes mahometanos invaden la península ibérica, gobernada por los reyes visigodos, que constituían entonces una cristiandad organizada con arquidiócesis, diócesis, iglesias, escuelas, etc. El último rey godo, Don Rodrigo, muere con la flor de su ejército en la batalla de Guadalete (julio de 711). Fue traicionado por los partidarios del destronado rey Witiza, y junto con ellos por el Arzobispo de Sevilla, Oppas, así como por los judíos que vivían en malas relaciones con el pueblo godo. De ahí en adelante van cayendo en manos de los árabes, una tras otra, las ciudades de la península. En la imperial Toledo, hizo su entrada triunfante el emir Muza-ben-Nosair, proclamando que a partir de entonces todos los españoles debían obedecer al califa de Damasco (los califas se ostentaban como sucesores de Mahoma). Llamado a Damasco por el califa, Muza deja en el gobierno de la península a su hijo Abdelaziz, que se había casado con la reina viuda de D. Rodrigo. Este matrimonio da una idea de la mezcolanza entre vencedores y vencidos, que caracterizará la situación de España de ahí en adelante. Pero, para la fusión entre ambos pueblos, había un obstáculo insuperable: la diferencia de religión. Y este fue el motor de la Reconquista, que será una guerra de religión, una cruzada por la fe. Los cristianos que abrazaron el islamismo lo hicieron generalmente por motivos de interés personal, conservando sin embargo de algún modo su tradición cristiana: se llamaban muladíes. Los que permanecían fieles a la fe cristiana, pese a estar sometidos a la autoridad civil de los árabes, son conocidos como mozárabes (de mostasarab, que significa arabizados). Para mantener su dominación política, en los primeros tiempos los musulmanes tuvieron que refrenar un tanto su fanatismo, permitiendo que los mozárabes conservasen no apenas la fe, sino también cierta autonomía civil y administrativa. En la esfera eclesiástica, les era reconocida la autoridad de los obispos y podían frecuentar sus templos, aunque no pudiesen construir nuevos. Es en este cuadro de fondo que se insiere la epopeya de San Eulogio, que mi amigo lector nos pide describir. Verdaderos católicos: persecuciones y martirios El año 755, en la Península toma el poder Abderrahmán, de la dinastía de los Omeyas, destituida en Damasco por los Abasidas, que inician una nueva dinastía y harán de Bagdad su fastuosa y deslumbrante capital. Abderrahmán reina en España, con plena independencia de los califas orientales, y da inicio a lo que más tarde se llamará el califato de Córdoba, rival en esplendor y poderío del de Bagdad. El episodio de Carlomagno y Roncesvalles tuvo lugar durante este reinado (756-788). Con los sucesores de Abderrahmán recrudece la persecución religiosa: se prohíbe a los cristianos el uso de la lengua latina y son obligados a frecuentar las escuelas árabes, medio seguro de corromper sus tradiciones, sus costumbres y sobre todo abolir su fe. Era preciso dar un grito de santa intransigencia, si acaso se quisiese salvar la civilización hispano-romana y la fe de Cristo. Muchos fueron entonces los que derramaron su sangre por la fe, entre ellos las vírgenes Flora y María, ambas inmortalizadas en las bellas y emocionantes páginas que les dedicó San Eulogio en su Documentum Martyriale. Escribe el Padre Ricardo García-Villoslada S.J., en el tomo II de la conocida Historia de la Iglesia Católica publicada por la Bibliotecade Autores Cristianos (B.A.C.): “Convencido Abderrahmán de que con la espada no lograría amortiguar el entusiasmo religioso de los cristianos, porque cuantas más víctimas caían, mayor era el número de los que corrían a denigrar públicamente a Mahoma y a confesar a Cristo, quiso valerse de los obispos para establecer la paz, pero una paz en que la religión cristiana languideciese en silencio y servidumbre. No se distinguían por el fervor aquellos obispos, reunidos en concilio bajo la presidencia de Recafredo, metropolitano de Sevilla (852) y hechura de Abderrahmán, declararon que la Iglesia no reconocería como mártires a los que espontáneamente y en forma provocativa se presentasen al martirio” (pp. 168-169).
San Eulogio enfrenta a los obispos mozárabes Continúa el Padre García-Villoslada: “Parece indudable que algunos fieles se dejaron arrebatar de un fervor indiscreto, exponiéndose al martirio con gritos insultantes a Mahoma y a sus secuaces no sólo en las plazas, sino aun dentro de las mezquitas. Pero en su conjunto no podemos compartir el juicio de modernos historiadores que los acusan de fanatismo, porque si bien la Iglesia condene la provocación de los verdugos y perseguidores y no mira bien en circunstancias normales los martirios espontáneos, hay ocasiones en que es necesario adelantarse a profesar su fe, aunque esto irrite a los enemigos. Y esto creemos que sucedió entonces en Córdoba, salvo algún caso no bastante justificable. De hecho, la Iglesia ha reconocido a aquellos héroes como mártires. Y los mejores de aquella comunidad cristiana, [...] como Esperaindeo, Eulogio, Alvaro y Sansón, se pusieron de su parte. Es que veían en peligro su fe, su raza, su cultura; veían que la tibieza se iba apoderando de muchos mozárabes y el Islam se infiltraba en los espíritus y en la vida toda, con riesgo inminente de acabar con el cristianismo si éste no se alzaba en pie con un gesto gallardo. Además, [...] muchas veces la provocación partía del enemigo. Los mozárabes se habían acomodado a las costumbres del vencedor en todo lo posible. Muchos habían adoptado la lengua árabe, el turbante, el albornoz y el calzón ancho de los muslimes; éstos, sin embargo, no disimulaban su desprecio y odio a los cristianos. [...] El primero en protestar contra el cobarde oportunismo y transigencia de Recafredo y demás obispos fue San Eulogio, lo que le valió ser encerrado en una prisión” (p. 169). Habiendo sido por fin liberado, fue ordenado sacerdote y ejercía su sagrado ministerio en Córdoba, visitando con frecuencia los monasterios circunvecinos. Viajó hasta el norte de la Península, avivando allí sus esperanzas de una restauración de la España católica. En 858 le anuncian que había sido nombrado arzobispo de Toledo. El emir intenta impedirlo por todos los medios. Poco después, ocurre que una doncella mora, de nombre Leocricia, convertida al cristianismo, viene a pedirle consejo, huyendo de sus padres. Las leyes prohíben todo proselitismo, pero Eulogio la recibe sin miedo. Unos soldados se precipitan en su casa y a ambos los llevan al tribunal del visir y otros ministros de la corte. Eulogio puede, con una sola palabra, salvar su vida, pero prefiere confesar públicamente a Cristo e impugnar a Mahoma, cuyos errores refutó en su Liber apologeticus martyrum. El día 11 de marzo de 859 su alma volaba al Cielo, junto con la de Leocricia. El entusiasmo por tan gran santo nos llevó a dar amplios pormenores de su vida. No nos quedó espacio para mostrar la actualidad de su ejemplo para los cristianos del mundo moderno, que deben enfrentar una sociedad secularizada y paganizada que corroe silenciosamente —y no siempre tan silenciosamente— los principios de nuestra fe católica. ¿Pero será necesario? El lector ciertamente sabrá hacer esta y muchas otras aplicaciones actualísimas para las circunstancias en las que vivimos. Y, de cualquier modo, quien me formuló la pregunta puede darse cuenta de que San Eulogio existió realmente, en circunstancias concretas muy conocidas y documentadas históricamente. Sin duda, en esa época de la cual tratamos, habrá habido otros héroes anónimos, de los cuales la Historia no registró ni su nombre, pero que la Iglesia celebra como mártires, porque ¡delante de Dios no hay héroes anónimos!
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