La Palabra del Sacerdote ¿Qué fue el Gran Cisma de Occidente?

PREGUNTA

Al explicar la existencia de antipapas en la Historia de la Iglesia, Ud. puso como ejemplo el Gran Cisma de Occidente.

Quisiera saber en qué situación quedaría aquel antipapa en caso de haber actuado de buena fe, como lo admite la Enciclopedia Católica que Ud. citó: ¿quedaría automáticamente excomulgado y excluido de la Iglesia?


RESPUESTA

Ninguna penalidad canónica en la Iglesia (excomunión, entredicho, suspensión) se aplica a alguien que comete un error o falta, aunque sea gravísima, si hubiese actuado auténticamente de buena fe. Y esto vale de igual modo para la eventualidad de un antipapa que de buena fe se haya proclamado Papa. Juzgar esa buena fe es fácil para Dios –que conoce todas las cosas, hasta nuestros pensamientos más íntimos– pero puede resultar muy complicado para nosotros los hombres, al tener que tomar posición ante hechos concretos no siempre muy claros.

Sirva una vez más de ejemplo el Gran Cisma de Occidente, que parece haber despertado especial interés entre los lectores de La Palabra del Sacerdote, publicada en la edición pasada de Tesoros de la Fe.

En primer lugar, se denomina Cisma de Occidente en oposición al Cisma de Oriente. Sin embargo, existe una gran diferencia en la naturaleza de los dos cismas.

En el caso de las iglesias orientales que se separaron de Roma en el año 1054 (Cisma de Oriente), había la negación explícita del primado del Papa y la pretensión de que ellas podían regirse por sí mismas (por eso se designan como iglesias “autocéfalas”). Existen hasta hoy, como la iglesia cismática griega, la iglesia cismática rusa, etc., conocidas también como Iglesias Ortodoxas.

En el caso del Gran Cisma de Occidente, todos estaban de acuerdo en que debería haber un —y sólo un— Papa. La discordancia estaba en cuál de los dos elegidos era el sucesor legítimo de Pedro.

Si hoy, en la historiografía católica, prácticamente no existen más dudas de que el Papa auténtico era Urbano VI, y de que Clemente VII era antipapa, para un gran número de contemporáneos la cuestión no era tan clara. Lo cual explica que había santos —y grandes santos— de ambos lados en que se escindió la Iglesia. Del lado del Papa de Roma estaba Santa Catalina de Siena, gran mística y vidente, de la cual ya hablamos en la edición pasada de Tesoros de la Fe; con el antipapa de Avignon estaba San Vicente Ferrer, gran orador y taumaturgo (obraba numerosos milagros). Con estos ejemplos el lector podrá ver la enorme confusión que entonces se produjo en la Iglesia.

El rey Carlos V de Francia apoyó al antipapa Clemente VII, después de prestar homenaje a Urbano VI

La Cristiandad dividida

En toda esta cuestión, desempeñó un papel importante el cardenal español Pedro de Luna, el cual fue, al principio, defensor intrépido de Urbano VI. Convencido de que su elección fue legítima, y conocedor de que los cardenales franceses estaban animados de intenciones cismáticas y querían regresar a Avignon, el cardenal Luna se unió a ellos alrededor del día 24 de junio, con el fin de disuadirlos de tal temeridad.

No obstante, como comenta el padre Villoslada, el pescador terminó siendo pescado. Los cardenales franceses lo convencieron de que habían votado bajo coacción del pueblo romano y de que, por lo tanto, la elección no fue libre. Que habría sido, pues, ilegítima. Sin embargo, la elección había tenido lugar el 8 de abril de 1378, y hasta casi el fin de ese mes todos los cardenales presentes en Roma habían dado muestras inequívocas de acatamiento al nuevo Pontífice. Si alguna duda hubiese habido en cuanto a la elección, ella fue convalidada por el comportamiento posterior de los cardenales.

Nuestra exposición anterior llegó hasta la instalación de Clemente VII en Avignon, el día 20 de junio del año siguiente, exactamente nueve meses después del cónclave que lo eligió en Fondi, en el Reino de Nápoles (estábamos lejos aún de los tiempos de la aviación y de internet... ). Con la celeridad, pues, que los medios de locomoción y comunicación de la época permitían, ambos papas se apresuraron a enviar embajadores a los príncipes cristianos, exponiendo cada cual sus derechos y desacreditando al adversario. La actividad diplomática de Clemente VII era mucho más ágil que la de Urbano VI. Aún así, la mayor parte de la Cristiandad quedó del lado de Urbano VI.

El cisma en los reinos y en las almas

Describamos para el lector como quedó la división geográfica del cisma.

Italia adhirió casi por completo a Urbano VI, con excepción de Saboya, cuyos duques eran parientes del antipapa Clemente. El Reino de Nápoles, gobernado por príncipes franceses, se unió a Francia en apoyo del papa aviñonés. Sin embargo, al ser destronada la reina Juana de Anjou, los napolitanos se alinearon con el Papa de Roma.

En Alemania, fue un gran triunfo para Urbano VI el apoyo del Emperador; no obstante, los duques Alberto de Baviera y Leopoldo de Austria apoyaron a Avignon. Esta situación no perduró: al cabo de algunos años, el primero adoptó una posición neutral y, muerto Leopoldo, el partido clementino se deshizo.

Luis I, rey de Hungría, aunque pariente de Carlos de Anjou, prefirió alinearse con el Emperador a favor de Urbano VI. Lo mismo se puede decir de Polonia y Lituania.

Flandes (hoy incorporado a Francia y Bélgica) cuyos intereses comerciales lo relacionaban con Inglaterra, enemiga de Francia, acabó por permanecer con Urbano VI.

Por sus disensiones con Inglaterra, Escocia abrazó el partido aviñonés. En Irlanda, aunque no completamente dominada por Inglaterra, predominó ampliamente el partido urbanista.

En Francia, el rey Carlos V inicialmente prestó homenaje a Urbano VI, pero convencido por los cardenales franceses de la pretendida ilegitimidad de la elección, determinó que en todas las iglesias de su reino se debería reconocer a Clemente VII como “papa y supremo pastor de la Iglesia”. Tal decisión, no obstante, causó escándalo en las universidades francesas, particularmente en la de París, que era la mayor autoridad teológica y científica del mundo cristiano y también la más universal, pues recibía a profesores y alumnos de todas las naciones. El resultado fue que la propia universidad quedó dividida en esta cuestión eclesiástica conforme la procedencia de sus integrantes, a tal punto, que en las disputas escolásticas estaba prohibido tratar del asunto.

San Vicente Ferrer, anónimo, siglo XVII — Iglesia de Santa Clara, Bogotá

España fue un arduo terreno de disputa entre los embajadores de los dos papas. Sería largo detallar la situación de cada uno de los de los diferentes reinos que entonces constituían España. Alianzas políticas con Francia llevaban a tomar partido por el antipapa de Avignon. No obstante, ese alineamiento no fue automático. Fueron enviados emisarios a Roma y a Avignon, a fin de informarse in loco de los hechos. Se reunieron asambleas de obispos. Fue en este contexto que el Cardenal Pedro de Luna desarrolló una actividad intensa, coadyuvado por el fraile dominico Vicente Ferrer, ya entonces famoso por sus prédicas y milagros. El resultado de toda esta actividad diplomática y eclesiástica fue que los reinos de Castilla, Aragón y Navarra se sometieron a Clemente VII. Eso sin embargo no significaba que entre los prelados españoles no hubiese defensores empeñados del Papa legítimo, cuyos hechos omitimos por brevedad de narración, pero cuyos nombres están inscritos en el Libro de la Vida.

En Portugal, las relaciones políticas, sea con Inglaterra, sea con el reino de Castilla, hicieron que el país oscilase entre la obediencia a Urbano VI y a Clemente VII. De cualquier modo, los obispos portugueses, en especial el Deán de Coímbra, levantaron serias objeciones contra el antipapa, interpelando brillantemente al cardenal legado Pedro de Luna, quien siempre era acompañado por San Vicente Ferrer... Dígase de una vez, que este santo desempeñó más tarde un papel decisivo en la solución del cisma, luego de haberse convencido de que el Papa legítimo era el de Roma.

El padre Villoslada concluye esta parte de su exposición con palabras, una vez más, muy acertadas: “Con todo cuanto fue dicho, no es fácil delinear el mapa eclesiástico de las dos obediencias, porque no siempre estaban bien definidos los límites geográficos. Hubo provincias y hasta naciones que comenzaron obedeciendo a Roma, para después pasarse a Avignon, y viceversa. En la propia Francia —mucho más que en otros países clementinos— hubo prelados, párrocos y frailes que perseveraron fieles a Urbano VI, a veces hasta el martirio” (Historia de la Iglesia Católica, B.A.C., t, III, pp. 207-208).

Era nuestra intención presentar hoy el desenlace del Gran Cisma de Occidente, pero nos pareció que sería más instructivo para el lector palpar por sí mismo las fisuras que entonces ocurrieron en la Cristiandad. Así se comprenderá mejor las dificultades por las que a veces Dios permite que la Santa Iglesia pase, y en medio de las cuales es preciso perseverar en la Fe, creyendo firmemente en la promesa de Nuestro Señor, de que las puertas del infierno no prevalecerán contra la Iglesia: “Et portae inferi non praevalebunt ad versus eam” (Mt. 18, 16).     



San José Oriol La Familia: cuna de las civilizaciones
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San José Oriol



Tesoros de la Fe N°27 marzo 2004


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